La izquierda parvularia

EL MUNDO – 22/04/16 – JORGE BUSTOS

· Que la derecha renuncie al voto joven me parece lamentable, y así se lo dije a Rajoy la última vez que lo vi. Pero que la izquierda, de la más europea a la más tropical, se una para pedir la rebaja de la edad mínima del votante hasta los 16 años delata una sospecha respecto del uso de razón que sume en la melancolía a los espectros de Voltaire, Diderot, Constant y otros padres ilustrados. Hubo un tiempo en que la izquierda reivindicaba el legado kantiano que proclamó la mayoría de edad del hombre, el alba de un tiempo en que la luz horadaría las tinieblas del mito y toda superstición quedaría abolida.

Pero desde que cayó el Muro la izquierda no para de involucionar, hasta acabar tocando el extremo de la reacción más negra, como esos cuperos manresanos que luchan contra el tampón imperialista recomendando esponjas marinas a sus buenas salvajes o compresas de paño como las que ponían a tender nuestras sufridas bisabuelas.

Se dice que quien no es de izquierdas de joven no tiene corazón, y que quien sigue siéndolo en la madurez no tiene cabeza. En la sentencia viaja implícito un sólido prejuicio: que uno se hace de izquierdas obedeciendo a resortes sentimentales, no después de someter el mundo a un análisis racional. No pocos filósofos han debatido sobre el origen de la ética, ubicándolo en el fellow-feeling, el impulso solidario de Hume, o bien en la razón práctica, como prefería Kant.

Hasta que llegaron los neurocientíficos y constataron que el auriga de dos caballos de Platón era eso, mero platonismo, y que en realidad emoción y raciocinio andan bastante revueltos. Y sin embargo vivimos en un régimen glandular que despeja toda consulta directa a las hormonas mientras desacredita al córtex, órgano encargado de aguarle la fiesta al manipulador emocional; que jibariza la palabra hasta los 140 caracteres, mientras remunera con lujo las capciosas operaciones de la industria audiovisual; que extiende la adolescencia hasta la treintena; y que espectaculariza la política para no tener que estudiar su árida codificación de siglos.

Que PSOE, Podemos o ERC deseen que se vote a los 16 –la edad de consentimiento sexual, casualmente– comporta una rendición: la de quien confía muy poco en su capacidad para seducir a mentes adultas y ha de conformarse con excitar los humores del parvulario. No es que un español de 18 años sea ya un Hegel, pero por eso el debate debería plantearse en torno a la conveniencia de elevar la edad del votante, no de rebajarla más. A no ser, claro, que se persiga justamente rapiñar los sufragios acneicos de ciudadanos en ciernes que todavía tienen que aprender a coser el esfuerzo al placer, la responsabilidad a la utopía y los deberes a los derechos. Ya advirtió Sócrates de que la democracia degenera en un tribunal de niños que juzga a un médico acusado por un pastelero: adivina, oh Gorgias, quién resultará absuelto. Y quién será forzado a dimitir a base de cicuta.

No es que la derecha comunique mal: es que a veces hay que prohibir los pasteles. No es que la izquierda sea maestra del márketing: es que a nadie le amarga un dulce. Pero ni la derecha debería renunciar a la empatía ni la izquierda sacrificar la razón. Acaso el infantilismo meón de nuestra escena política sea un fruto indeseable del ingreso en la UE, que con nuestra soberanía se llevó también la pedagógica experiencia del acierto o el error por lo votado. Y ahora se vota ya a cualquier chamán de caverna como Pablo Iglesias.

EL MUNDO – 22/04/16 – JORGE BUSTOS