La estiba como síntoma

EL MUNDO  17/03/17
F. JIMÉNEZ LOSANTOS

EL CONFLICTO de la estiba en los puertos españoles no es fruto de una directiva de Bruselas que, por cierto, el Gobierno de Rajoy, con mayoría absoluta y con Pastor y Catalá en Fomento, dejó sin aplicar cuando ya había directiva y sentencia de Estrasburgo, y hasta llegó a presentar como suya la postura del monopolio. Es el resultado de la protección política a un gremio privilegiado que encarece tanto la carga y descarga de barcos que, si no se ajusta a los precios de mercado, arruinará los puertos de Algeciras, Valencia o Málaga. Desde ayer es, además, un conflicto entre Rajoy y la tentación de las urnas, porque con la birria de 137 diputados no es capaz de nada por sí mismo, con razón o sin ella. Nunca se ha visto con tanta claridad lo ridículo de tanta fatuidad.

Íñigo de la Serna –secundado por De Guindos, que ha colocado su Mare Nostrum, donde fue nada menos que jefe de auditoría, al cobijo de Bankia, exactamente lo mismo que hizo MAFO con Bancaja y otras ruinas en Cajamadrid–, cifró ayer en 134.000 euros diarios lo que cuesta la multa por no votar la directiva. Lo que no dijo la oposición, en la que no queda un liberal ni como especie protegida, es que lo que ofrecía el Gobierno era una jubilación de oro que mantenía los disparatados privilegios del gremio y que les cuesta a todos los españoles prácticamente lo mismo que la multa.

A comprar con dinero público cambios laborales –ERE, jubilaciones de platino, subvenciones de oro– en sectores con capacidad de chantaje, le llaman «encontrar soluciones políticas». En realidad, es el coste de que los políticos, Gobierno y oposición, queden bien en los telediarios, como amigos del diálogo social y otras estafas. Eso no arregla definitivamente sectores inviables –desde RTVE a la minería antigua– ni es justo cargarlo sobre las espaldas, ya breadas a impuestos, de unos ciudadanos que no pueden chantajear a Montoro.

La forma de acabar con una situación inviable es, sencillamente, acabando con ella, ley en mano y sin maquillar como modernización su onerosa supervivencia. Pero el de la estiba es síntoma de una enfermedad más grave, que ha impedido las reformas que al estallar la crisis necesitaba España y no ha hecho: la compra de la tranquilidad de la casta política de todos los partidos, que nos han convertido en estibadores de su estiba.