Jesús Cacho-Vozpópuli

Siete días después de que en Barcelona sometiera a los españoles de bien a una humillación sin precedentes, pasando por el aro de esa “cumbre bilateral” que le exigía Torra, reunión entre iguales, Gobierno de España y Gobierno de Cataluña, afrenta sin paliativos, Pedro Sánchez apareció en rueda de prensa para hacer balance, más bien alucinada parodia, de sus siete meses de Gobierno, convencido como está de poder tomar a los españoles por idiotas capaces de comulgar con ruedas de molino. Siete meses sobre tres pilares: primero, la “regeneración democrática” (por ejemplo, la de esa ministra de Justicia a quien, amiga de confidencias del comisario Villarejo, mantiene contra viento y marea, por citar sólo un caso del repertorio de escándalos de este Ejecutivo); después, la “modernización de la economía” (con inaudito desparpajo se atreve a hablar del crecimiento y del empleo como uno de sus logros), y finalmente, el “presupuesto social” (ya saben, la igualdad, la seguridad de las mujeres y por ahí). Sin olvidar el “bono social térmico”. Y Franco, claro. Un auténtico vendedor de crecepelo nuestro presidente okupa. “Este Gobierno ha hecho más en siete meses por la regeneración de la democracia, la modernización de la economía y el presupuesto social que el anterior en siete años”.

Cuando Sánchez alude a su capacidad para modernizar la Economía seguramente se refiere a la “modernización” ocurrida en Correos, la empresa pública que preside Juan Manuel Serrano, íntimo y ex jefe de gabinete de Sánchez, que acaba de firmar un acuerdo con los sindicatos asumiendo una subida salarial del 9% y la creación de 11.200 nuevos empleos fijos. Correos, huelga decirlo, tiene como 52.000 personas en plantilla y perdió 147 millones en el ejercicio 2017. Es la idea de economía moderna que tiene este piernas, la de crear empleo público cargando el gesto en las espaldas de los ciudadanos obligados a sostener esas pérdidas con sus impuestos. Es la situación insostenible de unas clases medias sometidas a un saqueo constante por parte de las mafias del populismo de izquierdas (también de la derecha inane de los Rajoy, para qué negarlo), mafias acostumbradas a prometer el oro y el moro en nombre de la “igualdad” con cargo al bolsillo del prójimo. Es la nueva peste que hoy recorre no solo España, sino toda la UE, y que acabará por sacar a la calle a esas clases medias perpetuamente esquilmadas por las alimañas de “lo social”.

Estamos ante la viva representación de la decadencia de una clase política que ha tomado el Estado al asalto con la intención de exprimirlo y de obligar a los ciudadanos, vía impuestos, a pagar la cuenta. Un personaje orwelliano que parece creerse sus propias mentiras y que aborda los temas con un descaro, una cara dura que produce asombro, hasta el punto de que uno llega a preguntarse si estamos ante un cínico consumado o ante un perfecto idiota. Un epígono de Ignatius Reilly, el protagonista de La Conjura de los Necios, un hombre fuera de su tiempo, anclado en un mundo imaginario, en esa España inventada que Sánchez dice “haber cambiado a mejor en siete meses”. Un falsario que juega el papel de moderado al frente del Gobierno más radical que hemos conocido desde Franco. “La vocación del Gobierno de España es agotar la legislatura”, sostiene, entre otras cosas para permitir a los cientos de altos cargos por él enchufados en la Administración y en el sector público aprovecharse del chollo el mayor tiempo posible. Un tipo sin complejos. Un “sofista garrulo”, que diría Menéndez Pelayo, dispuesto a “la espantosa liquidación” del pasado de España. Un jeta convencido de que puede engañar a propios y extraños con los abalorios de su desahogado chauchau. 

Estamos ante el español del año, sin la menor duda. El otro, sin discusión posible, es Mariano Rajoy, un hombre que pasará a la historia moderna de este país como responsable de la mayor traición a los intereses de la España democrática en mucho tiempo. El protagonista de aquella cobarde huida del escenario de un Congreso, tarde noche del 31 de mayo pasado, donde se discutía el destino de la nación. Un miserable cuya sombra sigue gravitando sobre un PP obligado a limpiar la casa y sacudirse su influencia para ser creíble. Entre ambos dos, entre Mariano y Pedro, han colocado a España ante uno de los años más complejos, más difíciles y sin duda más peligrosos de su reciente historia. No todo son malas nuevas, empero. El año cierra con una gran noticia para el futuro del país, una novedad llegada de Andalucía, la comunidad donde Susana Díaz se las prometía felices prorrogando el régimen clientelar establecido por el PSOE desde hace casi 40 años, y donde contra pronóstico la derecha se hizo con un triunfo que más que un fracaso de la señora es un bofetón en pleno rostro a Sánchez y sus alianzas con los enemigos de España.

