Tonia Etxarri-El Correo

Señalar al adversario como responsable de los desastressuele dar muchos réditos políticos

Hasta el último minuto habrá partido. Eso sostienen quienes no tienen nada que ganar en unas nuevas elecciones. Pero no deja de ser la formulación de un deseo. Porque son conscientes de que las cartas están prácticamente echadas. Han sido cuatro meses de juego tedioso para los espectadores y, sin embargo, sufridos votantes. El pasatiempo se ha librado en un campo embarrado de trampas para mantener la tensión a la espera de que el árbitro pite el final de la competición. Es el turno del Rey esta semana. Después de haber escuchado a quince portavoces políticos, comunicará el despeje del balón: segunda vuelta de la investidura o segunda vuelta de elecciones. Si se mantiene la incógnita hasta mañana martes es porque Sánchez, a pesar de haber dado muchas pistas orientadas a su preferencia a volver a las urnas hasta que le den la mayoría que hoy no tiene, resulta imprevisible. Los diputados no quisieron disimular y emitieron una sonora carcajada en la sesión plenaria del Congreso de la semana pasada, cuando el dirigente socialista dijo que no quería otras elecciones. Sencillamente porque no le creyeron. Pero la única certeza que le mueve, hoy por hoy, es mantenerse en el poder. Sin nadie que le moleste. Su concepto de gobierno de coalición, tan alejado de tantas referencias europeas, pasa por ser él el presidente y, a su alrededor, una oposición que le vaya facilitando el camino. Todo lo demás (los medios para gobernar, sus planes ante los primeros síntomas de recesión económica, el desafío secesionista de Cataluña) está en el aire. Las 370 medidas de ayer pueden cambiar mañana. De la misma forma que el pacto suscrito con Rivera en el año 2016 es ya una quimera para el nuevo Sánchez. Por no mencionar el Manifiesto de Pedralbes acordado con la Generalitat de Quim Torra. Ahora quiere subir la cotización electoral. Por eso no ha negociado nada en serio con Iglesias. Tampoco ofreció nada al PP y a Ciudadanos para ganarse su abstención. Repite el mantra de que los electores votaron un gobierno de izquierdas y progresista. Pero con los resultados en la mano (primera fuerza PSOE, segunda PP, tercera Ciudadanos y cuarta Podemos), los votantes le dieron la oportunidad de pactar a izquierda y derecha. Esa es la realidad. La despreció.

Mientras los focos se centran en el próximo movimiento humillante de un Iglesias humillado, la duda es saber qué le tienta más a Pedro Sánchez. Si la campaña para el 10 de noviembre está ya servida, Pedro culpará a Pablo de ser el responsable de la vuelta a las urnas. Y se presentará como el único representante de un partido de izquierdas solvente y con experiencia de gobierno. Una tarjeta de visita calcada a la que utilizó Rajoy con Ciudadanos en busca del voto útil. Y no le fue nada mal al líder del PP en 2016. Con el 33% de los votos y 137 diputados. En esas coordenadas se mueve ahora el nuevo Sánchez. El miedo a la derecha ya está amortizado. Ahora toca vender la imagen de la estabilidad ubicándose en el lado opuesto de un desnortado Iglesias. Tras el lamentable espectáculo protagonizado por Pedro y Pablo que culminó en un cruce de reproches públicos en sede parlamentaria, el líder socialista va ganando el pulso de la imagen.

Señalar a los adversarios como culpables de las situaciones bloqueadas suele dar muchos réditos en política.

En Euskadi, el PP vasco ha salido reforzado de su convención tras el ‘rejón’ de Cayetana Álvarez de Toledo y el abrazo de Pablo Casado. Del fuego desatado por la portavoz parlamentaria quedan los rescoldos. Las llamas se han extinguido después de haber salido todos a una contra quien les había señalado como tibios con el nacionalismo. De los titulares que Alfonso Alonso ha dado este fin de semana, los más llamativos han pasado desapercibidos. Que el PNV no respeta al PP vasco. Por ejemplo. Que donde puede intenta liquidarlos. En Euskadi no tenemos un oasis vasco sino un gobierno sin oposición. Que no es lo mismo. El PNV sabe cómo amarrar a sus competidores electorales. Permite que los socialistas le acompañen en el gobierno. Y pacta con EH Bildu las bases del nuevo Estatuto vasco. Es conservador, codicia al electorado del PP y es capaz de hacer política progresista. La cuadratura del círculo. Por eso el PP vasco sabe que para ejercer oposición en el letargo institucional vasco necesita fuerza suficiente. Si Alfonso Alonso no consigue en las próximas elecciones renacer de sus cenizas, inmediatamente le buscarán para señalarlo como culpable.