La gangrena

ABC 08/05/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Ha ganado Emmanuel Macron, pero el mal sigue ahí, junto a las causas que lo provocan

LA buena noticia es que ha ganado Emmanuel Macron. La mala, que Le Pen ha conseguido aproximadamente once millones de votos. Una cantidad descomunal considerando el programa ultrachovinista que presentaba a refrendo en estas urnas, la absoluta falta de preparación que demostró en los debates y la suciedad de su campaña. En esta ocasión ha vencido el candidato de la sensatez o el mal menor frente al populismo de extrema derecha, pero la pugna no ha hecho más que empezar. Será a muerte. Y se librará no solo en Francia, cuna de la Ilustración y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, sino en todo el orbe occidental y en particular en Europa, donde nació hace setenta años el mejor sistema de gobierno que ha conocido la Humanidad.

La Unión Europea fue la solución a los problemas endémicos que sembraron de sangre el continente a lo largo de los siglos. El hogar del progreso, la democracia y la justicia social. El paraíso con el que soñábamos, aún sueñan, los países excluidos de la abundancia y la paz disfrutadas en libertad. Hoy se ha convertido en una pesada máquina burocrática incapaz de despertar ilusión. Una madeja de normativas, funcionarios, jerigonza y privilegios, en la que los principios brillan por su ausencia y todo es corrección política, relativismo, intereses particulares y conveniencias de coyuntura. Un espacio manipulado de manera artificial, sin proyecto susceptible de alumbrar un alma colectiva ni tampoco liderazgo, donde a la sombra de las vacas flacas rebrotan con fuerza pulsiones y atavismos altamente peligrosos tales como el nacionalismo, el odio de clase, el revanchismo o la demagogia.

Marine Le Pen encarna a la perfección la enfermedad contagiosa fruto de esa realidad que infecta nuestras sociedades y se extiende como una gangrena. La peste de los frustrados a quienes se prometió un cielo al alcance de la mano que de pronto se desvanece sin ofrecer alternativa. La rabia de aquellos que no pueden o no quieren competir en un mundo implacable donde, para mayor escarnio, los venidos «de fuera», los inmigrantes atraídos por el Estado del bienestar, desplazan a los nacionales en la obtención de ayudas, muy mermadas ya por la crisis, e incluso en la consideración de sus propios «intelectuales de chaise longue», siempre prestos a defender cualquier manifestación cultural foránea, por irrespetuosa que ésta sea con los valores locales. La tendencia primaria a volver a la «tribu», refugiarse en el vientre de la patria chica y renegar de todo lo ajeno al terruño, percibido como una amenaza. El recurso fácil de caer en la dialéctica pobre/rico; pueblo/oligarquía; gente/trama; bueno/malo. En todos esos caladeros ha echado sus redes la Juana de Arco del Frente Nacional en el afán de conquistar el poder y en todos ha pescado sufragios. Demasiados como para quedarnos tranquilos pensando que ha fracasado.

Esta vez hemos superado el trance, pero el mal sigue ahí, junto a las causas que lo provocan. En Estados Unidos alcanzó la Casa Blanca de la mano de Donald Trump. En el Reino Unido entró con Nigel Farage y provocó nada menos que el Brexit. En Alemania alimenta el neonazismo. En España cobra distintas formas que van desde el separatismo catalán o vasco a la extrema izquierda de Podemos, muy próxima a Le Pen en la eurofobia, algunos de cuyos rasgos empiezan a propagarse en el PSOE.

La cura está ante nuestros ojos aunque nos neguemos a verla: volver a los principios sobre los que se construyeron nuestras democracias. Recuperar valores tales como la honestidad, el mérito, la constancia y el esfuerzo. Desenterrar de entre tanto papel inútil las señas de identidad que definieron la mejor Europa. Ojalá que el jovencísimo Macron sepa andar ese camino.