ABC-LUIS VENTOSO

Si se cumplen las encuestas nos vemos en las quintas elecciones

AUNQUE politólogos, políticos, gacetilleros y oráculos de las casas de sondeos nos pongamos estupendos, nadie tiene ni flores sobre qué pasará hoy en las urnas. Ahí radica el encanto de la democracia, en la libertad del público para hacer de su capa un sayo y sorprender. Por las televisiones desfila un tropel de gurús electorales, pero lo cierto es que en los comicios de abril nadie clavó al detalle la dimensión del castañazo del PP, a Vox se le dio de más y a Cs, de menos.

Nuestras leyes electorales, que se han quedado antiguas en la era digital, prohíben publicar encuestas en la recta final. Pero lo cierto es que partidos y firmas de demoscopia han seguido testando a los votantes bajo cuerda. Los susurros que llegan de esos estudios no cambian demasiado lo que ya se ha venido diciendo. El PSOE se quedaría más o menos como está, pinchando así el globo de Sánchez de lograr una mayoría más holgada y acorde al alto concepto que tiene de sí mismo. El PP se rearmaría y subiría bastante. Vox experimentaría una potente crecida, al calor de las llamas catalana. Cs pagaría sus volantazos con una caída acusada. Iglesias salvaría los muebles de la dacha de Galapagar y Errejón, personaje absolutamente sobrevalorado, prácticamente no rascaría bola.

Pues bien, de darse al final esos resultados los podríamos calificar de calamitosos. PSOE y Ciudadanos ya no sumarían mayoría absoluta, perdiéndose así la opción más razonable para haber formado un Gobierno en abril (operación que se frustró por un empacho de egos: Sánchez creyó que con 123 escaños pelados era Alejandro Magno revivido y Rivera empezó a levitar y verse como líder de la oposición). Tampoco habría esta vez alternativa por la derecha, pues a pesar de la crecida de Vox no sumaría, toda vez que los verdes pescan en parte en los caladeros de PP y Cs. Si se confirma que Abascal se robustece, a Casado además se le volvería tácticamente imposible facilitar la investidura de Sánchez, pues estaría poniendo la alfombra roja a la expansión de Vox, que se quedaría con el monopolio de la oposición frontal al PSOE.

Así que la única solución que se vislumbra sería precisamente la más lesiva para España: «Frankenstein 2», es decir: el PSOE gobernando otra vez con el sostén de Podemos y los separatistas. Pero se trataría de un parche sin recorrido. El infantilismo económico del podemismo y el fanatismo de los independentistas en su exigencia irrenunciable de una República sentarían a Sánchez a lomos de un tigre, con unos socios imposibles. Aprobar unos presupuestos resultaría más arduo que los doce trabajos de Heracles. El Gobierno reventaría y en la próxima primavera estaríamos de nuevo volviendo a las urnas (y con los presupuestos de Montoro, para no variar).

Hay una alternativa a ese desaguisado, por supuesto: que los españoles aparquen por un día sus emociones, renuncien al voto visceral, piensen en la estabilidad del país y agrupen sus papeletas entorno a las dos marcas mayoritarias. Pero me apuesto un buen cocido otoñal regado con un tinto de alcurnia a que no lo veremos. Nos hemos italianizado. Con el problema añadido de que no somos italianos.