Independentismo como rutina

ABC 14/09/16
HUGHES

Hasta los independentistas se cansan. No lo dicen, pero les empieza a costar. Braveheart se les ha convertido en una romería anual y a veces dudan: ¿hacemos historia o sólo la recreamos? Ayer otra vez la performance de las esteladas, algo que para «Madrid» es casi un alivio: que los aguante un rato la UEFA, anda, que descanse un poco «el Estado». La UEFA no es una democracia y sanciona la exhibición de esteladas como «manifestación política». Los organizadores, los òmnium, responden que se trata de un sentimiento. Organizado y realizado unánimemente por 30.000 personas, como amar en una secta Moon.

Enric Vila hablaba el otro día de la humillación del nacionalismo catalán. Es verdad. Para una gente que quiere dar el portazo, que posiblemente reprima una voz violenta y, desde luego, llena de desprecio, estos teatros de las banderitas han de ser un número ya insoportable. Este complejo coreográfico (¡este tener

que coreografiarlo todo como Gemma Menguales!) les debe hacer sentir inevitablemente ridículos, y es algo que no van a poder perdonar. Están condenados a reprimirlo todo en manifestaciones sentimentaloides.

Las exhibiciones anteriores se saldaron con dos multas para el Barcelona, y posiblemente habrá una tercera. El Barça se implica así de forma inequívoca y además hace una cosa tremenda: paga. Se hace único pagano testimonial. Se dice que el independentismo es de cartón piedra porque al final nadie quiere hacerse cargo de su factura, pero el Barça sí. Esto renueva su papel simbólico.

Aunque del independentismo nos llegan siempre estas ceremonias, sus efectos ya operan. Durante un tiempo, PP y CIU bailaban una especie de danza ritual alrededor de un fuego que no llegaban a tocar. Ganaban electoralmente los dos. Pero ahora no. La izquierda está en la consulta y sólo resiste agónicamente el PSOE, cuya fragmentacion y desastre adopta la apuesta estolidez de Sánchez. Él pone la mandíbula para el puñetazo final. La ingobernabilidad actual tampoco se explica sin esto. La ausencia de autoridad que Pla detectaba en Cataluña se trasmite a España. A un lado, el tedioso «procesismo»; al otro, su opuesto, la institucionalización del «ir tirando», la ocurrencia y cierto vivir al día.