JORGE DE ESTEBAN-El Mundo

El autor sostiene que la decisión de cerrar el Parlamento es un acontecimiento que rebasa las fronteras del Reino Unido. A su juicio, es lo más grave que ha ocurrido en la historia de la Unión Europea.

EL RECIÉN NOMBRADO primer ministro de Gran Bretaña visita, antes de empezar la cumbre del G-7 en Biarritz, al presidente de Francia y cuando están ambos conversando coloca el zapato de su pie derecho, como si estuviese en una taberna, encima de una de las mesitas de caoba que adornan el salón. No es un gesto cualquiera: define la personalidad del primer ministro y demuestra que no tiene ninguna educación. Los ingleses se han distinguido siempre por sus formas elegantes y su respeto al protocolo.

La anécdota no es una casualidad, porque Gran Bretaña se ha dado un primer ministro cuyo historial asusta. Comenzó su carrera como periodista, después se pasó a la política, siendo elegido diputado por el Partido Conservador; posteriormente fue nombrado alcalde de Londres y sorprendentemente Theresa May, cuando fue nombrada premier, le convirtió en ministro de Asuntos Exteriores. Lo cual fue un grave error porque ya se había hecho famoso por sus bravuconadas, sus mentiras y sus fantasías siempre con su ordenada cabellera al viento. Pero lo peor es que se convirtió en el mayor defensor del Brexit. Esta locura que todavía no sabemos a dónde nos llevará es consecuencia de un absurdo referéndum que organizó ingenuamente David Cameron. Si se plantea un referéndum sobre cualquier banalidad, da igual que ganen los síes o que ganen los noes, porque de ello no depende el fin del mundo. Pero lo que hizo David Cameron es algo mucho más grave, puesto que planteó un referéndum sin necesidad, cuyo resultado condicionaba decisivamente el futuro de su país. Consistía en preguntar a los ciudadanos si eran partidarios de seguir en Europa o de salirse de ella. Un referéndum de esta importancia no puede ser que lo ganen simplemente los que obtengan más síes que noes, aunque sea por un voto, es decir, una mayoría minoritaria, que es lo que ocurrió. Si se plantea un referéndum sobre un tema del que depende el porvenir de la nación, se debe exigir una doble mayoría: en primer lugar, una determinada cifra mínima de participación, como por ejemplo el 70% de la población; y en segundo lugar, otra mayoría que, en términos parlamentarios sería de 2/3 de votantes, que representarían aproximadamente el 70% de síes o de noes para ganar el referéndum. Pero sea el resultado que sea, si no se alcanza el nivel de participación ni la mayoría requerida de votación que considero necesarios para un referéndum de este tipo no hubiese habido problemas en el referéndum de 2016, porque la mayor parte de país estaría a favor o en contra y asunto concluido. Pero no fue así, pues hubo un válido 71% de participación y el resultado fue prácticamente un empate, porque los favorables de salir de Europa eran el 51,9% mientras que los partidarios de seguir llegaron al 48,1%. Lo cual dividió a los británicos por la mitad. Por lo demás, fue una especie de estafa política, ya que prácticamente el empate se debió a que Cameron no hizo campaña a favor de quedarse en Europa porque lo daba por hecho.

Pues bien, un referéndum que claramente era absurdo, mal planteado y con una publicidad a favor de salir de Europa fue aprovechado por los partidarios del Brexit encabezados por Boris Johnson. De este modo, tras dimitir Theresa May en julio de 2019, los conservadores eligieron a Johnson como su líder y fue nombrado por la Reina como primer ministro. En su discurso de investidura en la Cámara de los Comunes expuso su idea de un Brexit duro y rápido. Pero nadie pensó en ese momento que Johnson en muchos cargos había demostrado su escaso respeto a las normas y su tendencia a falsificar la realidad de los hechos. Ha osado hacer algo que desde Cromwell nadie se había atrevido hacer, esto es, suspender el Parlamento británico, que es la madre de todos los parlamentos del mundo, dando así un verdadero golpe de Estado. Hitler se deshizo también, después de ganar unas elecciones, del Reichstag incendiándolo con un subterfugio. Pero eso se puede entender en un régimen totalitario como el que creó Hitler. Gran Bretaña es la inventora de la democracia parlamentaria y cerrarlo es un acontecimiento que rebasa sus fronteras. De ahí que cerrar el Parlamento británico para convertir a Johnson en un dictador, aunque sea por unas semanas, es lo más grave que ha ocurrido en la historia de la Unión Europea y sus consecuencias son peligrosísimas. En primer lugar, ha dividido Gran Bretaña en dos partes. En segundo lugar, la propia UE está en peligro porque se puede desintegrar a causa de esto. Y en tercer lugar, las consecuencias en la economía mundial serán terribles, como comprobaremos especialmente en España.

