La cara y el espejo

ABC 29/06/16
IGNACIO CAMACHO

La sobrevaloración mediática de los nuevos partidos ha generado un narcisismo que distorsiona su visión de la realidad

«Arrojar la cara importa que el espejo no hay por qué» (Quevedo)

HAY en los liderazgos de los nuevos partidos un componente narcisista que dificulta su comprensión de la realidad al interpretarla desde una autoestima agrandada. Se trata de un rasgo de política adolescente acentuado por la costumbre de una sobrevaloración mediática y demoscópica. El rápido crecimiento de estas fuerzas recientes, transportadas en volandas al estrellato televisivo, ha generado entre sus dirigentes una burbuja de autocomplacencia que acaba de sufrir el domingo un severo pinchazo de contraste. La capacidad de procesar la decepción como prueba de madurez constituye un elemento natural del desarrollo; de la medida en que sepan evaluar su umbral de tolerancia a la frustración depende en gran parte su correcta adaptación al sistema político que ellos mismos están configurando con una eclosión que aún necesita ciertos ajustes de aprendizaje.

El patente narcisismo de sus líderes ha llevado a Podemos y a Ciudadanos a severos errores de interpretación en esta campaña. El más grave ha sido el de sobrestimar su penetración en el tejido social, deslumbrados por el reflejo adulador de la políticaespectáculo y las redes sociales. España no es sólo Twitter, donde apenas un 17 por ciento de la población tiene cuenta. España no son sólo las grandes capitales. En España viven millones de personas con una memoria biográfica muy sólida que no se modifica con el ruido de las tertulias. España es compleja, heterogénea, difícil, y está cosida con hilos invisibles más fuertes de lo que parecen bajo el espejismo adanista.

Pero también han minusvalorado con desdén la resistencia del viejo bipartidismo, asentado en una potentísima implantación territorial y sociológica. Una organización creada hace dos años en los despachos universitarios y las librerías de Lavapiés no derriba con facilidad a un partido con el músculo ejercitado en 137 años de convulsiones históricas. Una fuerza improvisada con militantes de aluvión no puede desafiar sin más a una maquinaria como la del PP, el ejército político más numeroso y mejor pertrechado de Europa. La partitocracia convencional está en crisis, pero aún anquilosada es capaz de movilizar en caso de emergencia una enorme fuerza telúrica. La arrogancia narcisista, impermeable a la autocrítica, crea dificultades para entender que un veterano de aire cansino y lenguaje de madera, un burócrata del poder abrasado de escándalos, le tuerza el pulso a dos arrolladores tribunos jóvenes, carismáticos y seductores. Y el estupor ante ese fracaso provoca trastornos de diagnóstico. Pero la culpa no es del señor de Hont ni del empedrado. Simplemente corresponde a una percepción engañosa, típica de la posmodernidad, que tiende a confundir el singular con el plural, la anécdota con la categoría y el sujeto con el objeto.