Impublicables

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 12/03/17

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Atenta siempre al más inocente de mis movimientos habrás visto en mi blog las primeras entregas de Impublicables, una colección de documentos (textos, fotos, audios o vídeos) que en algún momento difundieron los medios de comunicación y cuya publicación original sería hoy altamente improbable. Entre las reediciones destacadas figuran, por ejemplo, Maricón de España, un apreciado hit de Martes y Trece; el Día del Subnormal, un bienintencionado anuncio aparecido en los periódicos de los 70, la adopción pedófila de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y una portada de aquella revista El Papus sobre los inconvenientes cíclicos con que puede toparse un violador. El propósito de reunir esta colección –y te animo a que la enriquezcas con algún hallazgo– es ofrecer pruebas del cambio cultural y trazar un cierto orden de lo prohibido, ese vicio de tu piel, según Cantoral y Bambino.

Lo impublicable, en el sentido que aquí interesa, adquiere su condición por la reacción ofendida de un grupo. Hay varios métodos para darse por ofendido. Uno muy común es el que resume la palabra subnormal. La palabra no se pronuncia en España hasta el año 1962. Mi taxativa afirmación tiene cierta base empírica: hasta ese año la hemeroteca del diario La Vanguardia no registra la palabra. La intención de su uso es la de todo eufemismo: atenuar la condición, en este caso por el uso de lenguaje técnico.

Subnormal atenuó, probablemente, a retrasado como éste quizás lo hizo con tonto. Los eufemismos caducan con facilidad, porque son palabras sometidas a la erosión moral. Aunque tampoco hay que fiarse de las realidades neutrales y objetivas, ciertamente. ¿Quién hubiera dicho hace pocos meses que después de decir hombre o mujer podrían replicarte depende? Cuando se utiliza una palabra caducada uno puede meterse en líos, por mucho que la intención que animara a la palabra en su origen fuera la misma que la que hoy prepara el reproche: la diversidad funcional de hoy puede funcionar diversamente mañana.

El uso de las palabras trae también otro tipo de problemas. Tu apreciado Albert Boadella recibió el otro día una carta en la que se le criticaba que llamara «enfermos mentales» a una parte de los ciudadanos catalanes. Es perfectamente lógico que la carta no la firmara ningún representante de esos catalanes, sino la portavoz de una asociación que lucha «contra el estigma de la salud [sic] mental». ¿A qué se van a quejar los catalanes de una enfermedad que no existe, que solo es, como ellos mismos, otra forma de ser?

Las quejas del grupo se relacionan también con el humor. Los grupos no quieren bromas. Puede que las bromas ofendan sus convicciones. Un ejemplo de Impublicable es la canción de Siniestro Total del año 1982, inequívocamente titulada Ayatollah no me toques la pirola. En este punto, sin embargo, es crucial distinguir entre grupos y grupos. En España es difícil que cualquiera se arriesgue a ofender al islamismo, pero hay menos problemas en hacerlo con los cristianos.

De la pirola del ayatola a las tetas en sagrado de Rita Maestre se declina una enciclopedia ilustrada de lo prohibido. Así pues lo impublicable no atiende al carácter conceptual del asalto, por así decirlo, sino a la posición que ocupe el grupo que se da por ofendido. Hace pocos días la televisión pública vasca exhibió unas opiniones sobre los españoles, genéricamente considerados, que manifestaba un grupo de españoles asentados en Las Vascongadas. Eran opiniones llamativamente coincidentes con lo que algunos españoles opinan en la barra del bar sobre sus compatriotas vascos: un pueblo silvestre que no pasó por el decoro de Roma. Ya sabes que siempre trabajo sobre suelo fáctico y otra vez voy a servirme de Boadella. Nuestro clamoroso bufón, que está empezando a llevar por las Españas su autobiografía sermoneada, dirigió en 1989, y en la televisión pública, una serie llamada Ya semos europeos, alguno de cuyos capítulos sería hoy impublicable.

Es probable que uno de ellos fuera el que describía el viaje del protagonista al País Vasco, donde los lugareños lo recibían a gritos neanderthalensis, garrotazos y pedradas. Entre los lugareños, por cierto, había un asentado con barretina. Hoy no sería posible ver una ceremonia de este tipo en Televisión Española, pero suerte tenemos de que la televisión vasca esté al quite.

Los grupos tampoco quieren bromas cuando se consideran víctimas o potenciales víctimas. En este caso el grupo blindado por antonomasia es el de las mujeres. Es inimaginable que el concejal Zapata pusiera mujeres y no judíos en el cenicero de su coche. Se podría argumentar que las cenizas aluden a un hecho histórico y que el paso del tiempo legitima todos los chistes.

Pero, evidentemente, millones de judíos creen que el peligro no ha pasado, porque algunos de ellos, en Israel o en cualquier otro lugar, mueren por ser judíos. De modo que las cenizas de Zapata están sometidas a un permanente proceso de actualización. No solo los judíos, por supuesto. Las víctimas de la Mafia, víctimas en activo, desde luego, son también un grupo interesante. Se cuentan por miles los chistes sobre mafiosos. Y no solo chistes: los mafiosos italianos son el grupo de criminales con mejor imagen de la Historia. Medita sobre el negocio gastronómico español que lleva el nombre La Mafia se sienta a la mesa, una exitosa franquicia de espaguetis. Como ponerle Gestapo a un asador, escribí hace años. Cualquier asesinato lleva su cultura incorporada, es decir el paisaje mitificado por donde corre la sangre.

Parece comprobado que los propietarios de esos restaurantes no matan ni extorsionan a nadie. Pero tampoco Edmundo Rivero acuchilla a ninguna mujer cuando canta Amablemente, y ve tú a ponerla de banda sonora de un anuncio de mate, Catalina. En cuanto al Pablo Escobar de Netflix, puesto a toda fachada en la Puerta del Sol de Madrid, ya hablamos de ello en la pasada Navidad: prueba a imaginar allí, en las mismas condiciones, una ficción pura, ni siquiera basada en hechos reales, como la escena dorsal de El último tango.

El blindaje de la mujer se produce, en todo caso, mucho antes de las tragedias. El otro día en la televisión mi querida Ana Rosa, para la que trabajo, tuvo una reacción espontánea al ver las dificultades con que un cámara del programa seguía al fugitivo Urdangarin. Y dijo, describiéndolas con humor: «Claro, y como está rellenito…». España se habría puesto en pie si la que corría hubiera sido mujer y yo mismo, muy dado como sabes, hubiese dicho: «Claro, y como está rellenita…».

Estas desigualdades son lo que convierten la corrección política en una forma particularmente despreciable (y contraproducente: Trump, Le Pen) de la hipocresía. En realidad, la razón principal de esta colección de cromos que empiezo es que el impublicable ilumina, ¡implacable!, lo que se publica. Como a ti yo te ilumino cada semana, libe.

Sigue ciega tu camino

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 12/03/17