ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Casado debería integrar en una fuerza conjunta a Arrimadas, San Gil y Esparza

DE todas las tareas que debe acometer con urgencia Pablo Casado, la primera en importancia se llama unidad nacional. No hay desafío más acuciante. Porque España se descose a velocidad vertiginosa sin que los llamados a defenderla, con alguna honrosa excepción, hagan otra cosa que claudicar. España se acerca peligrosamente al abismo de su desaparición, mientras el discurso oficial nos distrae con malabares como la modificación del diccionario/diccionaria con el fin de ajustarlo a lo políticamente correcto. Si el nuevo líder del PP no quiere defraudar el caudal de ilusión que ha generado su elección, debería centrarse en la cuestión de la que depende el futuro de nuestros hijos: salvar esta nación centenaria del ataque feroz que sufre por parte del nacionalismo, el populismo y el relativismo, fuertemente cohesionados en un frente común devastador.

El separatismo catalán constituye en la actualidad la punta de lanza de esta ofensiva, que pretende no sólo desgajar esa región del resto para convertirla en república independiente, sino extender su influencia perniciosa a la Comunidad Valenciana, Baleares e incluso Aragón. Hace lustros que se gastan nuestro dinero en crear embajadas por el mundo dedicadas exclusivamente a la propagación de su veneno. Y a la vista de lo sucedido con la aventura judicial europea del golpista Puigdemont, parece evidente que han logrado convencer a un número inquietante de personas influyentes. ¿Qué hacían mientras tanto los gobernantes españoles responsables de contraatacar con todos los instrumentos de comunicación a su alcance, incluidos los dedicados a la promoción de la cultura española? Nada. Nada de nada.

El independentismo vasco permanece temporalmente en retaguardia, fingiendo una moderación que jamás ha sido sincera. Ya se encargó ETA en su día de sacudir violentamente el árbol cuyas nueces recogen ahora a puñados todos los movimientos dedicados a propiciar la desintegración de España, empezando por el PNV. El secesionismo vasco centra sus esfuerzos en conseguir la adhesión de Navarra a la mítica Euskal Herría imaginada por Sabino Arana, y jamás ha estado tan cerca de alcanzar esa meta crucial para su proyecto y letal para la Comunidad Foral. De momento, han impuesto allí una lengua ajena a la inmensa mayoría de los navarros (y de los vascos también) y emponzoñado la convivencia. El próximo paso será activar la disposición transitoria cuarta y forzar la incorporación de Navarra al País Vasco, paso previo a la ruptura planteada como hecho consumado.

¿Qué puede y debe hacer Casado ante esta realidad terrible? Integrar. Pero no integrar a quienes desde sus propias filas han propiciado este deterioro, tratando de apaciguar a la bestia con chalaneos obscenos y concesiones inútiles, sino integrar en una fuerza conjunta a quienes con mayor valentía plantan cara en cada región a la opresión «nazionalista» (con zeta). En Cataluña, ese partido es Ciudadanos y su lideresa, Inés Arrimadas. Cualquier constitucionalista debería remar con ella, relegando a un segundo plano sus intereses partidistas. En el País Vasco, nadie encarna la resistencia heroica como María San Gil. El nuevo dirigente popular haría bien recuperándola para el combate y tejiendo una alianza con los pocos que tiene allí Rivera y los supervivientes de UPyD. En Navarra, el protagonismo sería de Javier Esparza, a la cabeza de UPN. Bien está que Casado se plantee exigir la activación del 155 desde su mayoría en el Senado, como declaraba ayer a ABC. Pero si lo que le preocupa de verdad es España, por delante del PP o de su propia ambición, cuanto antes se ponga a la tarea de lograr esa integración, antes empezará a remendar las costuras de esta nación amenazada de muerte.