ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez ha entregado la llave de su presidencia a un iluminado capaz de abanderar comandos de acción violenta

EL relato pacífico del independentismo se desmoronó esta semana como una vulgar paparrucha –fake new– ante sus muy apreciados medios internacionales, cuyas audiencias pudieron ver al fin a los comandos de agitación callejera en su verdadero estado salvaje. Un asalto al Parlamento catalán y a varios edificios oficiales, con pisoteo de la bandera española incluido, representa en cualquier democracia un mensaje de violencia incuestionable. Se acabó la milonga del pueblo en sosegada resistencia pasiva, como inspirada por el mismísimo Gandhi, ante las fuerzas de ocupación estatales: después de tan explícitas imágenes de vandalismo y furia ese cuento ya no se lo traga nadie, y menos cuando el propio Torra jaleó el ataque de sus atrabiliarias brigadas de combate. Sin embargo, ha faltado en ese desembozo del auténtico carácter del separatismo la contribución esencial del Gobierno de Sánchez, que desperdició la oportunidad de una ofensiva de comunicación diplomática que habría resultado muy útil para divulgar el mensaje. Muy al contrario, los ministros minimizaron los hechos –alguno incluso los consideró tolerables– y el mismo presidente restó importancia al ultimátum que le lanzó el separatismo en un manifiesto acto de chantaje. La razón es tan lógica como evidente y tan clara como lamentable: este Gabinete no puede denunciar la vertiente radical y exaltada de sus aliados sin autoperjudicarse. Porque a continuación de hacerlo tendría que romper con de forma terminante.

Ésa es la tragedia. El sanchismo no puede admitir que depende de un grupo de energúmenos para sostenerse en la presidencia. Que un fanático iluminado, títere de un prófugo y cabecilla de facto de unos comités de acción violenta, es el elemento decisivo que tiene la llave de su endeble correlación de fuerzas. Que para sustituir al PP no le bastaba con una alianza de izquierdas y que, aunque haya logrado pasar inadvertida ante la opinión pública europea la colaboración en su investidura de los herederos políticos de la ETA, necesita a los separatistas más arriscados para permanecer a salvo de contingencias. Que su poder, y en última instancia el destino inmediato de la nación entera, está secuestrado por una colección de extremistas telecontrolados desde Bruselas por un chalado megalómano con aires de profeta.

Resulta muy triste ver a un Gobierno soberano (?) no ya incapaz de ejercer una autoridad mínima, sino de establecer un simple principio de jerarquía. Encogido ante una pinza de coacción institucional y presión subversiva. Conforme con un estatus de falso equilibrio que neutraliza su iniciativa legítima y entrega la capacidad de decisión a una trastornada minoría. Pero es la consecuencia de camuflar como táctica de distensión una actitud tan entreguista que ni siquiera se atreve a desenmascarar lo que a los ojos de todo el mundo ha sido una flagrante tropelía.