IGNACIO CAMACHO-ABC

Para desarmar al centro-derecha de su principal argumento, el Gobierno busca en Cataluña una bajada de decibelios

SI antes de la moción de censura existía un general consenso en que el principal problema de España es el conflicto separatista, es objetivamente imposible que en quince días haya dejado de serlo. Sin embargo lo parece porque el debate político ha dado un vuelco y porque el nuevo Gabinete se ha propuesto aplicar en Cataluña una bajada de decibelios. El relevo en el poder ha provocado un terremoto interno en el PP y tiene a Cs sumido en un reenfoque estratégico, situación que el Gobierno ha aprovechado para acercarse al nacionalismo en busca de un punto de encuentro. El PSOE siempre ha postulado soluciones de apaciguamiento: reforma constitucional, vuelta al Estatuto de 2006 y otras variantes de un vago confederalismo de privilegios. Su apoyo al 155 fue inevitable porque Sánchez había detectado la indignación de los españoles tras el golpe del referéndum y no podía aislarse de ese general desasosiego. Pero siempre ha tenido otra agenda, más próxima a la del PSC, y ahora que puede imponerla no ha perdido un momento. Aunque no esté en condiciones de ofrecer nada serio, le conviene que descienda el ruido porque la apariencia de baja conflictividad despoja al centroderecha de su principal argumento. Si el presidente logra que Cataluña deje de ser el primer factor de decisión de voto podrá escalar posiciones en poco tiempo.

Por tanto el mayor error que puede cometer la actual oposición es entrar al trapo de maniobras de distracción y otros señuelos, enredarse en discutir la política de gestos –como el del Aquarius o la sanidad para inmigrantes– en la que los socialistas son expertos. Pero no por razones electorales, que también, sino porque el desafío soberanista es la clave del presente y del futuro de España y ningún partido con responsabilidad puede olvidar este concepto. Y no sólo se trata de la cuestión catalana: el cambio en la Presidencia ha coincidido en el País Vasco con una demanda de autodeterminación en términos hasta ahora inéditos. El PNV está calentando motores para su propio procés y teniendo en cuenta los apoyos que recibió la moción de Sánchez resulta imposible no apreciar una relación de causa y efecto.

Si PP y/o Ciudadanos permiten que el sanchismo escamotee el paradigma esencial de la política española, o lo camufle con piruetas y escarceos, la izquierda y los diversos nacionalismos tejerán sin trabas las bases de su proyecto: un pacto de ablandamiento de las estructuras del Estado para acomodar en ellas parte de la pretensión de soberanía de los insurrectos. El regreso más o menos preciso al plan de la «nación de naciones» de Zapatero. Por ahora se trata sólo de detalles y tanteos, pero indican la nueva dirección del viento. Si lo que queda del bloque constitucionalista se despista en su propio aturdimiento, aquella floreciente España de las banderas de octubre se agostará en una amarga condena de desconsuelo.