ABC-IGNACIO CAMACHO

El humillante caso Puigdemont retrata a España como una democracia incauta, candorosa, jurídicamente autodesarmada

LA ley es la ley, y los sistemas de libertades se basan en la razón de su observancia. Por tanto, poca discusión cabe sobre la idoneidad del criterio del Tribunal Supremo favorable a que Puigdemont pueda ser candidato a la Eurocámara. Lo protegen el principio de presunción de inocencia y el derecho constitucional de participación política, y por ende le otorgan ventaja las lagunas de una ley electoral desfasada. Concurren en el caso situaciones absurdas como que el prófugo no esté siquiera censado en España, y el único consuelo consiste en que, aunque salga elegido, tendrá que exponerse al arresto si viene a recoger su acta, salvo que la Corte Europea falle una resolución contraria. Pero el asunto deja el mal sabor de boca de un flagrante abuso del Derecho para humillar a una democracia incauta, cuyo bobo candor la deja estúpidamente autodesarmada y ofrece a sus enemigos resquicios por donde atacarla.

Hace un año, Ciudadanos propuso una reforma parcial de la normativa electoral para impedir esta clase de supuestos. Ahí ha quedado la cosa, en un mero intento. La LOREG necesita una actualización que la adapte a las circunstancias de este tiempo, que contemple el universo de las nuevas tecnologías, que revise la prohibición de las encuestas, que ofrezca respuestas a los retos surgidos desde que los legisladores la escribieron. Pero ese obvio ajuste tropieza en la eterna falta de consenso porque a los políticos les importa sobre todo corregir el mecanismo de asignación de diputados, que es lo que influye sobre la formación de los gobiernos, y existe al respecto una diferencia insalvable entre los intereses de los partidos clásicos y los nuevos. Ninguno de ellos acepta que ningún modelo de regulación del sufragio es perfecto y que lo importante es jugar todos y siempre con las mismas reglas del juego. En la parálisis de ese debate mostrenco han hallado el expresidente catalán y sus compañeros la fisura por la que burlarse del ordenamiento; y aún queda pendiente el probable espectáculo de los líderes separatistas presos acudiendo en un furgón celular a la sesión inaugural del Congreso para ocupar, al menos de manera provisional, los escaños para los que han sido electos. Cuando esa foto dé la vuelta al globo no será el retrato de un régimen autoritario, sino de un Estado bochornosamente ingenuo.

Es duro de asumir que un país que ha sufrido un golpe institucional contra las bases de su convivencia reciba además un agravio a su honor colectivo y un ultraje a su dignidad amparado por su propio orden jurídico. Se trata de una paradoja conceptual, de un chirriante contrasentido que permite a los autores de un delito reiterado retorcer el espíritu de las leyes en su beneficio. Stolida lex, sed lex: la fórmula de un desatino en términos sociales, morales y políticos. Un triunfo de la sinrazón que deja a una nación civilizada (?) en ridículo.