El Correo-JOSEBA ARREGI

Ningún europeo hoy es entendible sin raíces distintas. Cada uno de nosotros somos individuos y personas ‘compuestas’, palabra que tanto gusta a algunos para hablar del Estado, de España

Podríamos decir que la postmodernidad se resume en ser una glorificación de la diversidad. Se podría decir también que la postmodernidad se abre camino cuando aquello contra lo que luchó la Ilustración y el Racionalismo que fundamenta la cultura moderna se declara victoriosa sobre la modernidad. Es la venganza de lo concreto y particular contra el principio de la razón universal, contra los principios que hacen a todos los seres humanos iguales, contra el fundamento sobre los que se erige el discurso y la práctica de los derechos humanos. En las últimas semanas el presidente de la República alemana, Walter Steinmeier, negaba a los líderes del AfD (Alternativa por Alemania) el derecho a declararse partido de los ciudadanos, partido de la ciudadanía, porque el concepto mismo de ciudadanía implica considerar a todos los seres humanos iguales en derechos básicos. Porque rechaza la xenofobia, no entiende de identidades cerradas ni excluyentes es contrario a aferrarse a lo propio y magnificarlo para rebajar el valor de los otros. Algo distinto es que Steinmeier no se preguntara cómo y por qué Alemania y el conjunto de la UE han llegado a la situación en la que se han desarrollado tantos partidos que creen no poder compartir más los principios de la Ilustración.

Hegel, uno de los pensadores de la cultura moderna, sabía de las contradicciones de la modernidad que estaba conceptualizando, sabía que la libertad absoluta implicaba terrorismo, sabía que la Ilustración queda insatisfecha y no cumple su fin, como Kant sabía que la razón pura y la ética como imperativo categórico necesitaban del complemento de la metafísica de los sentimientos. La Ilustración, sin ser antirreligiosa, pretendía construir la religión a partir de la razón humana como un teísmo racional contra las religiones históricas fundamentadas en hechos y personajes históricos y como tales contingentes, no necesarios, que al igual que fueron podían no haberlo sido, pues todo lo que acontece en la historia no es necesario como lo son las leyes de la naturaleza que descubre y describe la razón, o podía haber sido de una forma distinta. Contra la arbitrariedad y el particularismo de la historia, la universalidad de la razón humana.

Hoy se escucha todos los días algún canto nuevo a la diversidad: es mejor para que los equipos trabajen más efectivamente en las empresas, para preservar la libertad sexual de cada cual, para luchar contra las normas que dictan la normalidad que obliga a todos, para que cada cultura solo se pueda juzgar desde sí misma y no desde ninguna otra que se crea superior o más universal…

Mientras que para la Ilustración la libertad se fundamentaba en la razón humana universal, para el posmodernismo que nos gobierna la libertad radica en la celebración sin límites ni recortes de la particularidad de cada uno. Esto, sin embargo, no es óbice para que al mismo tiempo se sigan reclamando derechos humanos universales. Para que se siga reclamando igualdad en determinados ámbitos y se proclame la lucha contra determinadas desigualdades, mientras que incluso en el ámbito del Derecho y la Justicia, y en el de la ciencia, los que más obligados están a mantener viva la posibilidad de un horizonte de universalidad, para no dejar de creer que la verdad, la igualdad, la Justicia son posibles, se vuelve a introducir la variable de la diversidad que niega la igualdad de todos los seres humanos, la diversidad de género y la perspectiva de género a la hora de dictar justicia, los estudios de género que dejan de lado la metodología científica.

En esta situación de contradicción, es necesario analizar algunas cuestiones importantes. ¿Quién y cómo se decide en qué ámbitos prima la diversidad y en cuáles la igualdad? ¿Por qué es más importante la diversidad territorial a la hora de entender y organizar el Estado que la diversidad social, la diversidad ideológica, la diversidad geográfica? Sería necesario analizar cuáles son los mecanismos que conducen a que las diversidades que consiguen ser reconocidas se transformen a su vez en homogeneidades que niegan cualquier diversidad en su interior. Por qué nacen nuevas e insoportables ortodoxias con todos los mecanismos bien conocidos de tiempos anteriores como los anatemas, las ortodoxias y las heterodoxias, los grupos con poder para decidir sobre las cuestiones anteriores (el buen feminismo, la ortodoxia de la economía, el buen vasco, el buen ecologista, la mejor forma de eliminar las desigualdades, la idea correcta de progresía, la normalidad rechazable y la normalidad exigible, solo por poner algunos ejemplos).

La destrucción de la idea misma de normalidad que persigue el posmodernismo con la glorificación de la diversidad crea nuevas normalidades, nuevas normas que obligan a todos, nuevos límites y fronteras, y fuerza nuevas integraciones (como los ‘menas’ a los que se debe integrar en Euskadi con inmersión en euskera recortándoles la posibilidad que puedan moverse en ámbitos geográficos más amplios que les ofrezcan más oportunidades de vida).

El sustrato de estas contradicciones de la glorificación de la diversidad radica en una mala comprensión de la constitución histórica de los sujetos actuales. Los defensores de la diversidad parten de la existencia de entes, territorios, geografías, clases sociales, grupos y personas homogéneos en sí mismos, sin diversidad alguna en su propia realidad. Pero ningún europeo hoy, lo sepa o no, lo asuma o no, es entendible sin raíces distintas, sin la aportación de la cultura y el racionalismo griego, sin la influencia decisiva de la historia judía y del cristianismo, sin el derecho romano, sin las silenciosas pero profundas revoluciones que caracterizaron la Edad Media, sin la Ilustración, sin la cultura científica que tanto marca la modernidad: cada un de nosotros somos individuos y personas ‘compuestas’, palabra que tanto gusta a algunos para hablar del Estado, de España.

Y queda siempre la misma pregunta: ¿cómo podemos vivir juntos en libertad si no es sobre lo que nos une, los derechos y libertades básicas sobre una base de seguridad material suficiente, y no remarcando lo que nos diferencia y separa y nos hace particulares e incomunicables?