La abulia triunfal del PP

DAVID GISTAU – ABC – 12/02/17

David Gistau
David Gistau

· El PP se aburre en un congreso sin incertidumbres.

El aguacero de Vallejo caía sobre Madrid. Había atascos de ingreso en la Caja Mágica que se habrían tolerado mejor de esperar al final un concierto de AC/DC. Entre la zona de prensa, gélida, periférica, y el ágora del congreso, había un sinuoso recorrido de siniestros corredores como los de un mercante ruso navegando hacia el desguace en Irkutsk.

Estas cosas deberían hacerse en Sevilla o no hacerse. En el ágora de los tenderetes había tal autocomplacencia que daban ganas de gritar «¡Aznar!» para que a los asistentes les atravesara un escalofrío como el de las hienas al oír «¡Mufasa!». Rajoy recorría el ámbito entre «selfies» y tumultos, magnético de poder, paternalista con los alevines de Nuevas Generaciones a los que endosó una charla pedagógica sobre la UE y la conveniencia de no esperar a que la vida de uno la resuelva un Estado proveedor: tampoco el aparato de un partido, añade este cronista.

Existe un fenómeno inexplicable y enternecedor, que es el entusiasmo, como de «gruppie» ante los Rolling Stones, que agita a los compromisarios provinciales cuando atisban a ministros, diputados, reñidores de tertulia y otros personajes en los que uno no había descubierto carisma alguno. Ha de resultar grato, para alguien que calibra presupuestos de autovías en la oscuridad insondable de la tecnocracia, sentirse Justin Bieber por un rato.

La ventaja es que, ante esta accesibilidad, a los compromisarios se les fomenta el entusiasmo y el sentido de pertenencia. Lo cual es importante, como observó Ana Pastor, cuando se trata de militantes que sirven en los territorios hostiles del independentismo con complejo de abandonados detrás de las líneas enemigas. Incluso Bauzá, expresidente balear, encara su congreso local con la vocación, no del todo compartida por su propio partido -arrasado allí por la corrupción-, de mantener en el PP la vocación de último baluarte de contención contra el advenimiento nacionalista. Eso, cuando entre sus propios parlamentarios cunde un entreguismo parecido al que en Cataluña permitió que Ciudadanos robara al PP el papel de paladín constitucionalista.

Por la sala pasó también Cospedal apenas unas horas antes de su consagración como secretaria general, que constituye un triunfo ante algunos intentos de erosión internos. El viernes pasado, a Cospedal casi le arruinó el congreso una enmienda/emboscada que no supo ver ni controlar el oficialismo del partido. Fue como cuando a Clouseau lo asaltaba el mayordomo Cato nada más entrar en su propia casa. Hubo un error garrafal de los peones de brega del partido -un error que señala a Maíllo- que no movilizaron votantes de contrapeso hasta el punto de que el vibrante discurso de Cospedal quedó opacado por lo poco que le faltó para verse metida en un lío de incompatibilidad de cargos. Todavía el sábado cundían las denuncias de pucherazo y el rumor de dimisiones de algunos militantes de Castilla-La Mancha que revelan que el contexto conspirativo probablemente era el control de la presidencia autonómica del partido.

A pesar de este sobresalto, el congreso fluía con una atonía que se hacía aún más claustrofóbica por la ubicación de la Caja Mágica: lejos de los bares del centro de Madrid, aislada por el temporal entre vías de tren y rotondas, en una espantosa tierra de nadie de esas en las que agonizan las grandes ciudades.

El discurso vespertino de Rajoy, además de una lógica de continuidad, confirmó que en este partido no existe la menor tensión intelectual, ninguna visión, ningún proyecto fundacional sobre los escombros del 45 occidental que sólo González Pons, en su garita europea que le confiere distancia, parece percibir en su dimensión verdadera. Sólo existe la rutina burocrática de un profesional de la supervivencia a quien los antagonistas se le autodestruyen. Y que ha contagiado las siglas de una satisfacción perezosa que ya no tiene ni a Aznar para enfrentarlas a su propio conformismo como de ver crecer la hierba como en las películas de Rohmer. Ya nadie regaña, ya nadie exige a los militantes que den de sí mismos una medida moral que trascienda los «selfies».

Por supuesto, de la corrupción no se habla, como tampoco de las digresiones a prisión. Incluso la polémica de la «maternidad subrogada» fue aplazada para que no enturbiara la calma chicha de un congreso tedioso de unanimidades durante el cual los propios militantes pedían noticias de lo que ocurría en Vistalegre igual que los hinchas de un equipo que ya ganó y que juega una tarde intrascendente preguntan el resultado de los partidos en los que se decide el descenso.

DAVID GISTAU – ABC – 12/02/17