ABC-IGNACIO CAMACHO

La suerte hay que esperarla en el sitio correcto, pero a veces nos castiga haciendo que se cumplan los sueños

HAY tipos con suerte a los que les toca la lotería –descontando a los que compran billetes ya premiados para blanquear dinero– más de una vez en la vida. Uno de ellos es Juan Manuel Moreno Bonilla, que con siete años vio cómo un segundo premio de Navidad cambiaba el destino de su familia y a los cuarenta y ocho ha ganado la bonoloto de la política. Hace dos meses, cuando empezó la campaña, su entorno barruntaba malas expectativas y él mismo escudriñaba las encuestas sin encontrar en ellas un atisbo optimista. En las primarias del PP había apoyado a Soraya Sáenz de Santamaría, y se mantuvo como candidato porque Pablo Casado tuvo que confirmarlo acuciado por las prisas. En algún momento confesó a los suyos –y a algún periodista– que si Ciudadanos llegaba a superarlo haría el petate y se marcharía. Perdió votos y escaños pero el azar de la aritmética electoral hizo una pirueta decisiva, y hoy va a subir a la tribuna del antiguo Hospital de la Sangre de Sevilla para comenzar su investidura como presidente de Andalucía, el primero no socialista en los 37 de años de historia de esta autonomía. Su carrera ha dado, de carambola, una vuelta decisiva, aunque la tarea que tiene por delante nublaría la sonrisa de cualquiera que se plantease, sin instinto de poder, la clase de responsabilidad que le ha caído encima.

Considerado hasta ahora, dentro y fuera de su partido, un dirigente secundario y poco carismático, Juanma Moreno alienta desde muy joven una sorprendente vocación de liderazgo. Sin destacar por especiales cualidades más allá de un talante flexible y un adaptadizo olfato, nunca se ha conformado con el papel de actor de reparto. Tras la caída de Javier Arenas, que sí ganó las elecciones aunque se quedó corto en escaños, se decidió a dar el salto de postularse a encabezar una organización deprimida por el fracaso. Designado por Rajoy mediante un dedazo, ni siquiera había logrado imponerse de modo claro a los recelos provinciales y a un desdeñoso halo de loser, de perdedor grisáceo. Pero, como su antagonista Susana Díaz, es un bebé probeta del aparato y ha crecido en ese vivero político que curte a sus criaturas a base de zancadillas y navajazos. Un superviviente nato que deberá probarse al frente de un Gabinete paritario en el que no se sabe si sus socios se comportarán como rivales o como aliados, y ante un adversario con enormes recursos para sabotearlo.

Pero este malagueño nacido en Barcelona, hijo de emigrante y nieto de jornalero, se ha ganado a base de voluntad y suerte un margen de respeto. También se ha convertido en el principal barón del PP, en una referencia interna a la que nadie podrá ya tratar con desprecio. Dicen que la fortuna es un don esquivo al que hay que esperar en el momento oportuno y en el sitio correcto. Sólo que a veces se presenta con muy mala leche y nos castiga haciendo que se cumplan los sueños.