ABC-IGNACIO CAMACHO

Casado ha puesto su propio proyecto a prueba al convertir a Ayuso en la principal referencia de poder de la derecha

AHORA que al fin es presidenta de Madrid, el gran baluarte simbólico del liberalismo español, a Isabel Díaz Ayuso le convendría contratar a un spin doctor, un gurú que, a la manera de Iván Redondo con Sánchez, le construya una imagen y le diseñe las líneas maestras de una estrategia. Y sobre todo, que le ayude a entender algo que nunca ha acabado de aceptar la derecha: que la comunicación política –y la política de comunicación– no consiste tanto en explicar las decisiones como en hacer que éstas comuniquen por sí mismas. Que sean ellas, más que las declaraciones y los discursos, las que sirvan de marco y eje de una narrativa. Eso es lo que va a necesitar para sobreponerse al bombardeo que le espera, al blitz de propaganda negativa y denigratoria al que la va a someter la maquinaria de guerra de una izquierda que la ha señalado, igual que en su momento a Aguirre, como el objetivo sobre el que concentrar toda su devastadora fuerza. Sólo que Esperanza tenía mayoría absoluta y piel de rinoceronte mientras Ayuso carece de experiencia y va a gobernar en una coalición que a simple vista parece escasa de cohesión y fortaleza.

La nueva líder de la autonomía madrileña tendrá además que desempeñarse con un ojo puesto en sus adversarios y el otro en sus propios aliados. A diferencia de Andalucía, donde el PP mantiene buena sintonía con Ciudadanos y Vox ha orillado al polémico juez Serrano para sustituirlo por un dirigente razonable y de perfil bajo, el pacto de Madrid se antoja mucho menos compacto. Por una parte, los naranjas desconfían del cuestionable pasado de los populares y sienten por su cabeza de filas un muy descriptible entusiasmo. Por otra, la organización capitalina de Vox está en manos de un núcleo duro muy arriscado que incluso ha sido capaz de dejar a Abascal en un extraño segundo plano. Con esos socios que le disputan el electorado y enfrente una izquierda pertrechada de fuerte apoyo mediático, a la flamante presidenta se le va a acumular el trabajo. Y en su partido hay bastante gente al acecho de sus posibles resbalones para cuestionar a su protector Pablo Casado. Si en sus primeros pasos no delimita pronto el territorio y exhibe carácter y firmeza de rasgos, le van a dibujar una caricatura que la perseguirá durante todo el mandato. Se le ha acabado el plazo para ocurrencias como la de Isabel la Católica y similares arranques espontáneos. A partir de ahora es el principal escaparate de poder de la alternativa al socialpopulismo, y ésa es una responsabilidad que exige un rigor profesional máximo, sin margen para ensayos ni tanteos impremeditados.

A su favor cuenta con el factor sorpresa. Lo tiene todo por descubrir y una oportunidad en cada prueba. De su sagacidad para aprovecharla depende que se deje abrasar como Ana Botella o logre erigirse en baronesa de un casadismo al que le faltan elementos de anclaje y referencia.