La matriuska

ABC 14/06/16
IGNACIO CAMACHO

· Había varios debates cruzados dentro del debate. La acritud entre Rajoy y Rivera sugiere un punto de no retorno

LOS debates electorales no los gana el que más gusta a sus seguidores, sino el que mejor convence a los indecisos. El auge de las tertulias ha distorsionado el sentido de este formato de discusión para aproximarlo a un producto más de la política-espectáculo, en el que audiencias de partidarios se excitan con los zascas y otras modalidades dialécticas más o menos dramáticas, rebotadas en las redes sociales para crear opinión e inclinar las encuestas. Pero de eso se encargan los equipos de campaña; la misión de los candidatos es captar votos o al menos no perderlos. Encajar un discurso que, aunque no exalte, convenza.

El encuentro multipartidista de anoche estaba estructurado como una matriuska; había varios debates dentro del debate. Uno focalizado en (contra) Rajoy, con tres adversarios compitiendo en dureza opositora; otro entre Rajoy y Sánchez, o más bien al revés porque era el socialista quien buscaba el antagonismo; el tercero, más suave de lo previsto, entre Sánchez e Iglesias, que disputaban la primogenitura de la izquierda. Un cuarto duelo, menor porque no se roban clientela, discurría entre el presidente y el líder de Podemos, y un quinto bastante agrio, con Venezuela por medio, entre este y Albert Rivera, que lo buscó de cara. Sólo faltó el pulso de Rivera y Sánchez, respetuosos entre sí como si mantuviesen el «pacto del Abrazo». La estrategia del marianismo consistía en beneficiarse del ataque múltiple para aparecer como un gobernante sensato enfrentado a un guirigay de aspirantes y becarios con vocación de coaligarse para desalojarlo. Estuvo más sólido y cómodo de lo que suele en televisión, como si el atril y la posición de pie le hiciesen sentirse el rocoso parlamentario que brilla en el ambón del Congreso.

En general, frente a recordados precedentes de crispación y agresividad, la sesión mantuvo un tono saludable de clara discrepancia envuelta en formas corteses; los cuatro eran conscientes de la necesidad de ofrecer perfiles de respeto institucional. Eso sí, el antiguo bipartidismo tuvo que compartir ante los nuevos el purgante de la corrupción, que ambos líderes se tragaron y hasta se administraron mutuamente ahogados en las corbatas que marcaban en el lenguaje indumentario una suerte de frontera generacional y dinástica.

Rajoy, aunque yendo de más a menos, salió vivo de la encerrona que acaso él mismo buscaba e Iglesias, que se sabía vencedor en el debate externo de las redes, fue como casi siempre el más vehemente comunicador y el que mejor se adaptó a las expectativas de sus potenciales votantes. Pudo ser el que más creció. Sánchez rechazó adrede la oportunidad de distanciarse de Podemos; no se atreve. Y la dureza de Rivera contra Rajoy, a cuenta de la corrupción, sugirió tanto su intención de crecer a costa del PP como el punto de no retorno con la continuidad, si no de este Gobierno, de este presidente.