La decepción

 EL MUNDO  13/07/17
ARCADI ESPADA

FERNÁNDEZ, he leído con gran placer su discurso al recoger la Almuravela de oro que acaban de darle en Asturias por su carácter conciliador y proclive al consenso político. Es un gran discurso. A usted le gusta leer y ha leído. Usted es lector antes que socialista y por eso cita a Vargas Llosa, a Azaña, a Bauman y ¡a Hayek! (el que clamaba contra los socialistas de todos los partidos, perdóneme que me meta: yo los llamo reaccionarios y creo que hoy es mejor llamarlos así), y por eso incrusta el título del mejor libro de Félix de Azúa para tirar sobre la línea la frase mejor de un discurso lleno de grandes frases: «Ser moderado es saber que la política es un aprendizaje de la decepción». Pero no querría ser mal entendido: su discurso no es bueno porque demuestre que usted ha leído. Leer está al alcance de cualquiera, y leer reseñas y contraportadas, específicamente, al alcance de la izquierda española. (Sobre la derecha nada debe decirse porque está claro que la derecha no lee, y cuando lee es que lee de verdad). Su discurso es bueno, insólito, inalcanzable para cualquier político español de nuestro tiempo, porque usted lo ha pensado, lo ha escrito y lo ha dicho. Porque tiene el palabreo sencillo, casi humilde, un punto resignado, de las cosas realmente profundas. Y, sobre todo, porque no presume de la peor arrogancia de los políticos españoles de nuestro tiempo, que es la de ser burros, acémilas irrevocables, y exhibirse galantemente como tales. Este discurso, y su efímero pasado al frente del que fue un gran partido español, prueban que usted no considera la política un antintelectualismo. Prueban que usted, y perdonéme otra vez, como yo, tiene en la cabeza los fracasos de Cicerón, de Weber, del propio Vargas Llosa y de Ignatieff. Pero también los éxitos de Montaigne, de Azaña –sí, de Azaña– y de Havel. Y que usted sabe, su discurso asturiano lo prueba, que la política, el funcionamiento de la política, es una poderosísima construcción intelectual, desde Montesquieu a Marx pasando por Adam Smith.

Y sin embargo, Fernández, usted falló. Usted recoge almuravelas de oro y en su lugar, usurpándolo, hay un hombre cuyos discursos avergüenzan, porque podrían ser dichos por cualquier otro y porque su boca pudo decir ayer lo contrario de lo que hoy dice. Usted falló Fernández, y como parece que ahora le queda un largo y lisonjero camino de decidor de discursos vaya preparándonos uno que explique por qué la acción es la única verdad de la política.