“La democracia y el principio de legalidad son inseparables”

EL PAÍS 24/08/17
STÉPHANE DION

· Dion, representante ante la UE de Canadá, defiende que «la unidad de España es algo a resolver con arreglo a su Constitución»

El canadiense Stéphane Dion (Quebec, 1955) es una autoridad en procesos de secesión. Ministro en varias ocasiones, impulsor de la Ley de Claridad —aprobada por el parlamento de Canadá en el 2000 tras el referéndum de Quebec de 1995— es embajador en Berlín y representante de Canadá ante la UE. Acaba de participar en Madrid en un foro sobre globalización, en tiempos complicados para el multilateralismo. «Un país con un buen sistema de controles y equilibrios resiste mejor a los populismos que uno con instituciones frágiles», dice, pensando en las críticas a los tratados de libre comercio: «La gente es más vulnerable a los populismos si tiene la sensación de que las instituciones están al servicio de las élites y no del pueblo, aunque el propio líder populista pertenezca a la élite. Y la gente es más vulnerable si se dan ciertas condiciones: cuando la inmigración parece fuera de control, cuando hay más desigualdades..»

Dos precisiones antes de hablar de Cataluña: «Lo primero es que Canadá valora enormemente su relación de amistad con una España unida, y la crucial aportación de Cataluña a esa relación. Lo segundo es que la unidad de España es un asunto interno, que debe resolverse con arreglo a su Constitución”. Ahora ya puede responder a la pregunta de si Quebec y Escocia sirven de modelo: «Mi respuesta es que son dos excepciones. El artículo 2 de la Constitución [el que determina la «indisoluble unidad de la Nación española»] no es nada excepcional; lo excepcional son los casos de Canadá y Reino Unido».

Y aprovecha para reiterar una de sus tesis básicas: «Las democracias se sostienen en los derechos de ciudadanía. Los ciudadanos tienen derecho a serlo. Puede haber leyes que, en circunstancias extremas, les priven de ellos, por ejemplo, a quienes han cometido delitos. Pero, para la inmensa mayoría, ser ciudadano es un derecho transmisible a sus hijos. Esa es la interpretación democrática del artículo 2. Y es la razón por la que tantos países son democráticos e indivisibles, incluidas las nuevas democracias, que, tras años bajo el imperio comunista, lo primero que incluyeron en sus constituciones fue que un país era indivisible. La única circunstancia en la que se considera que el derecho de autodeterminación y el de secesión son equivalentes es una situación colonial, o una violación extrema de los derechos humanos. Cuando el Estado no reconoce los derechos del ciudadano, este tiene derecho a no reconocer al Estado. Pero si el ciudadano tiene sus derechos, nadie les puede privar de ellos». No se trata de una secesión, dice, «sino de no privar a ningún ciudadano de su derecho a seguir siéndolo».

«Los jóvenes de Quebec quieren hablar dos lenguas, no una»

En Quebec hay mucho menos separatismo, dice Dion; todavía hay, pero las cosas han cambiado. Gran parte de la población tiene ahora mucho más claro a qué se arriesgaría. Hay otra razón muy importante: la tensión lingüística entre inglés y francés ha quedado superada: «Los jóvenes están más conectados. Están más abiertos al mundo y ven que en el mundo se habla inglés, y que en Canadá tienen la posibilidad de hablar dos idiomas, de hablar inglés sin perder su lengua materna, que es el francés. No quieren escoger entre dos lenguas, quieren hablar las dos lenguas. No quieren escoger entre dos identidades, quieren tener las dos identidades. La identidad es algo que debemos sumar, no restar. La secesión es una invitación a restar. Y ahora la gente está menos dispuesta que antes a aceptar esa pérdida».

Y en este punto, el quebequés que se empleó a fondo después del ajustadísimo resultado del referéndum de 1995 —50,58% no, 49,42% sí— en impulsar la ley que fija las condiciones en las que se puede dar la secesión de una provincia canadiense dice: «Si en la Constitución de Canadá hubiera habido algo como el artículo 2 de la española, hubiéramos alegado que había que respetar la Constitución. Y si se quiere cambiar la Constitución, hay todo un proceso para hacerlo».

¿Mejoró la democracia canadiense tras el proceso de negociación de la Ley de Claridad? «El resultado ha sido bueno para la democracia, pero el debate fue difícil. Algunos dijeron que la autodeterminación era un derecho fundamental y que oponerse era antidemocrático. Hay secesionistas en Quebec que siguen diciéndolo. Pero no es lo que dijeron los tribunales ni la Ley de Claridad”. Lo que dicen es «que si hay una mayoría clara a favor de la secesión se abrirán negociaciones y, si el resultado es la separación, Canadá anunciará al mundo que, en lugar de ser un país, pasa a ser dos”.

¿Qué probabilidad hay de que ocurra? «Creo que muy baja. No diré que sea imposible, que el separatismo ha muerto, pero hay muy pocas probabilidades. Al aclarar el proceso se ha demostrado que la secesión tendría consecuencias. Los separatistas dijeron a los quebequeses que podían tener lo mejor de los dos mundos: un Quebec independiente pero también un nuevo acuerdo con Canadá; que compartirían ciertas instituciones, el parlamento, el gobierno, la moneda… De modo que podían votar sí sin miedo a perder todo eso. Y se vio que, en 1980 y en 1995, entre la tercera y la quinta parte de los que votaron sí pensaban que iban a seguir estando dentro de Canadá. Ha sido difícil pero el resultado es positivo. Estoy convencido de que si en 1995 hubiera habido más síes que noes, no habría habido una mera independencia, sino una pesadilla, y el caos en Montreal. En todo el país, pero especialmente en Montreal».

¿El federalismo es un modelo útil para encauzar movimientos de separación? «Puede ser un remedio en algunos países. Pero frente a los separatismos nacionalistas hay poco que hacer. No sirve de nada ofrecerles 10, porque entonces quieren 20, y después, 50, y después, 100. Lo que quieren es su propia bandera, su propio asiento en Naciones Unidas. No es que no tengan suficientes poderes o universidades, es una cuestión de identidad».

El pulso en Cataluña emerge constantemente en la conversación: «Cualquier democracia que fuera incapaz de evitar una ruptura de esta magnitud del orden constitucional —por la que millones de ciudadanos se verían privados de su derecho a ser ciudadanos de ese país— estaría enviando un pésimo mensaje al mundo. La democracia y el principio de legalidad son inseparables. Que en una democracia un gobierno se aparte de la ley de leyes, la Constitución, e imponga a sus ciudadanos la obediencia fuera de la ley… Imagine lo que eso significaría para el vínculo entre democracia y legalidad». Y vuelve a la Ley de Claridad: «Nunca planteamos la cuestión como un enfrentamiento entre Canadá y Quebec. Dijimos que todos éramos canadienses y que no podíamos privar a un cuarto de la población de Canadá de su derecho a seguir siendo canadiense. Los quebequeses somos tan canadienses como los de Ontario y los de Manitoba. Todos tenemos el mismo derecho a serlo y protegeremos siempre ese derecho».

Dion habla con pasión, pero con la que un canadiense puede poner en el debate político (o sea, con serenidad): «Los secesionistas en Quebec lo veían como un problema entre dos entidades monolíticas: el Canadá angloparlante y el francófono. Pero yo siempre dije que lo importante eran ocho millones de personas divididas por algo que solo podían resolver acudiendo a la ley. Hoy la gente en Quebec sabe lo que se juega, sabe que no es momento para otro referéndum, porque eso no es más que el primer paso, que lo que vendría después sería largo y complejo. ¡Una negociación más complicada que la del Brexit!».