Iñaki Arteta-La Razón.

Si hay un libro de cabecera para los que enfermamos hace años intentando entender lo que ocurría alrededor del terrorismo ultranacionalista que se paseaba creando miedo y desbordando chulería delante de nuestras narices es ”La lengua del Tercer Reich” de Victor Klemperer.

“Algún día, la palabra “desnazificación” caerá en el olvido, pero transcurrirá un largo período, porque no solo ha de desaparecer la acción nazi, sino que también deben hacerlo las convicciones nazis, los hábitos de pensamiento nazis y su caldo de cultivo: el lenguaje del nazismo”.

El veterano jefe de ETA, Josu Urrutikoetxea (Josu Ternera), habla en su misiva de despedida “del final de una trayectoria” como si fuera el cierre de una empresa cualquiera. Más adelante parece que de lo que se trata es de convertir a sus trabajadores en autónomos “los y las exmilitantes de ETA continuarán con la lucha por Euskal Herria…en otros ámbitos, cada uno donde lo considere oportuno”.

Palabras como escenarios, mesas, impuestos, cimientos, imaginación, siempre seductoras a la vez que cargadas de confusión, las utilizaban coloquialmente muchas personas que no sabían qué significaban realmente en determinado contexto. La magia de su opulenta sonoridad sirvió para entrar en las mentes de la masa y dotarlas de elegantes significados políticos.

Este lenguaje no fue exclusivo de mundo radical, también recibió aportaciones notables de dirigentes nacionalistas: «ETA tiene que dejar la lucha armada, pero no por la vía de la rendición” decía Joseba Egibar en 1995. El mismo Egibar (“independentista sin matices”) decía en 1998 estar “convencido de que Herri Batasuna ha cambiado no sólo las formas, sino también «el mensaje», razón por la cual apostamos por abrir con ellos una vía de diálogo permanente”.

A la vez que Kemplerer anotaba sus observaciones en su diario, Goebbels diseñaba los principios fundamentales de la propaganda moderna. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente”. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. El principio de la simplificación de los mensajes y del enemigo único, el principio de la trasposición (cargar sobre el adversario los propios errores). Todo está inventado desde entonces y resulta escalofriante cómo aún hoy ninguna sociedad permanece ajena a las manipulaciones del lenguaje. Más inexplicable resulta que en palabras salidas de terroristas se quiera atisbar una luz de esperanza, un cambio radical de actitud, una justificación aceptable a todo el daño ejercido fría, metódica y conscientemente, tanto sobre objetivos concretos como a todo el grupo social disidente, durante tanto tiempo y sin ninguna piedad.

 Cuántos conceptos, bellas palabras y sentimientos se han violado y envenenado. La paz, el diálogo, el derecho a decidir, las consultas, la soberanía,…son ya cosas más que conceptos, letras huecas que forman palabras desgastadas.

Por no decir la terminología bélica asumida periodísticamente, acciones, atentados,…Pero hoy, la lengua que sirvió para justificar muerte y terror con descaro desbordante, se torna suave, casi enternecedora, supongo que para propiciar que Gobierno afloje la cuerda a sus presos. O quizás únicamente para que les admitamos cual americanos de vuelta a casa desde Vietnam y no les hagamos pasar mal rato en la carnicería.

Es el posturno y la postverdad, tan contemporáneos ambos, buenas forma

que ocultan vieja hipocresía: “no fue nada personal, la historia nos empujó”.

Lo digan como lo digan, que no cuenten con mi perdón.