JORGE BUSTOS-EL MUNDO

TAN ANTIGUA y profunda es la pasión de España por la guerra civil que se las ha arreglado para reducir a la pugna de dos únicos bandos unas elecciones a las que concurren cinco partidos nacionales. El 28-A ha quedado configurado como un revival posmoderno y tristísimo de las dos Españas, donde los nietos de los vencedores se han cansado de esperar las credenciales democráticas extendidas en régimen de monopolio desde hace décadas por los nietos de los vencidos.

Una garrafal polarización se ha larvado durante años en el subsuelo de lo establecido. Era un rumor de fondo al que el marianismo puso sordina y al que el sanchismo se la ha quitado por cálculo electoral: ahora señala a voces a su criatura desenterrada para espanto de almas bellas en busca de cantautor. Si Franco no sale de la montaña, la montaña sale al encuentro de Franco.

Ahora bien, todo esto del fascismo a las puertas no deja de ser un truco de guion que distrae del verdadero choque del 28-A: plurinacionalismo contra unidad. Se dirime si desandamos o aceleramos hacia la década prodigiosa de Iceta, al término de la cual la Constitución ocupará en el cementerio la plaza dejada por la exhumación de los viejos fantasmas. España no será entonces una nación plural de ciudadanos libres e iguales sino una confederación de naciones desiguales y resentidas. Sánchez asumirá este plan porque no tiene escrúpulos pero a cambio tiene socios: Podemos, PNV, ERC, Bildu. No tiene otros, y por eso ayer mismo volvió a prometer más autogobierno para Cataluña, donde va a haber que ganarle terreno al mar para poner más autogobierno, como hacen los gibraltareños con el hormigón.

Con la alternativa fragmentada negándose al voto útil, la hipótesis de un sanchismo que dure diez años no es descabellada. Porque el proyecto destituyente seguirá su curso hondo mientras nos odiamos en la superficie. El odio representa hoy la primera industria del Estado junto con el turismo. Lo generamos en plazas y en redes, a la cara y por la espalda, desde el centro y desde la periferia, del campo a la ciudad y de la ciudad al campo. Odiamos con largueza y nos odian sin pudor. Yo he visto a algunas de las mejores mentes de mi generación degradadas por un odio cuidadosamente alimentado, que crecía en ellos como un bonsái tísico de cuya deformidad dependiera su autoestima. Gente incapaz de crecer recto, enanos morales que siempre encuentran un gigante mitológico al que culpar de su frustrante horizonte de vida. Esta no es la España que quieres. O quizá sí. Y ese es el problema.