El Correo-TONIA ETXARRI

Cuando los políticos están inmersos en campaña electoral, son las encuestas las que van marcando la brújula de sus mensajes. Una pulsión pocas veces reconocida. Pero así va el ritmo político. Está ocurriendo en Andalucía, donde la derecha mide su rivalidad entre los tres partidos (PP, Ciudadanos y la recién aparecida Vox) mientras Susana Díaz se ve abocada a tener que pactar con Podemos. Después de unas cuantas semanas de disimulo frente a Vox, el PP ha decidido encarar el peligro electoral que supone que un partido extremo como el que lidera Santiago Abascal acabe beneficiándose de una fuga de votos procedente del caladero de su formación. Son esos posibles cuatro escaños con los que, según las encuestas, Vox podría estrenarse en el Parlamento andaluz lo que ha puesto la turbina del PP a toda revolución. Pablo Casado compitiendo directamente con un discurso contra la inmigración ilegal y la descentralización de algunas competencias clave de las autonomías. Javier Maroto señalando las contradicciones de un hilo conductor que une a la extrema derecha con los secesionistas catalanes. Y Alfonso Alonso marcando distancias de Vox para no asustar a su electorado centrista.

Maroto ha decidido señalar incoherencias. Los socios de Vox, en Europa, resulta que llevan lacitos amarillos. O lo que es lo mismo, los aliados de Abascal son simpatizantes de Puigdemont. ‘Touché’. Los independentistas de nuestro país han puesto el grito en el cielo. Falso de toda falsedad, dicen. Quienes apoyan al prófugo de Waterloo, según ellos, no son otros que respetables formaciones nacionalistas flamencas y gentes de buen vivir como la N-VA o el Partido alemán de centro. Pero no dicen toda la verdad. Omiten datos. Los más incómodos. Por ejemplo, que la primera visita que recibió Puigdemont en la prisión de Neumünster fue la del cofundador del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania. Un partido identificado con Vox, en efecto. Y que la implicación del partido heredero del Bloque flamenco (promotor del racismo, la xenofobia y la homofobia) llevó a su dirigente Vlaams Belang a participar en una manifestación junto a Puigdemont.

Por eso Maroto sabía que no pinchaba en hueso al señalar las extrañas alianzas de Vox y PDeCAT en Europa. Y su dardo ha dolido tanto que le llaman a él racista. Quienes le descalifican nunca recuperan del archivo la siguiente ‘perla’ : «La mierda ya no viene a Sestao. Ya me encargo yo de que se vayan; a base de…». La pronunció el alcalde del municipio vizcaíno en alusión a cinco familias de inmigrantes a los que se negaba a empadronar. No fue Maroto. Fue un cargo del PNV. Pero así se escribe la historia.

Casado ha endurecido su discurso. Corre el riesgo de perder los votos centristas. La irrupción de Vox antes de que haya consolidado su liderazgo le ha descolocado. Su discurso sobre la inmigración rechina. Y da una vuelta de tuerca al traspaso de competencias al País vasco. En contra. ¿Y qué dice Alfonso Alonso? Que no debería haber transferencia de Prisiones ni de la gestión económica de la Seguridad social. Y que se siente en las antípodas de Vox. El eslogan del miedo a la derecha se ha puesto en marcha en el PSOE y Podemos. Es una táctica que moviliza papeletas. Aunque los resultados no sean luego los esperados. Los socialistas lo saben bien. ¿Dónde estará el centro? Ciudadanos quiere beneficiarse de tanta polarización.