EL CORREO-PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO Profesor de Historia del Pensamiento Político de la UPV/EHU

Andalucía ha inaugurado lo que se nos viene encima para próximas elecciones. Un horizonte muy preocupante por lo que demuestra de descoyuntamiento del electorado

Cuando Aznar ha dicho que él presidió un solo partido de centro-derecha que alcanzó la mayoría absoluta en las generales del año 2000 y que ahora se encuentra con tres formaciones que cubren dicho ámbito –PP, Ciudadanos y Vox–, que van a tener muy difícil, por no decir imposible, alcanzar los números de uno solo, no hace más que constatar un hecho. Pero lo difícil –y desagradable– es entrar en las razones de esa realidad política. Ya que, por lo que respecta a Ciudadanos, la causa principal de su consolidación ha sido, sin duda, la corrupción insoportable que ha ido aflorando en el PP desde precisamente los gobiernos de Aznar. Y por lo que respecta a Vox, ahí ya no queda más remedio que darle su parte de responsabilidad también tanto a la izquierda como a los nacionalismos, en particular el catalán, que está alcanzando cotas gravísimas de ruptura del sistema.

Ha sido la incansable campaña de lo que se ha venido en llamar ‘memoria histórica’, que empieza a medrar en el último Ejecutivo de Felipe González y que alcanza su éxtasis con el primer Gabinete de Zapatero, basada en la permanente reactualización de la Guerra Civil y el franquismo, la que ha traído consigo dos consecuencias a cual más nefasta. Una, el cuestionamiento constante de las credenciales democráticas de la derecha, a sabiendas de que sus padres fundadores estaban manchados con el pecado original de haber sido altos cargos en el último franquismo. Y con ello, y más decisivo aún, el cuestionamiento del llamado ‘espíritu de la Transición’, por el que derechas e izquierdas acordaron no remover el pasado y empezar un nuevo camino de democracia, concordia y tolerancia en común. Ambas consecuencias han dado como resultado la desestabilización de las bases democráticas en que se funda la Constitución de 1978, de la que los únicos beneficiarios claros son los partidos nacionalistas y separatistas y, como guinda, el cuarteamiento de la derecha y la eclosión de su parte más rancia, que hasta ahora estaba como adormecida dentro del Partido Popular.

La aparición de Vox en Andalucía ha resultado tan súbita como preocupante. No sé a qué analista se le ocurrió comparar los resultados de 2015 con los actuales y deducir de ahí que la procedencia del votante de Vox era transversal. ¿Cómo va a ser que nadie que haya votado antes Podemos, por ejemplo, va a abrazar después una causa que defiende acabar con la Ley de Violencia de Género, con la Ley de Memoria Histórica, con la Ley de Extranjería, con el Estado de las Autonomías y con el Concierto Económico vasco? Lo que ahí ha habido es un corrimiento de votos entre partidos colindantes, desde la izquierda hacia la derecha que, sumado a un descenso de la participación, ha dado como resultado lo que hoy es Vox en Andalucía.

Y en cuanto a las etiquetas, Vox no es franquista, si por franquismo entendemos un conglomerado de manifestaciones de lo que se llamaría la edad de oro antiliberal en España, que incluiría también el fascismo de primera hora y la tecnocracia del desarrollismo de los sesenta. Vox vendría a ser la vuelta innecesaria y absurda del tradicionalismo en España, que tuvo su apogeo en mitad del franquismo, ya como nacionalcatolicismo, y cuyo ideario incluye desde el papel asignado a la mujer dentro de la familia hasta la defensa de la unidad de España frente a sus enemigos, tanto externos (inmigración descontrolada) como internos (separatismos). La propuesta de Vox es la vuelta a lo más oscuro de nuestra historia, como ya han dicho muchos. Pero lo que no tienen en cuenta es que fue aquella misma época oscura la que originó también los nacionalismos en España, desde un sustrato tradicionalista común, como variantes regionales y de derechas acosadas por la modernidad y el liberalismo, aunque luego evolucionaran todas hacia la izquierda.

Lo de Andalucía ha venido a ser la última derrota del felipismo, si consideramos a Susana Díaz lo que ella se creía de sí misma: la reencarnación, por origen y por capacidad dialéctica, de aquellos días gloriosos de los ochenta en que una élite andaluza controlaba el Gobierno y las instituciones en toda España. A Susana Díaz la han derrotado tanto la corrupción de su propio partido en Andalucía, como el auge de la política de memoria histórica inaugurada por Zapatero y remachada por Pedro Sánchez. Si el felipismo priorizó el espíritu de concordia de la Constitución de 1978, el actual sanchismo busca la desestabilización y cuarteamiento de la derecha por medio de la política de memoria histórica con Franco como puntal esencial.

Andalucía no ha hecho más que inaugurar la que se nos viene encima en toda España para las próximas convocatorias electorales. Un horizonte muy preocupante, por lo que demuestra de descoyuntamiento del electorado en España y por lo que vaticina de dificultad en cuanto a la consecución de pactos en las instituciones, con un elemento como Vox, tan tóxico y encastillado en sus posicionamientos más extremos por unos votantes que, sin lugar a dudas, han preferido la huida hacia adelante que votar cualquier otra opción de las preexistentes. Y aquí las responsabilidades son de todos, empezando por los que la misma noche electoral llamaron a las barricadas en las calles, como si aún viviéramos en los años treinta del siglo pasado: verdaderamente descorazonador.