ANTONIO TORRES-El MUNDO

El autor considera obligado, en las circunstancias actuales, apoyar al candidato con mayores posibilidades de sumar una mayoría alternativa suficiente a Pedro Sánchez, para evitar que llegue de nuevo al poder.

EN LOS MESESque ha ejercido como presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ha puesto en evidencia hasta qué punto su falta de escrúpulos puede seguir causando un gravísimo deterioro a la unidad, la convivencia, el bienestar social y el progreso económico de España. Que pueda encaramarse de nuevo al poder, aliado con quienes quieren subvertir el orden constitucional español y romper la secular unidad de la nación, nos obliga a apoyar con nuestro voto al candidato con mayores posibilidades de sumar una mayoría alternativa suficiente. ¿Se trata de una apelación al voto útil, al voto del miedo? Categóricamente, no; se trata de una firme apelación al voto reflexivo, al voto responsable para elegir a quien nos gobernará durante cuatro años.

Para eso debemos ejercer los españoles un urgente despliegue de nuestra inteligencia y poner algo de orden en lo que Víctor Pérez-Díaz ha denominado «barullo sistémico» a la española, pensando especialmente en las futuras generaciones. El legítimo hastío por la pasada deriva ideológica de un partido que mintió no es razón válida para dimitir de una reflexión seria, donde prime la inteligencia sobre la voluntad y los sentimientos. Nos guste o no, en estas elecciones no es posible castigar a Mariano Rajoy, y no es aceptable que en el intento imposible de hacerlo se termine castigando a España y premiando a sus enemigos.

Apelo a un ejercicio de la inteligencia sobre la voluntad porque a veces confundimos ambas facultades sin darnos cuenta. Incurrimos con frecuencia en la falacia derivada de un precario entendimiento sobre los alcances y límites del ejercicio de la libertad, que constituye una de las fuentes de mayor confusión en la vida de las personas, la sociedad, las instituciones y las organizaciones humanas, entre las que se encuentran los partidos políticos. La voluntad es libre en su toma de decisiones para tratar de satisfacer toda clase de deseos y sentimientos; pero la inteligencia no es libre, porque está condicionada por la verdad. Y la verdad no es otra cosa que la adecuación de nuestro pensamiento a los objetos y los hechos que conforman la realidad. Los datos, lo que sabemos.

Además, con frecuencia incurrimos también en otra falacia cuando apelamos a nuestra conciencia como última trinchera inexpugnable en la que podemos refugiarnos cuando nos sentimos incómodos con lo que nos dicen desde fuera. «Votaré en conciencia, y punto», se está convirtiendo en una forma habitual de zanjar el diálogo político en un cierto ambiente político conservador. Pero, de nuevo, se actúa erróneamente si se piensa que la conciencia es la fuente de la verdad y la justificación para cualquier acto de nuestra voluntad. Como escribió Benedicto XVI, «el hecho de que la conciencia alcanzada obligue en el momento de la acción no significa canonizar la subjetividad… Sé con absoluta seguridad que hay algún error en la teoría sobre la fuerza justificadora de la conciencia subjetiva. La negativa de la voluntad que impide el conocimiento es culpa».

La conciencia no establece la verdad, ni siquiera mi verdad cuando prescinde de la inteligencia. Es exclusivamente, y nada menos, la sede de la elección entre lo bueno y lo malo, lo moralmente correcto y lo incorrecto a la luz de la verdad. La palabra conciencia proviene del latín, cum scientia, y significa exactamente eso: con conocimiento. Las elecciones de nuestra conciencia y los actos de nuestra voluntad, deben pues hacerse con fidelidad a la verdad, esto es, a la realidad de esos datos y hechos que constituyen la realidad y que descubre nuestra inteligencia cuando no se niega a hacerlo. Por eso las pasiones como la rabia o la ira, las fobias, los prejuicios, los juicios de intenciones, los sentimientos en estado puro, los puros deseos, son siempre fuente de errores por parte de la voluntad cuando toma decisiones renunciando a la luz de la inteligencia.

