LA CALLE TAPIADA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Toda la irritación popular contra el bloqueo político no parece bastar para que los votantes se rectifiquen a sí mismos

SÓLO un siete por ciento de los electores, según los cálculos del brujo Michavila para ABC, cambiaría su voto en caso de repetición electoral, aunque un millón y medio expresaría mediante la abstención –«conmigo que no cuenten ya»– su hartazgo frente al colapso político. Con ese porcentaje más bien exiguo podría producirse, como en 2016, un ajuste significativo en el reparto de escaños, en el sentido de otorgar una prima al relato victimista de Sánchez y apuntalar a los dos partidos mayoritarios, pero sin que la correlación general de fuerzas experimentase grandes cambios. Lo que significa, en esencia, que el cabreo que parece manifestar la calle no es lo bastante sólido para provocar un corrimiento de tierras de magnitudes considerables. Y que toda esa irritación que la opinión publica vierte contra la clase dirigente en términos hipercríticos carece, a la hora de la verdad, de la motivación suficiente para que los ciudadanos se rectifiquen a sí mismos. Dicho de otro modo: que estamos muy cabreados por la situación, pero en el fondo seguimos instalados en un pensamiento sectario, antagónico, que atribuye toda la responsabilidad de cualquier problema al competidor, al adversario, a la encarnación del concepto tribal de «los otros».

Así es nuestra sociología electoral, anclada en tabúes viscerales y en profundos prejuicios, en el convencimiento de que la contienda democrática representa ante todo un desafío dogmático en el que es menester cerrar filas contra el enemigo. Y así lo ha entendido hasta Rivera, que construyó su partido como una tercera vía ante la cerrada dialéctica del frentismo para acabar envuelto él también en el toma y daca del combate trincherizo. La evolución de Cs es todo un símbolo: una alternativa moderada, transversal, renuncia a su propia vocación mediadora para no quedarse sin sitio. La cultura política de los consensos y de las mutuas cesiones, la que encontraba en la transacción salidas airosas para cualquier laberinto, se ha disipado en un clima bronco, inmóvil, de enfrentamiento y conflicto.

Pero eso sucede porque nosotros queremos. Porque entre todos hemos decidido tapiar la calle de en medio. Nuestros representantes, la palabra lo dice, no son más que el reflejo de lo que somos aunque luego apedreemos un escaparate en el que no nos gusta vernos. Pero si nos vuelven a convocar nos retrataremos volviendo a elegir a quienes estamos echando la culpa del bloqueo. Es la teoría de los ciclos, dicen los expertos: nadie muda de criterio ni de papeleta en tan poco tiempo. Que cambien los demás, que se muevan ellos, que se arrepientan del error crucial de no ser de «los nuestros».

Se necesitan, por lo visto, más decepciones, más fracasos para que esos siete de cada cien españoles no resulten unos tipos raros, unos pusilánimes tornadizos, unos mamarrachos capaces de probar otra ruta para salir de un atasco.