La costurera

ABC 30/09/16
IGNACIO CAMACHO

· Díaz ha admitido su error al apostar por un líder títere que le calentase la silla. Ya no tiene margen para amagos

SE va acabando el plazo. En algún momento Susana Díaz va a tener que anunciar hasta dónde está dispuesta a llevar el órdago que ha encabezado. Antes del Comité Federal es lógico que no descubra ninguna baza, pero en las próximas semanas, quizá días, ha de aclarar si da o no da el paso. Los conjurados están sorprendidos de la resistencia de Sánchez, que se ha declarado en rebeldía ante los propios rebeldes y se ha metido no ya en la trinchera, sino en un búnker literalmente protegido por guardias de seguridad. Para sacarlo de ahí van a necesitar lanzallamas. El sainete de ayer en Ferraz no beneficia a los críticos y aún menos a la seriedad del conflicto; en medio de un combate feroz las facciones enfrentadas se han entregado a una trifulca corralera de cerraduras y candados, un espectáculo tragicómico propio de una pareja en trámite de divorcio. Lo que menos conviene al PSOE es convertirse en carne de reality, en una parodia de «Gran Hermano». Díaz se ofreció ayer para coser el partido, en diáfano reconocimiento de que está roto, abierto en canal, desgarrado. Tampoco es menester ser licenciado en politología para apreciarlo: esta querella terminal supera en encarnizamiento a la de renovadores y guerristas en los años noventa, que al menos fue una disputa por el escalafón, sin cuestionar la aún sólida autoridad felipista. Ahora está en juego la cabecera del partido y su mismo proyecto, del que Sánchez, demasiado entretenido en perder elecciones, no ha sabido o querido ocuparse. Cuando acabe el asalto, si lo ganan, los disidentes tendrán que aplicarse a una reconstrucción casi de posguerra civil, y eso requiere de alguien con carácter, pujanza y liderazgo. Si vence Sánchez están perdidos todos, porque más allá de su coriácea terquedad, de su obstinado aguante de tentetieso, ya ha demostrado que le vienen grandes los galones, que carece de jerarquía, de luces largas y de rango.

En esta bronca los socialistas están consumiendo, además de mucho crédito político, gran parte del tiempo que precisan para su propia transición. Cargarse a un secretario general es una operación muy grave que requiere una convalecencia en condiciones. Pero ya no disponen de margen para soluciones provisionales: se han equivocado demasiado. Y la primera, Díaz, que apostó por un candidato que le calentase la silla mientras ajustaba su calendario. Ahora se le han agotado los recursos intermedios, los títeres y los amagos: o se sube al tren o se queda como Penélope en la estación, con la mirada perdida y el gesto congelado.

La sensación dominante es que se va a subir… si ve el trayecto claro. Es la jefa visible de la conspiración y no va a tener más remedio que asumir las consecuencias del reto que ha liderado. Al postularse como costurera mayor parece dispuesta a aceptar la tarea. Aunque va a necesitar mucho hilo para suturar las heridas de tanto estrago.