Isidoro Tapia-El Confidencial

Además del melodramático, la política también tiene un lado muy real: el de gobernar, el de cambiar la vida cotidiana de los ciudadanos. Este es el tiempo que ahora empieza

Señores Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Casado:

Han vivido ustedes una agotadora maratón electoral. Se han recorrido España varias veces, han visitado pueblos que no conocían, estrechado manos ajenas y repetido distintas versiones del mismo discurso tantas veces que han terminado por detestarlo. El resultado electoral les habrá provocado sentimientos encontrados. Seguramente usted, Sr. Sánchez, confiaba en obtener más de 130 diputados y gobernar tranquilamente en solitario. Y usted, Sr. Rivera, aspiraba a adelantar al Partido Popular y convertir Ciudadanos en el partido hegemónico del centro-derecha. Y probablemente usted, Sr. Casado, nunca pensó que brindaría con champán por conservar la alcaldía de Málaga.

Se han dedicado calificativos gruesos a lo largo de esta interminable campaña. Yo mismo, debo reconocerlo, que me limito a escribir sobre política de vez en cuando, a veces me excedo también escogiendo los epítetos. No deberíamos perder los anillos por reconocer que la política tiene un aspecto teatral, circense, impostado. Que todos nos acaloramos discutiendo, y demasiadas veces terminamos exagerando.

Y, sin embargo, además del melodramático, la política también tiene un lado muy real: el de gobernar, el de cambiar la vida cotidiana de los ciudadanos. Este es el tiempo que ahora empieza: por su trascendencia, y por lo que exigirá de los tres, déjenme llamarlo ‘la hora de las valientes‘.

En una democracia representativa, los votos son la primera palabra, no la última. Les corresponde a ustedes que esa voz se convierta en hechos

Tal vez piensen que, a través de las elecciones, los votantes han dicho la última palabra. No es cierto. En una democracia representativa, los votos son la primera palabra, no la última. Les corresponde a ustedes que esa voz de los ciudadanos, la expresada en las urnas, se convierta en hechos. Es responsabilidad de los políticos traducir los votos en mayorías.

Están ustedes a punto de embarcarse en caminos que ninguno quiere recorrer:

Señor Sánchez, usted no quiere gobernar con el señor Iglesias. Tal vez no por despecho personal (aunque seguramente le cueste olvidar el voto contrario de Iglesias a su investidura en 2016) sino porque desconfía de sus verdaderas intenciones. En los pocos meses que llevan colaborando de manera más estrecha, ha visto al señor Iglesias maniobrar para hacerse con el control de RTVE, proponer medidas (como el control de precios de los alquileres) que en otros países han tenido el efecto exactamente contrario al deseado, y defender la mayor subida impositiva de nuestra historia (justo cuando la economía agota la fase expansiva del ciclo). Pero además de todo esto, simplemente no se fía del señor Iglesias: no olvida aquella rueda de prensa proponiendo un Gobierno de coalición mientras usted se reunía con el Rey. Prefiere no imaginarse cómo podría ser compartir Consejo de Ministros con él, las zancadillas, las iniciativas sorpresa, los papeles que se esconden. Soólo pensarlo le provoca un fortísimo dolor de cabeza.

Y tampoco quiere depender del voto de los independentistas catalanes. No ya solo para la investidura, sino para cualquier iniciativa parlamentaria. Sabe que su palabra (la de ellos) pende siempre de un hilo, que por mucho que haya encontrado complicidades en algunos dirigentes, los independentistas catalanes están inmersos en una carrera hacia el vacío en la que siempre gana quien apuesta por el enfrentamiento. La victoria de Puigdemont en las elecciones europeas no ha hecho sino recordárselo.

