Iniciación

LOS BAUTIZOS civiles han hecho una discreta entrada en las conversaciones de playa. Al menos, en el Norte, donde aún suscita comentario el avistamiento de un top-less. A veces se me hacen tan largas estas tardes de los baños de ola idénticas a las de la infancia que fantaseo con que aparece Salvini y, rodeado de sus bacantes y de sus viriles palmeadores de espalda, pincha Avanti ragazzi di Buda. Salvini DJ confiere un nuevo sentido al concepto de la marcha, que pasa a ser sobre Roma. Eso es llenar de propósitos las fiestas desesperanzadas de Gambardella, cuyos trenecitos no iban a ninguna parte.

Perdón por la digresión. Estábamos con los bautizos civiles, anunciados en Gijón, pero que no constituyen una novedad. En tiempos de Zapatero hubo un intento de convertirlos en liturgia alternativa, más o menos cuando a la Navidad se la empezó a llamar Fiesta del Solsticio –el Sol Invicto–. Pedro Zerolo, al oficiar el bautismo civil del hijo de una actriz, relacionó todo aquello con el Culto al Ser Supremo de Robespierre, un mejunje de influencia masónica y enciclopedista que, en pleno Terror, tuvo un día de fiesta oficial celebrado en las Tullerías con el propio Robespierre actuando de pontífice. No se pudo repetir porque lo guillotinaron un mes largo después.

Aunque en Francia perduran los bautizos republicanos, en los que Marianne adquiere una aureola helénica como de altar, Robespierre tuvo que inventar lo del Ser Supremo porque el culto revolucionario anterior, el de la Razón, era demasiado prosaico, frío, y no daba respuestas a la gente acerca de la angustia por el destino del alma. En aquella época, se hizo inscribir en los cementerios la frase de que morir era dormir para siempre, y punto, lo cual no procuraba alivio a ciertas preguntas que el ser humano se hace desde que se volvió consciente de su finitud. Por más que uno intente descristianizar los ritos de iniciación, hay que dotarlos de ciertas trascendencias, y esto no es posible encontrarlo en una religión cuyo Dios es el Estado ni en un concejal que se ha traído escritos unos versos de Benedetti y que da la bienvenida al bebé a una fe tan poco emocionante como la de la democracia que entre todos nos hemos dado. Si es que hasta la mafia tiene más logradas la liturgia, la escenografía y la trascendencia de sus propias ceremonias de bautismo, en las que se punza sangre y se queman estampitas.