Isidoro Tapia-El Confidencial

Andalucía es la única comunidad autónoma española que no ha conocido la alternancia política, un uso o costumbre que forma parte del acervo político en el resto del territorio nacional

A la presidenta andaluza no le gusta que se hable de anomalía para referirse al hecho de que Andalucía haya tenido gobiernos socialistas de manera ininterrumpida desde hace casi 40 años. Y, sin embargo, se trata de una anomalía (según la primera acepción de la RAE, “desviación o discrepancia de una regla o de un uso”). Andalucía es la única comunidad autónoma española que no ha conocido la alternancia política, un uso o costumbre que forma parte del acervo político en el resto del territorio nacional.

Que sea una anomalía, sin embargo, no quiere decir (necesariamente) que sea un defecto (esta es la segunda acepción de anomalía en la RAE), y menos aún que sea un resultado ilegítimo. Como es obvio, los andaluces han elegido en cada convocatoria electoral a quien libremente han decidido. En ningún caso debería discutirse la legitimidad de estos resultados. Lo que sin embargo no puede impedir analizar sus causas y sus consecuencias.

Los andaluces han elegido en cada convocatoria a quien libremente han decidido. En ningún caso debería discutirse la legitimidad de los resultados

En primer lugar, están los factores circunstanciales, no por ello menos importantes: Andalucía vivió un bloqueo político entre 1994 y 1996. En las elecciones de 1994, Chaves consiguió el peor resultado electoral histórico del PSOE en Andalucía (45 escaños), frente a 41 del PP y 20 de IU. Los parlamentarios comunistas se ausentaron de la investidura de Chaves, permitiendo así su reelección, pero desde entonces negaron el pan y la sal al nuevo Gobierno, que prorrogó una vez los presupuestos antes de disolver anticipadamente la cámara andaluza. La famosa pinza entre PP e IU fue seguramente el principal motivo por el que Andalucía siguió teñida de rojo mientras el resto de España se vestía de azul en las elecciones de 1996.

Aún más excepcionales fueron las elecciones del año 2000. Mientras el PP conseguía la mayoría absoluta a nivel nacional (con el 44,5% de los votos, frente al 34,1% del PSOE), en las elecciones autonómicas andaluzas que se celebraron al mismo tiempo el PSOE conseguía la victoria con el 44,9% de apoyo. Algo parecido ocurrió en 2012, justo después de que Rajoy consiguiese otra mayoría absoluta para los populares. Si en las generales el PP había vencido ampliamente en Andalucía (por casi 500.000 votos de diferencia), en las autonómicas Javier Arenas dilapidó casi toda esta ventaja, ganando por apenas 40.000 votos de diferencia, insuficientes para formar un Gobierno que retuvo el PSOE en coalición con IU.

Más allá de los factores circunstanciales (si el orden de los comicios en 2011 hubiese sido primero andaluzas y luego generales, seguramente el PP hubiese ganado las dos citas electorales), es indudable que cuando una anomalía se mantiene durante casi 40 años existen también factores estructurales que la explican. Quizá la oposición andaluza (Felipe González dijo una vez que era “mala de cojones”) no haya estado a la altura: Javier Arenas tiene el dudoso honor de haber perdido hasta cuatro elecciones andaluzas (1994, 1996, 2008 y 2011, esta última una victoria pírrica que en realidad fue una derrota, como ya he explicado): si la permanencia de los socialistas en el Gobierno andaluz tiene pocos precedentes, la longevidad de la oposición no le va a la zaga. De hecho, Andalucía ha tenido más presidentes autonómicos (seis) que líderes de la oposición (cinco, Hernández Mancha, Gabino Puche, Javier Arenas, Teófila Martínez y Juanma Moreno). Otro récord.

