El Correo-JAVIER ZARZALEJOS

El resultado de hacer de la historia un relato ideológico, sentimental y anacrónico es que la historia que parece serlo todo en la mente nacionalista en realidad no significa nada

Alos nacionalistas les gusta lo que ellos llaman historia. Hablan para la historia, viven en la historia, ellos mismos creen ser historia. Con ellos y gracias a ellos la historia continua, una historia épica en la que ganan también cuando pierden. Ellos encarnan la historia y hasta los derechos tienen que llevar el adjetivo de ‘históricos’. No hay presente para los nacionalistas, sólo un continuo histórico en el que su narcisismo identitario resuelve ese oxímoron que es la historia inmutable que proclaman.

Y es que para los nacionalistas la historia es muy agradecida. Es como la chistera del mago o la bolsa de Mary Poppins. De la historia pueden sacar lo que les convenga. Pueden, por ejemplo, convertir una guerra de sucesión de las tantas que ha habido en Europa, en una guerra de secesión, frustrada, como hacen los independentistas catalanes cada 11 de septiembre. Pueden convertir en un héroe perseguido por independentista a un catalán, español de libro y monárquico de la Casa de Austria, como Rafael Casanova que trabajó y murió plácidamente 29 años años después de que Barcelona fuera ganada para las tropas borbónicas en 1714. Y qué decir de las guerras carlistas de las que el nacionalismo vasco extrae su genética fobia hacia la idea misma de una Constitución –cualquiera– que limite y racionalice el poder sin misticismos historicistas. Que los derechos no sean unos derechos cualesquiera, sino que sean ‘históricos’, permite que el nacionalismo vasco reclame la autodeterminación como un extra incluido en el paquete foral. Tanto es así que con una naturalidad pasmosa –es decir, con una desvergüenza política notable– alegan que una cláusula de la Constitución –la disposición adicional primera que en su día rechazaron– está en la Constitución precisamente para que se pueda romper la Constitución.

La historia nacionalista permite crear protonacionalistas perdidos en la noche de los tiempos, contar los años por miles y hablar de la prehistoria como si fuera ayer mismo porque nada sustancial cambia. Cada presidente de la Generalidad de Cataluña se incorpora a la galería de lo que dice que son sus predecesores –que andan por ciento treinta y tantos, creo recordar– como si una Diputación medieval fuera lo mismo que un Gobierno autonómico. Pero los nacionalistas no hacen historia: la rehacen para apropiársela hasta extremos sonrojantes. Hay en Cataluña quienes se denominan historiadores que sostienen con cara seria que Santa Teresa era catalana y organizan congresos en los que se habla de ‘España contra Catalunya’.

Españoles «ni por el forro», dice el presidente del PNV, Andoni Ortúzar, lanzando la caña en los remolinos de la política española que ellos mismos desestabilizaron al apoyar la moción de censura contra Rajoy, días después de votar sus Presupuestos Generales. Puestos a rehacer la historia, por qué no también la inmediata. Iñigo Urkullu, siempre en el papel de gente responsable, se lamenta de la inestabilidad, pero si se le traduce de lo que realmente se lamenta es de que no haya cuajado un Gobierno del PSOE con Podemos. Cambiaron de caballo a mitad de la carrera apostando por Sánchez y el caballo no termina de llegar.

El resultado de hacer de la historia un relato ideológico, sentimental y anacrónico es que la historia que parece serlo todo en la mente nacionalista en realidad no significa nada. Esa narración intocable y maniquea, incuestionable en todo caso, no define la trayectoria real de una sociedad, ni ofrece experiencias compartidas que esa sociedad interioriza e incorpora al rumbo que ha de seguir en el futuro. Todo lo contrario. Esa idea de la historia, tan torpemente expresada estos días en Cataluña y tan dramáticamente presente en la sociedad vasca, lo legitima todo, lo puede justificar todo en razón de la tarea mesiánica que el nacionalismo reclama para sí. Oir a Ortúzar exigir la autodeterminación en el «nuevo Estatuto» no es sólo un calentón de campa en el día del partido, es más bien la versión jelkide del cuento del escorpión y la rana vadeando el río. Está en su naturaleza y así tenemos que el gran beneficiario político del Estado autonómico –el Partido Nacionalista Vasco– advierte con volver a tiempos de ruptura que ya debería saber cómo terminan. En el dilema entre ser gestor del autonomismo o salvador de la patria, el PNV terminará por tomar la peor decisión para luego volver por donde solía. En Cataluña, mientras tanto, la detención en Sabadell de los presuntos terroristas vinculados a los CDR ha revivido aquello de que se está criminalizando el independentismo, y que se trata sólo de gentes comprometidas con su país, además de lugares comunes como que los catalanes son pacíficos –sin duda, pero seguramente no todos– o nuevas teorías conspiratorias sobre alambicadas operaciones de inculpación a Carles Puigdemont para que sea entregado a España con una nueva orden europea de detención.

Unos vuelven a discursos que convertidos en estrategias políticas llevarán al País Vasco a un nuevo callejón sin salida en el que terminarán volviendo sobre sus pasos. Otros banalizan la violencia terrorista, la legitiman y exaltan a quienes buscan practicarla en nombre de la patria o la nación ¿Historia dicen? No han aprendido nada. Insensatos.