IGNACIO CAMACHO -ABC  

Rajoy es lo bastante inteligente para saber que se ha equivocado, pero no lo bastante audaz para cambiar de estrategia

EL PP tiene un problema en Cataluña pero el Gobierno tiene un problema con Cataluña. Del primero depende el proyecto político que ha liderado y articulado el centro derecha en la España moderna, y del segundo el futuro de la nación entera. Mariano Rajoy, que preside el partido y el Gabinete, tendría que ocuparse de inmediato de ambas cuestiones y como de costumbre no parece dispuesto a hacer otra cosa que aplicar su habitual receta: dejar que los ánimos se enfríen solos y esperar armado con su equipaje de paciencia. Es lo bastante inteligente para saber que se ha equivocado pero no lo bastante audaz para cambiar de estrategia. Aunque en el conflicto catalán se haya estrellado tres veces –los dos referendos ilegales y las elecciones del jueves– por confiar en la dirección política de su vicepresidenta. 

El presidente ha dejado anquilosarse al partido, pendiente en todo el país de una renovación estructural que frene la sangría electoral hacia Ciudadanos, y como jefe del Gobierno ha pagado el error de utilizar el artículo 155 con desgana, falta de convicción y espíritu apocado. La excusa de que Cs y el PSOE no querían ir más lejos no sirve, aunque sea cierta, porque la decisión era suya como suya era la responsabilidad de aplicarlo y suyo ha sido el culo que ha recibido la patada del electorado. Escogió la vía blanda por comodidad, por miedo, por hábito de no arriesgar, y dejó rearmarse al independentismo cuando tenía legitimidad y condiciones para desguazarlo. Un dato: Elsa Artadi, la jefa de campaña de Puigdemont, ha sido la directora general encargada de coordinar la intervenida administración autonómica sin que nadie la haya sustituido ni remplazado. Por la mañana ejercía la representación oficial del Estado y por la tarde se dedicaba a combatirlo y desmantelarlo. No se trata, ni mucho menos, del único caso de quintacolumnismo consentido en este breve lapso de poder timorato. 

Ahora la victoria separatista deja en un brete al marianismo. Hacer la esfinge no va a bastar ante un país harto de desafíos que puede encontrar en Cs, con toda su inmadurez narcisista, una alternativa fresca con un vigor distinto. La situación objetiva requeriría unas elecciones generales, con Cataluña como eje único del debate, que Rajoy no va a convocar por la sencilla razón de que no le convienen. Aguantará a su estilo: encogido, enrocado, cansino. Pero si algo tienen demostrado los soberanistas es su capacidad creativa para plantear conflictos. 

Y los va a haber en todos los ámbitos. El primero, el de la justicia, que es el único poder estatal que no ha aflojado. Luego se abrirán de nuevo frentes parlamentarios, de calle, de opinión pública, sociales y hasta diplomáticos. Al frente de un Gobierno desgastado, plano y noqueado, el presidente ha encontrado en este nacionalismo berroqueño un adversario tan resistente como él al cansancio.