José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

La investidura de Díaz Ayuso y los nombramientos de Cayetana Álvarez de Toledo y Elorriaga encumbran a Pablo Casado y superan el marianismo del PP. Comienza una nueva época

La investidura de Isabel Díaz Ayuso como presidenta de la Comunidad de Madrid sería también la de Pablo Casado como, ya sí, presidente del Partido Popular. El logro del poder por las tres derechas, primero en Andalucía y luego en Madrid, Castilla y León y Murcia —autonomías todas ellas con presidencia ‘azul’, a más de la de Galicia— ha tenido varias consecuencias pero, en lo esencial, dos.

La primera: consagrar la primacía del PP respecto de Ciudadanos y Vox. Los de Rivera son muleta y los de Abascal aportan, por activa o por pasiva, votos decisivos en las respectivas asambleas legislativas pero sin obtener cargos de gestión ni grandes concesiones programáticas.

 La segunda consecuencia es que la gestión de los pactos —no olvidemos tampoco el Ayuntamiento de Madrid— tras el 26-M ha consagrado a Casado como líder popular, retraído los escasos movimientos críticos en su contra y apuntalado su imagen en la opinión pública, gracias también a una sensible rectificación de discurso y posiciones consumada entre las generales y las locales, autonómicas y europeas.

Isabel Díaz Ayuso es una casadista sin fisuras, una fidelidad que le viene de su aguirrismo. La nueva presidenta madrileña —lo será mañana— es un estereotipo aparentemente poco consistente de la época gloriosa del PP madrileño. Aquella en la que Esperanza Aguirre, Ignacio González y Francisco Granados ‘cortaban el bacalao’, se enfrentaban a degüello contra Alberto Ruiz-Gallardón —promesa frustrada de la derecha— y chuleaban la autoridad de Mariano Rajoy, que jamás dominó el partido en su feudo más importante.

No es extraño en absoluto que procediendo de esa política hiperbólica (y en el caso de Aguirre ‘et alii’, un tanto hipócrita), Díaz Ayuso se haya identificado con Isabel la Católica, por aquello de la unidad de España, en un referencia histórica un tanto disparatada por anacrónica pero que escanea los criterios que maneja la nueva líder, porque estas expresiones, como las palabras, no son autónomas de las pulsiones de quien las expresa. Cuidado, sin embargo, con Díaz Ayuso. Es tan de hierro como Esperanza Aguirre; tan impertinente como ella y tan audaz, seguramente, como su predecesora. Esperemos que sea algo más sensata que ella y menos pródiga en chascarrillos, después de manejar algunos.

Pero hay algo más, Isabel Díaz Ayuso en la presidencia de la Comunidad de Madrid termina la operación de la condena de la memoria de Mariano Rajoy en el PP. Se ha producido con el anterior dirigente popular lo que ocurría en la Roma clásica: el Senado establecía la ‘damnatio memoriae’ del enemigo mediante la eliminación de todo vestigio de su trayectoria, fueran normas, monumentos, inscripciones y hasta de la mención de su nombre. Pablo Casado ha situado en la pica política la cabeza de Rajoy. Sin contemplaciones.

Como en la Roma clásica, Casado ha emprendido una labor de eliminación del enemigo mediante el borrado de todo su vestigio, incluso su nombre

Porque sin la más mínima, designó el pasado día 30 de julio a Cayetana Álvarez de Toledo portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso. La diputada por Barcelona (la única del PP por las cuatro circunscripciones catalanas) dio la campanada política el 14 de octubre de 2015 a través de un texto demoledor publicado en ‘El Mundo’ bajo el título “Anoche escribí al presidente”.

CAT comunicaba ‘urbi et orbe’ su “deseo de no volver a formar parte” de la candidatura de Rajoy porque no tenía argumentos suficientes para “defender la gestión del Gobierno”. Según la nueva portavoz popular en la Cámara Baja, durante el mandato de Rajoy “la democracia ni se ha regenerado ni se ha defendido”. Luego, con esa capacidad analítica de la que dispone Álvarez de Toledo, que la pertrecha mejor para el periodismo que para la política, describía lo que denominaba “el itinerario del fracaso”. Han pasado casi cuatro años y la voz popular en el Congreso será la de la que fue más devastadora y combativa antimarianista.

Hace solo unos días, Gabriel Elorriaga regresaba también al PP con un cargo de tronío: asesor de los tres grupos parlamentarios de su organización: el del Congreso, el del Senado y el del Parlamento Europeo. Elorriaga, como Cayetana, aunque con menos reiteración crítica, manifestó su disidencia frente a Rajoy muy tempranamente, en concreto el 26 de mayo de 2008, también en un artículo en el diario ‘El Mundo’, en el que sentenciaba —ya entonces— que Rajoy no era «capaz de ofrecer un liderazgo renovado, sólido e integrador». Se marchó y ha vuelto ahora.

La cuestión es, en definitiva, que Pablo Casado ha dado la vuelta al PP como a un guante y lo ha endurecido ideológicamente, lo ha expurgado de tecnocracia, de funcionarismo y lo ha alineado entre un desnortado Ciudadanos y un extremismo decimonónico como el de Vox. Cuando se trata de refutar la condena de la memoria de Rajoy, la respuesta es de manual: “El único presidente de la democracia expulsado por una moción de censura, al que le brotó la crisis constitucional más grave en Cataluña y al que le sobrepasó la corrupción en el partido”.

Por esa razón, entre otras, la investidura de Isabel Díaz Ayuso es también la de Pablo Casado, figuradamente, como presiente del PP y el inicio simbólico de una nueva etapa en la que el líder conservador tiene tres retos: absorber a Vox, aventajar de manera insalvable a Ciudadanos y ejercer una oposición a Sánchez dura pero racional. Limpio de marianistas el partido, debería poder hacerlo a pesar de las renuencias de Alberto Núñez Feijóo y de Juanma Moreno, que todavía está pellizcándose cuando se mira al espejo y se ve presidente de la Junta de Andalucía con el peor registro electoral de la historia del PP.

Y es que Casado, hoy y mañana, con la Isabel de 2019 que admira a la Católica, con Álvarez de Toledo y con Elorriaga, además de con otras circunstancias, carambolas y apoyos, ha ganado la partida interna. Además, tanto le favorecen una repetición electoral como un Gobierno de Sánchez en cualquiera de las versiones que se barajan. Comienza la reconstrucción aunque no, todavía, la refundición.