Cuando una anomalía se mantiene casi 40 años, existen factores estructurales que la explican. Quizá la oposición no haya estado a la altura

¿Cuál ha sido el verdadero error de la oposición andaluza? ¿En qué se ha equivocado? Un error típico cuando se hace frente a un Gobierno que lleva muchos años en ejercicio, es pensar que los ciudadanos que son favorables al cambio lo ansían. En la condición humana está ser reacio ante lo desconocido. Por eso, los cambios de hegemonía política, salvo que medie una crisis profunda o un escándalo mayúsculo (a veces, incluso aunque se produzcan estos), normalmente no se producen a través de una gran ola de cambio. Estas son las excepciones. El final de los tres gobiernos más longevos que han existido en nuestro país, el de Felipe González en 1996, el de los nacionalistas catalanes en 2003 y el de los nacionalistas vascos en 2009, no fue a través de un tsunami electoral: al contrario, en los tres casos fue una evolución más que una revolución, y precisó el concurso de varias fuerzas políticas (Aznar necesitó a los nacionalistas vascos y catalanes para gobernar, Maragall formó el tripartito y Patxi López recibió el apoyo de los populares vascos).

Para cambiar un Gobierno que lleva varias décadas en ejercicio no hace faltar arrancarle el corazón, como hacía el sacerdote del templo maldito de Indiana Jones. Es mucho más superficial: simplemente hace falta quitarle algunos pelos. Es lo que habitualmente se conoce como ‘swing voters’. En política, lo decisivo no son las entrañas sino las escamas. La superficie antes que el interior.

¿Y cuáles son los votantes que están en la epidermis de los socialistas? Se trata de aquellos que están valorando no votarles, aunque normalmente lo hagan. De acuerdo con el CIS que se acaba de publicar, un 26,6% de los encuestados dice no saber a qué partido va a votar (10 puntos más que en la misma encuesta preelectoral de 2015). Son, sobre todo, mujeres (entre quienes este porcentaje alcanza el 30,6%, frente al 22,6% de los hombres). En particular, las mujeres situadas en dos franjas de edad: entre los 35 y 44 años y las mayores de 65 años (si se me permite la simplificación, son las madres con hijos pequeños y las abuelas). Son colectivos que muestran su preocupación por las cuestiones de índole económica (especialmente el paro, uno de los talones de Aquiles de la sociedad andaluza) pero también, por primera vez en muchos años, por la calidad de los servicios públicos como la sanidad y la educación. En cambio, su preocupación es menor por los temas más ariscos, como la corrupción. Tampoco tienen un perfil ideológico muy acusado (ambos grupos están ligeramente más a la derecha que la media de la población andaluza, aunque todavía por debajo del 5, es decir, en la zona templada del centro izquierda).

 

¿Puede alguno de los candidatos de la oposición conquistar a estos votantes? ‘A priori’, Juan Marín parece mejor colocado: entre las mujeres recibe una puntuación de 3,55 frente al 3,27 de Juanma Moreno. Su colaboración con el Gobierno andaluz en los últimos años le ha quitado aristas a Ciudadanos, un requisito necesario (pero no suficiente) para conquistar a los votantes socialistas de la epidermis. El principal hándicap de Juan Marín es su falta de conocimiento: apenas un 46,9% de los votantes lo conoce, menor que Juanma Moreno (56,2%), Teresa Rodríguez (59,1%) y por supuesto Susana Díaz (91,9%). Esta debilidad del líder andaluz de Ciudadanos es, si cabe, más acusada entre los ‘swing voters’: entre las mujeres, apenas lo conoce el 38,4%, y solo el 40% de los mayores de 65 años.

Cs tiene una figura con proyección nacional, mujer, con una edad justamente entre 35 y 44 años, y una valoración especialmente alta entre los mayores

¿Puede hacer algo para contrarrestarlo? Sí, y sospecho que ya lo está haciendo: porque Ciudadanos tiene una figura con proyección nacional, mujer, con una edad justamente entre 35 y 44 años, y una valoración especialmente alta entre los más mayores. A nadie le debería extrañar que durante las dos próximas semanas veamos más a Inés Arrimadas en su Andalucía natal que en la Cataluña donde reside. Porque seguramente depende de ella que pueda llegar el cambio a Andalucía.