La actuación de este político alocado resulta inconstitucional y estúpida, porque el Parlamento siempre tiene un receso después del verano de dos semanas. Pero lo que ha querido demostrar, cerrándolo al menos por cinco semanas, es que puede someter la a Cámara de los Comunes a su capricho. Según señala el constitucionalista Thomas Smith, «el poder más alto y absoluto del Reino de Inglaterra lo representa el Parlamento».

En consecuencia, la conducta de Johnson, que por cierto nació en Nueva York y se asemeja bastante al presidente Trump, no solo es una burla del Parlamento para tener las manos libres antes del 31 de octubre, fecha en que caduca el Brexit acordado, sino que pone en entredicho la propia existencia de la Monarquía, ya que la Reina ha caído aparentemente en una trampa. Es cierto que los Reyes de las monarquías parlamentarias perdieron sus poderes con el tiempo, siendo hoy sus funciones mayormente simbólicas. Un gran teórico de la Monarquía británica, Walter Bagehot, decía que el rey de Inglaterra tiene como función «ser consultado, animar y prevenir». Pero no posee ningún poder autónomo de decisión. Por eso, en marzo de 1990, cuando el Gobierno belga presentó una ley aprobada por el Parlamento que permitía el aborto se creó un problema con el Rey Balduino, pues el aborto iba en contra de sus creencias religiosas. En vista de lo cual, el Monarca pidió una solución para poder sancionar esa ley. Tras varios intentos para convencer al Rey de que se trataba de «un acto debido», se utilizó una treta consistente en aplicar el artículo 82 de la Constitución belga, que regula la incapacidad temporal del Monarca. El Gobierno de Wilfred Martens asumió temporalmente la regencia y a los pocos días el Rey Balduino volvió a recuperar el trono, con el acuerdo de la mayoría del Parlamento.

Ahora bien, en el actual caso británico era difícil encontrar una solución semejante para superar el problema de la autorización de la Reina respecto de la suspensión temporal del Parlamento británico. De este modo, Johnson ha forzado a la Reina no solo a suspender la institución más democrática de Gran Bretaña, sino que además ha puesto en peligro la legalidad del acto de autorización de la Reina, tal y como vamos a ver.

Según Bagehot, la Corona únicamente puede ser el símbolo de la unidad de la Nación si mantiene su neutralidad y para ello no puede entrar en las luchas partidistas. La nación, afirma Bagehot, «tiene dos partidos, pero la Corona no es de ninguno de ellos, condición para ser de todos, sean del partido que sean». Sin embargo, la cuestión que la actualidad británica ha puesto sobre el tapete es si a la Reina, como a los demás reyes de las monarquías parlamentarias, les queda un «poder de reserva» que puede ser utilizado cuando hay una situación de bloqueo en el país y solo el rey, poder neutro y moderador como decía Constant, podría ayudar a resolver el problema. En este sentido, Bagehot escribe lo siguiente: «He aquí una verdad importante y un principio eterno que es necesario establecer: ningún poder de la tierra es ilimitado, ni el del pueblo, ni el de los hombres que se dicen sus representantes, ni el de los reyes, sea cual sea el título por el que reinen».

JOHNSON SE HA ATRIBUIDO un poder que no tiene, violando la Constitución británica claramente. La pregunta que se plantea entonces es la siguiente: ¿la Reina podría haberse negado a autorizar el cierre inconstitucional del Parlamento? En una situación como ésta, yo creo en el poder de reserva de las monarquías parlamentarias, que en España utilizaron el Rey Juan Carlos en 1981 y Felipe VI en 2017, pero la doctrina constitucionalista británica no es tan clara con respecto a una situación de crisis o bloqueo. Voy a señalar dos opiniones importantes. Por un lado, la de aquellos que mantienen que la Reina no tenía más remedio que firmar la suspensión del Parlamento, como le dijo Lord Esher a Jorge V: «Si la doctrina constitucional de la responsabilidad ministerial significa algo es que impone al Rey la obligación de firmar su propia sentencia de muerte, en el caso de que le sea presentada por un ministro a la cabeza de una mayoría parlamentaria. Si este principio fundamental se falsea, el fin de la Monarquía surge en el horizonte». Pero por otro lado existe una postura de la doctrina británica que, como señala nuestro mejor constitucionalista Manuel García-Pelayo, es opuesta: «No está excluido en principio que en algunas circunstancias el Rey adquiera poderes que hoy son meramente formales. Ello es así porque por debajo de sus funciones concretas el Rey está considerado como el guardián de los Constitución, y en este aspecto la mayoría de los tratadistas británicos con más o menos reservas, y partiendo siempre de la exclusión de criterios partidistas por parte del Rey, admiten su intervención cuando se trate de situaciones que subviertan la esencia de la Constitución británica. Así, nos dice Jennings que ‘el Rey puede negar su asentimiento (y por consiguiente hacer dimitir al premier o disolver el Parlamento) cuando el premier obre maquiavélicamente o con fines sectarios’».

No sabemos cuál de las dos posiciones se acabará imponiendo, pero en cualquier caso, la Monarquía británica gracias a Boris Johnson comienza a ser debatida.

Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.