Santiago González-El Mundo

EL PRESIDENTE Sánchez es un hombre que administra cuidadosamente sus roznidos. El lunes recibió a un tipo que venía a explicarle lo que pasa en Cataluña, aunque no hacía falta; lo llevaba puesto en la solapa. Una foto de la víspera mostró que tiene seis dedos en el pie izquierdo. Ana Dargallo comprendía en un trino que nos considere tarados a los que sólo tenemos cinco. Sus detractores dicen que no tiene mucho cerebro, pero váyase lo uno por lo otro. Su anfitrión no le saca ventaja en lo primero y respecto a lo segundo no le hemos visto descalzo. Ya lleva 38 días en el cargo sin dar una rueda de prensa. Anteayer ungió como portavoz a la vicepresidenta Calvo, para contar a los periodistas una reunión a la que no asistió.

Si ya era difícil entender su relato en tanto que ‘testiga’, imaginen cómo debió de ser lo del lunes. A ella le rebosó un anglicanismo el día del orgullo gay: «Este país vuelve a la alegría. Estaba en blanco y negro y vuelve al color», a lo que Daniel Lacalle respondió con pertinente trino: «La última vez que se dedicaron a ‘defender la alegría’ destruyeron 3,5 millones de puestos de trabajo».

Calvo, vicepresidenta no gubernamental, blasonó de que a Rajoy le hicieron dos referendos y Sánchez se ha sentado con él en un mes, sin reparar en que los referendos se los hicieron también a ella y a todos nosotros.

La vicepresidenta explicó como un detalle que «los dos presidentes» habían acordado la presencia de Sánchez en los homenajes a las víctimas de los atentados del 17 de agosto. El Rey acudiría si se lo permite su agenda, lo que fue radicalmente desmentido por el rubicundo: «No le hemos invitado», añadiendo que ni piensan. Un tipo que funge, como diría Juan Luis, de representante ordinario del Estado en Cataluña prohíbe la entrada en aquel territorio al Jefe del Estado y la de Cabra va y dice que la reunión ha sido «francamente útil».

Estas ‘portavozas’, ¿de dónde las saca? Uno ya había escrito hace meses que «este chico no vale». La cosa es aún peor y ayer lo demostró pespunteando primorosamente los ribetes de la indignidad y de la infamia.