Usted, señor Rivera, prefiere no pasar los próximos cuatro años como los últimos seis meses. Su mejor activo es el pragmatismo, entiende la política como el arte de lo posible, y piensa (seguramente con razón) que de tener la oportunidad de gestionar, lo haría mejor que lo que hasta ahora han demostrado los viejos partidos. Y, sobre todo, no quiere tener que sentarse a una mesa a negociar con Vox, y mucho menos hacerlo para convertir en presidente autonómico o alcalde a un dirigente del Partido Popular. Tal vez coincida con Vox en la oposición al desafío soberanista, pero la lista de todo lo demás, todo lo que les separa (Europa, política económica, cambio climático, mujeres, LGBT, Estado del bienestar, armas), es demasiado extensa para que quepa en un solo artículo.

Y usted, señor Casado, vive en una paradoja parecida. Necesita a Ciudadanos y Vox para conservar el poder territorial que a duras penas ha logrado salvar en la noche electoral del 26 de mayo. En algún momento de aquel día se vio improvisando ante el espejo unas palabras de despedida, ante el temor de que se materializase el hundimiento que auguraban algunas encuestas. Pero no sabe si le merece la pena conservar el poder a costa de inflar a Ciudadanos y Vox, sus rivales políticos. Sin ir más lejos, todavía no sabe a quién está beneficiando más el Gobierno de Andalucía.

Señores Sánchez, Rivera y Casado: tienen ustedes en común más cosas de las que creen. Los tres comparten un consenso básico, primario, radical en el sentido más orteguiano del término: los tres creen que la vida política debe conducirse dentro del perímetro marcado por nuestro texto constitucional. Por muchas diferencias políticas que tengan entre sí, recuerden que solo tres partidos apoyaron la aplicación del art. 155 en Cataluña cuando hubo que restaurar allí el orden constitucional: fueron las tres formaciones que ustedes representan.

¿Por qué, entonces, deben condenar a nuestro país —y a ustedes mismos— a vivir bajo el manto tóxico del populismo? Del populismo en sus diferentes variantes: del de izquierdas (Podemos), del de derechas (Vox) o del nacionalista (los independentistas catalanes). ¿No existe una alternativa sin estas formaciones? ¿No es posible, por una vez, gobernar España sin apoyarse en los extremos?

Sí, hay una. Es complicada, improbable; exige arrojo y audacia. La misma que tuvieron nuestros padres constitucionales hace 49 años para construir, contra todos los pronósticos, una democracia imperfecta sobre un país en el que no escaseaban los deseos de revancha (si siguen pensando que la Transición fue un camino idílico, les recomiendo la lectura de ‘A finales de enero’, de Javier Padilla).

Juntos suman 246 diputados: suficientes para garantizar la estabilidad durante los próximos cuatro años, y afrontar las reformas necesarias

Les propongo lo siguiente: un Gobierno de coalición entre los tres. Juntos suman 246 diputados: suficientes para garantizar la estabilidad durante los próximos cuatro años, y afrontar las reformas necesarias, incluidos los retoques constitucionales tantas veces preteridos por falta de voluntad política o de fuerza para acometerlos (la reforma del Senado, la discriminación por sexo en la sucesión en la Corona, la reforma de las pensiones, la financiación autonómica o la reforma electoral).

¿No sería una excepción democrática un Gobierno de los tres partidos? No más que un Gobierno de solo 84 diputados, o de uno apoyado por quienes han hecho de la destrucción del orden constitucional su objetivo político prioritario. O de otro con ministros de un partido que hasta hace dos días llamaba “caduco régimen del 78” a las instituciones que ahora aspiran a gestionar.

¿Cómo se mantendrían entonces la competencia política, el ejercicio de la oposición, el control de los actos del Gobierno? Un Gobierno de coalición no tiene por qué ser un bloque monolítico. Simplemente, la competencia política se trasladaría de las manifestaciones verbales a los actos. De las palabras a los hechos. Dentro de cuatro años, los votantes les pondrán nota no en función de los adjetivos que se dediquen unos a otros, sino de cómo hayan gestionado sus respectivas áreas de responsabilidad. La competencia política podría incluso fortalecerse.

