IGNACIO CAMACHO-ABC

Más que a su partido, Rajoy tiene que rescatar su proyecto. Su electorado ya no percibe como una amenaza a Podemos

UN año, el que acaba de comenzar, es el plazo que tiene Mariano Rajoy para recomponer el PP tras el descalabro catalán e insuflarle un nuevo aliento que lo saque de su actual estado cataléptico. No se trata tanto de rehabilitar el partido como de rescatar su proyecto, el de una mayoría moderada, liberal, de fuerte anclaje nacional y capaz de integrar al electorado de la derecha y el centro. El del ideal reformista y humanista que se ha ido deshilachando en la rutina de un pragmatismo eficaz en la economía pero acomodaticio, contemporizador, burocrático, de compás lento; apocado ante el desafío separatista, vacío de emociones, ideológicamente hueco. 

Ese proyecto ha quedado cuarteado en la difícil etapa de poder, entre un montón de promesas incumplidas y el desdén por los sectores sociales que lo alzaron al Gobierno, que se sienten abandonados, molidos a impuestos y desoídos en su reclamación de más vigor en la defensa del Estado frente al nacionalismo insurrecto. Aun así, lo sostuvieron ante el peligro populista, obviando los escándalos de corrupción que han alejado al electorado más joven y hundido la política en un cenagal de sospechas y recelos. Pero esa amenaza ha deflactado y el elector medio ya no percibe riesgo de una victoria de Podemos. El sufragio en defensa propia, el voto del miedo, ha dejado de funcionar y el PP tiene que ganarse el respaldo por sus propios méritos. 

Ésa ha de ser ahora la tarea cardinal del presidente, cuya tendencia al apalancamiento cuenta con la complicidad de un entorno pretoriano habituado a coleccionar fracasos. Gente que sólo escucha de la calle el remoto eco con sordina que llega a sus despachos. Políticos (y políticas, matiz relevante en el caso) de moqueta, augures de salón, colaboradores áulicos, cerebritos empollones expertos en recetas de prontuario. Todos esos que le dicen al jefe lo que creen que quiere oír mientras un partido fresco como Ciudadanos, sin hipotecas de responsabilidad, toca en sus narices la flauta de Hamelin y arrastra con una melodía más actual y seductora al electorado. 

Existe en el centro-derecha sociológico un mecanismo mental que descuenta la alianza entre Cs y el PP como un hecho automático. Pero eso no está escrito en ninguna parte; si los naranjas detraen a los populares un millón de votos y el PSOE le quita al populismo otro tanto se abrirá la posibilidad de un nuevo escenario, el del pacto de centro-izquierda que Sánchez y Rivera ya intentaron hace dos años. El marianismo se juega la estabilidad de un modelo social cuyos principios ha dejado de defender para sumirse en un trantrán desmayado, en una modorra despistada que agarrota la musculatura de su liderazgo. Como la oposición logre imponerle una reforma electoral proporcional, estará liquidado. La resistencia no sólo consiste en esperar: a veces es imprescindible salir a buscar al adversario.