ABC-ÁLVARO VARGAS LLOSA

Europa no dará una respuesta inteligente a la inmigración mientras la derecha no recupere en esto su mentalidad liberal

VIVIMOS en una época rara, en que quienes defienden la libre circulación de las cosas recelan de la libre circulación de las personas y quienes abrazan esto último repudian lo anterior. Lo normal, antes, era que quien simpatizaba con el libre comercio lo hiciera también con la inmigración. Los grandes partidos de la derecha occidental, como el Republicano estadounidense, propugnaron ambas cosas en el siglo XIX. En cambio, los grandes partidos de la izquierda, como los socialdemócratas alemanes o el laborismo británico, con su potente componente sindicalista, tendían a ver en los inmigrantes una competencia desleal mientras desconfiaban del libre comercio.

En el siglo XX la derecha interrumpió sus convicciones librecambistas y proclives a la inmigración (especialmente en las primeras décadas, el periodo estatista de entreguerras). La izquierda, que ya refunfuñaba contra el libre movimiento de cosas y personas, siguió en lo suyo, con lo cual ambas tribus políticas empezaron a parecerse. No sorprende que los extremismos de izquierdas y derechas acabaran fundiéndose en el fascismo (que venía, no lo olvidemos, de una de las versiones del socialismo).

En la segunda mitad del XX la derecha volvió a ser liberal en inmigración y comercio. Contribuyó, en Alemania, a abrir las puertas a inmigrantes del sur europeo (incluidos muchos españoles) y turcos; en EE.UU. Reagan dio papeles a tres millones de inmigrantes. Figuras republicanas como Kemp hicieron de la defensa de la inmigración y el libre comercio una causa. Esta postura duró varios años: lo primero que anunció George W. Bush, antes de que los atentados del 11-S se le atravesaran en el camino, fue una amnistía para millones de indocumentados.

En la derecha europea, aunque ya asomaban posturas nativistas con cierta fuerza, todavía había corrientes que valoraban la inmigración. En el PP, por ejemplo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, abrió una oficina especializada en el asunto migratorio al mando del experto chileno Mauricio Rojas (desde esta semana ministro de Cultura de Sebastián Piñera, por cierto).

Todo ha cambiado. En la derecha estadounidense, prevalece hoy un sentimiento hostil contra el inmigrante, lo mismo que en la derecha europea. Parte de esto tiene que ver con el terrorismo islamista, parte con la reacción al «buenismo» con segundas intenciones de la izquierda y parte con el temor de la base social conservadora. En EE.UU., a estos factores se añade otro: millones de trabajadores blancos de bajos ingresos que adherían al Partido Demócrata han emigrado al Partido Republicano, donde alimentan a sus nuevos líderes nacionalistas a la vez que se alimentan de ellos.

Mientras este cambio ocurría en la derecha, en la izquierda venía sucediendo desde hace tiempo la mudanza contraria. Luego de muchas décadas en que ocupó la trinchera de enfrente, la izquierda abrazó la inmigración. Pero no lo hizo desde una perspectiva liberal tanto como asistencialista y redistributiva. Sus posturas en esto tienden a favorecer políticas que abruman a un Estado del Bienestar ya bastante agobiado y favorecen el multiculturalismo, entendido no como la defensa de la pluralidad sino de grupos a los que se tiende a proteger en desmedro de otros, erosionando el Estado de Derecho en vez de facilitar la plena integración del inmigrante. Esto, a su vez, alimenta el nativismo de cierta derecha y el miedo de mucha gente del común.

Europa no dará una respuesta inteligente a la inmigración mientras la derecha no recupere en esto su antigua mentalidad liberal y la izquierda siga viendo al inmigrante con una mala conciencia multiculturalista y redistributiva.