Tonia Etxarri-El Correo

En vísperas del juicio del ‘procés’ en el Tribunal Supremo, Puigdemont y Junqueras no han podido mantener la farsa. Y la división que se ha ido larvando durante tantos meses ha terminado por estallar como un volcán en erupción. La fractura se produjo a partir del momento en que el expresident decidió fugarse de la Justicia española mientras el dirigente de ERC optaba por dar la cara y asumir las consecuencias de haber querido dar un golpe a la Constitución y al Estatuto de Autonomía. Desde entonces, en el ‘exilio’ dorado belga se ha trabajado con denuedo por mantener al fugado en el centro del escenario. Sin otra preocupación que el mantenimiento de su protagonismo. Sin otro plan que ofrecer a tanta gente a la que dejó colgada que el del culto a su persona. Junqueras, por su parte, apuntaba los días que iba consumiendo en la cárcel. Y ese calendario tan especial se lo hacía llegar a Waterloo como un dardo envenenado. Ahora los reproches de Junqueras ya no van envueltos en ninguna insinuación lunaria. Puigdemont huyó y él no. Y lo recuerda en vísperas del juicio. Puigdemont ni se inmuta. Doce políticos que tuvieron responsabilidad en la declaración unilateral de independencia y en la celebración de un referéndum ilegal están a punto de ser juzgados. Pero lo que le ocupa a él es mantener su protagonismo. El vídeo de los diputados de JxCat reivindicando, a estas alturas, su investidura como president tiene ingredientes de patetismo. Los diputados que van desfilando ante la cámara se reafirman en que su compromiso de «restituir al president Puigdemont continúa vigente». Tal cual.

Pero la Generalitat está volcada en el juicio. El valido Torra no sabe referirse a otra cosa. Como nacionalista que se precie, habla en nombre de toda Cataluña. Como si le perteneciera. Como si representara a los dos millones y medio de independentistas y a los cinco millones que no lo son. Para sostener que el juicio va en contra de «toda Cataluña».

Todos los focos, a pesar de Puigdemont, están dirigidos a la semana del 5 de febrero. Mañana empiezan los traslados de los presos a Madrid. La Generalitat está centrada en la propaganda contra España. Tiene a los médicos de los centros concertados en pie de guerra. Pero los gobernantes están ocupados en el juicio. Ni siquiera les importa el Parlamento. Si el proceso comenzara los días 6 y 7, se suspenderían las actividades parlamentarias. Hay una huelga en ciernes. Que el mundo se pare. Dicen que no quieren normalidad, esos días, ni en las calles ni en las instituciones. Protestan por la prisión preventiva, obviando que la fuga de Puigdemont les dejó en situación delicada ante la Justicia. Debe primar la campaña contra un país que en su opinión no es democrático. Por eso reclamaban observadores internacionales. Como si estuviéramos en Venezuela. Esperan que se les absuelva. Han presionado al Gobierno socialista. Y Pedro Sánchez ha movido algunas piezas. Cuestionando en sede parlamentaria la existencia del delito de rebelión. Borrando la palabra «violencia» del escrito de la Abogacía del Estado. Destituyendo al abogado del Estado Edmundo Bal. Para escándalo de quienes creen en la separación de poderes de nuestro Estado de Derecho. Pero todo les parece poco a los independentistas. Se mantienen en que no cometieron ningún delito. Tanto es así que lo volverían a hacer. Aunque sigan sin ponerse de acuerdo en la forma de proclamar su república, al margen de la legalidad.