En las actuales circunstancias políticas de España, es perentoria la exigencia moral de un voto reflexivo y responsable. Hoy menos que nunca podemos permitirnos el lujo de negar, ocultar o distorsionar las consecuencias de un voto que no responda a las exigencias de la inteligencia política. Unas consecuencias seguras, insoslayables, conforme indica la evolución de los datos aportados por la práctica totalidad de las empresas demoscópicas, tanto para poder evitar la continuidad de Pedro Sánchez en el Gobierno de la nación como para disponer de la necesaria mayoría absoluta en el Senado. Aludir al pasado de un partido que, en efecto, no todo lo hizo bien y frustró a muchos españoles que le habían votado, sin tener en cuenta los evidentes cambios que ha experimentado tanto en personas como en compromisos públicos, implica una renuncia a la inteligencia que daña la suerte de España y de todos los españoles. En otros procesos electorales autonómicos, municipales y europeos que están en puertas, se podría votar sin pensar si nuestro voto tendrá o no la perniciosa consecuencia de mantener a Pedro Sánchez en el poder, pero ahora no es posible.

Nadie cuenta con un pasado impoluto, ni las personas individualmente ni las organizaciones de tipo alguno, lideradas siempre por personas. La razón es muy sencilla: el ser humano ama la verdad y quiere hacer el bien, pero absolutamente nadie está exento de la posibilidad de pensar erróneamente muchas veces y de actuar moralmente mal otras tantas. Por eso repugna a la inteligencia y resulta moralmente reprobable juzgar las intenciones del prójimo adjudicándole errores ajenos y negándole la oportunidad de rectificación, ya sea a título individual o al mando de una organización. Las instituciones del tipo que sean, incluidos los partidos políticos, son meros instrumentos al servicio de la comunidad política, de la nación; lo que hagan o dejen de hacer en favor del bien común depende de sus dirigentes y especialmente de su voluntad de rectificar errores.

TODOS NOSOTROS tenemos en este momento una enorme responsabilidad moral con la suerte de nuestra nación y de Europa, y debemos actuar conforme a esa responsabilidad, anteponiendo España a todo lo demás, haciendo incluso lo que no nos gustaría tener que hacer si eso es lo que exige la inteligencia. De eso depende o no librar a España durante los próximos cuatro años del espectáculo bochornoso y de altísimo riesgo que hemos vivido desde que Pedro Sánchez se encaramó al poder, de la mano de quienes se limitan a cumplir deseos y satisfacer sentimientos por pura voluntad de rechazo a España y a sus propios vecinos. Son la expresión de una voluntad que no atiende a razones de tipo alguno, desprecia la realidad porque ha renunciado al ejercicio de la inteligencia. No podemos hacer lo mismo.

No soy sospechoso de haber aceptado cualquier cosa de nuestros partidos, ni de defender algún interés a toda costa por partidismo ciego. Yo mismo fundé un partido hace dos años ante la deriva ideológica del Partido Popular y la necesidad de refundar en España un conservadurismo realista, firme en sus convicciones y abierto a la necesaria conversación que ha de primar en la vida política democrática. Pero la sorpresiva llegada de Pedro Sánchez al poder y la aún más sorpresiva llegada de Pablo Casado a la presidencia del PP, con un mandato claro de renovación y regeneración de ese importante partido, que va avanzando en medio de circunstancias no siempre favorables, me obligó a pensar y a elegir lo que mi inteligencia y mi conciencia, alimentadas por datos objetivos, me señaló como lo correcto: la decisión de congelar las actividades. No fue fácil. Pero España debe estar siempre por encima de intereses partidistas y personales. Es una cuestión de patriotismo y de conciencia. Es decir, de inteligencia.

Antonio Torres es empresario y presidente de Red Madre.