Un Gobierno de coalición no tiene por qué ser un bloque monolítico. La competencia política se trasladaría de manifestaciones verbales a los actos

¿Y no alimentaría esta opción a los extremos, a Podemos, a Vox e incluso a los independentistas? De nuevo, depende de con qué se compare. Evidentemente, su relevancia política será mayor que la de hace unos años, cuando prácticamente no existían. Debemos acostumbrarnos a que los extremos han entrado en nuestra vida política y tendremos que convivir con ellos en los próximos años. Pero con un Gobierno de coalición entre PSOE, Ciudadanos y PP, los populistas (de izquierda, de derecha y los independentistas) tendrían menos influencia política que si su voto es decisivo para la formación de mayorías.

Señor Sánchez: hace unas semanas convocó a los lideres políticos para hacer una ronda de consultas vacua e intrascendente. Haga ahora una de verdad: tome la iniciativa, y convoque a los señores Casado y Rivera para proponerles un Gobierno de coalición. A usted le gustaría gobernar solo, pero con 123 diputados no puede hacerlo. Así que sus opciones en realidad son estas: o acepta un Gobierno de coalición con Iglesias y buscan juntos los 10 diputados que aún les faltan, o repite la experiencia de los últimos 10 meses y forma un Gobierno con sus 123 diputados socialistas, que siempre vivirá en precario al borde del precipito, o intenta liderar un Gobierno de amplio espectro político, con fuerza para hacer las reformas que nuestro país necesita para las próximas décadas.

Señor Casado: a usted le gustaría que Ciudadanos apoyase a los socialistas, quedarse en solitario en la oposición, esperar que Vox se diluyese, y en cuatro años (si tiene la suerte de que por el camino se cruza un cambio de ciclo económico) estar en condiciones de volver a gobernar. Hágame caso: su jugada se ve desde tan lejos que no se va a producir. O usted se mueve, o Ciudadanos no se moverá. Así que en su caso, las alternativas son estas dos: o el Gobierno que aquí le he propuesto (PSOE, Ciudadanos y PP) o un Gobierno de los socialistas apoyado por Podemos y los independentistas catalanes —que será un mal Gobierno para nuestro país— mientras en la oposición se despellejan los tres partidos de la derecha —lo que será malo para usted—. Lo mire por donde lo mire, le conviene más lo primero.

Es el momento de elegir si la etapa que ahora empieza es la hora de los valientes o la hora más oscura. Ustedes eligen: patriotismo o patrioterismo

Señor Rivera: tal vez con un mal resultado en las municipales el PP se hubiese desplomado, abriéndose en canal. Pero esto no ha sucedido. El PP va a seguir siendo un barco tocado pero no hundido durante los próximos años. ¿De verdad quiere seguir prolongando esta batalla eterna en el centro derecha? ¿Prefiere seguir esperando en la oposición, mantener el volumen alto contra el Gobierno socialista, y tener que aguantar el paseíllo que exigirá Vox para formar mayorías autonomías y municipios? Seguramente no se fía del señor Sánchez. Debo confesarle que yo albergo dudas parecidas. Pero ¿sabe cuál es la mejor manera de poner a buen recaudo estas dudas? Entrar en su Gobierno y marcarle el paso, en lugar de dar las llaves a los que quieren volar el edificio constitucional.

Ponga condiciones que garanticen una mínima coherencia en la coalición (que no haya indultos, por ejemplo, o que cualquier negociación con el independentismo catalán cuente con el concurso de los tres partidos constitucionalistas) y elija una serie de políticas donde poner en marcha su abanico de propuestas (educación, formación, empleo). No podrá poner en marcha todas, pero le bastará con empezar a andar. Haga que los españoles le conozcan no solo por lo que dice sino también por lo que hace.

Señores Sánchez, Rivera, Casado: me van a permitir el lenguaje ribeteado: es el momento de elegir si la etapa que ahora empieza es la hora de los valientes o la hora más oscura. Ustedes eligen: patriotismo o patrioterismo. En el cuándo, en el cómo, en el modo en que negocian, en quién toma la iniciativa y quién se resiste, pongan si quieren delante sus intereses. En el fondo (en el qué), pongan delante a los españoles.