 Ensayo general para el pacto de las derechas

PP y Ciudadanos están gestionando con acierto el relevo en la Junta andaluza, huyendo de las provocaciones del sanchismo y de la histeria de mucha prensa madrileña. Ciudadanos prometió que habría cambio en Andalucía y hacia ello vamos, y no parece que Vox vaya a ser un obstáculo, entre otras cosas porque esta fiesta no es la suya y en la formación de Abascal parece haber gente acostumbrada a la funesta manía de pensar. Esta no es, todavía, la hora de Vox, un partido a quien la rancia izquierda española se empeña en hacer crecer diariamente como la espuma. Lo sucedido al sur de Despeñaperros parece anunciar lo que a nivel del Estado podría ocurrir en municipales y autonómicas en mayo próximo. En definitiva, lo de Andalucía suena a ensayo general de ese gran pacto al que, quieran o no, parecen condenadas las derechas y cuya misión, muy posiblemente a partir de este mismo 2019, será doble: poner firme de una vez por todas al separatismo catalán, y abordar en paralelo las reformas en profundidad que necesita España para ser de verdad un país moderno y fiable, ese país “verdaderamente constitucional y jurídicamente europeo” que decía Baroja.   

Un año trascendental por delante. En el ejercicio que ahora comienza debería, en efecto, producirse el desenlace del nudo gordiano en que se debate España desde la abdicación de Juan Carlos I, si no antes: el de la destrucción del Estado que ampara la Constitución, destrucción y consiguiente balcanización a la que aspiran los separatistas con la eficaz colaboración de Podemos & asociados, y Sánchez de compañero de viaje o tonto útil, o el rearme de la España democrática que consagra esa misma Constitución, junto a la voluntad decidida de abordar la solución del problema catalán mediante la ley y solo la ley, con la intervención de la Generalidad durante el tiempo que sea menester. La disposición de Sánchez para arrastrarse ante PdeCat y ERC en prócura de sus Presupuestos, con la intención de alargar la legislatura cuanto sea posible, es un mero globo presto a explotar cuando, posiblemente en febrero, se inicie el juicio contra los golpistas del prusés, juicio que podría acabar con la imposición de graves condenas, lo que ineludiblemente provocará, entonces sí, el famoso choque de trenes con el que los supremacistas vienen amenazando desde la Diada de 2012.

Una labor que deberá emprender la derecha constitucionalista, hoy reducida a tres partidos, porque con este PSOE desnortado no se puede contar. ¿Hay posibilidad de que de las ruinas del viejo edificio del felipismo resurja un partido de corte socialdemócrata, capaz de unir fuerzas en esa doble y noble tarea de defender la España constitucional y apoyar las grandes reformas que la modernización del país reclama? ¿Es esperable una revolución interna en el PSOE? En buena lógica no sería descartable, si tras las municipales y autonómicas de mayo se produjera el batacazo socialista –ojo a ese cabreo sordo de unos barones alarmados por la estrategia entreguista de Sánchez que erosiona sus posibilidades electorales- que muchos se temen. Hoy por hoy, sin embargo, con el socialismo clásico escondido, cobardemente callado ante las tropelías del personaje, es una posibilidad que suena a pura quimera.

La nación española no estaba muerta

 Alguien ha escrito en Barcelona que lo ocurrido en Andalucía ha alarmado al nacionalismo (“la peor de todas las pestes”, en palabras de Stefan Zweig) más inteligente, si es que existe alguno, hasta el punto de provocar una reflexión estratégica que podría llegar incluso al abandono temporal de la vía eslovena a la independencia por las bravas, con la violencia que sea menester en versión Torra, para abrazar una suerte de independentismo “a la vasca”, un rumbo como el allí trazado por Urkullu, en el que lo prioritario sería poner a buen recaudo las “conquistas” arrancadas a los Gobiernos de Madrid. Lo cual vendría a constatar un hecho cierto: que el martilleo constante del comunismo podemita y del separatismo catalán contra España, la exponencial acumulación de ofensas contra todo lo español, ha obrado el milagro de despertar a la nación española, a ese español común que no estaba muerto, no, que estaba de parranda. Convendría, con todo, no engañarse: es difícil que la cerril terquedad de Puigdemont y sus monaguillos en la Generalidad renuncie a “la mejor oportunidad que vieron los siglos” de alcanzar su mítica Ítaca aprovechando la presencia de un traidor como Sánchez al frente del Gobierno de España.

Se avecinan, por eso, tiempos muy complejos, muy tensos, casi críticos, donde los españoles de centro derecha, más los españoles de centro izquierda dispuestos a defender la España constitucional de quienes la quieren destruir, deberán estar dispuestos a movilizarse. Lo dijo el viernes 21 el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán: “Frente a cánceres como el del separatismo catalán, la unidad y la Constitución se defienden a través de un combate inmisericorde por las vías de la política, la ley, la cultura, y sobre todo, la verdad, no pactando o teniendo avenencia con él”. Sánchez no parece haber entendido el mensaje que le acaba de enviar Andalucía. No distraigamos al general enemigo que está equivocando su estrategia. Dejémosle que persevere en el error, porque su sorpresa será mayúscula cuando compruebe el alcance de su desatino. La indignación nacional contra su entreguismo al separatismo catalán no deja de crecer. ¡Feliz año 2019 a los lectores de Vozpopuli!