ABC-IGNACIO CAMACHO

La etiqueta de extremista pretende dejar a la oposición desposeída de legitimidad moral y del derecho a la crítica

CUANDO la izquierda gobierna, la derecha crispa. Ése es el mensaje oficial, divulgado por las terminales mediáticas convencionales y la ciberesfera, para acorralar a la oposición en un callejón sin salida. Un Gobierno nacido de una alianza con los adversarios de la Constitución y con los promotores de una revuelta contra el Estado se escandaliza de mentirijillas si lo acusan de complicidad con golpistas. Primero vino el dominio de la televisión, la hegemonía comunicativa –torpemente regalada por Sáenz de Santamaría– a través de la cual imponer el marco mental que sitúa a liberales y conservadores en el lado incorrecto de la vida. Luego, una vez asaltado el poder, se trata de marginarlos de la política. La crispación es el mantra situacional que hasta el CIS introduce, con una pregunta específica, en su fotografía sociológica trucada para perfilar al Ejecutivo en su mejor fisonomía. El adversario queda desposeído de legitimidad moral, de razón intelectual y de derecho a la crítica; hasta el recurso a la hipérbole le está prohibido bajo pena de etiqueta extremista. El discurso dominante implanta una visión de la realidad a medida del concepto que la izquierda tiene de sí misma: un modelo social benéfico, dialogante y optimista, la plasmación aspiracional, autosatisfecha, de la España bonita.

El gran problema del PP, y en menor grado de Ciudadanos, consiste en encontrar el modo de escapar de ese cuadro en el que salen retratados con el trazo sombrío de unos partidos ceñudos, feos, retardatarios. En la sociedad posmoderna, modelada según el paradigma de un progresismo sedicente, el monopolio de la indignación está reservado a los dueños del pensamiento igualitario, que lo administran en nombre de una supremacía ética de carácter abstracto. Cualquier atisbo de disconformidad con ese canon será estigmatizado de fascista o, como mínimo, de retrógrado, de involucionista, de rancio. Si el centro-derecha se resigna al orden ideológico de sus rivales asumirá el papel de comparsa de facto. Si se rebela será señalado como la torva expresión del pesimismo histórico, del malhumor derrotista, del desánimo, de la lúgubre resistencia cavernaria al desarrollo de un país avanzado. Y en términos electorales sufrirá de un modo u otro la paradoja de que el argumento de la crispación, convertido por el aparato gubernamental en eslogan publicitario, favorece a quienes más se han servido de ella para demoler el tradicional predominio del voto moderado.

Contra esa estrategia propagandística sólo cabe una defensa: la reafirmación en los propios principios mediante un decidido ejercicio de independencia. La democracia es contradicción, debate y controversia, y nunca nadie ha destacado en ella mediante el silencio, la reverencia, o la sumisión a las premisas ajenas. El liberalismo español sólo puede ganar si muestra confianza en la virtud de sus ideas.