El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA

Una metáfora puede expresar la realidad mejor que mil circunloquios. Eso es, al menos, lo que pensaba el filósofo y hermeneuta Hans Blumenberg, para quien la metáfora era la expresión más cercana a la verdad. La patología política a la que asistimos en la comunidad de Cataluña tiene todos los visos de un proceso de propagación de un foco canceroso a un órgano distinto de aquel en que se inició. Metástasis lo llaman los médicos. Externalidad los economistas. En mi modesta opinión, ambas metáforas, tanto la médica como la económica, convienen a la patología nacional-populista que ha provocado el colapso político de la sociedad catalana, y que ahora ha extendido su toxicidad a otros ámbitos de la política española. Me detendré en tres ‘externalidades’ o efectos secundarios del ‘procés’, que se refieren en primer lugar a la democracia española en general, luego al descalabro del PSOE en las recién celebradas elecciones autonómicas en Andalucía y finalmente a la emergencia política del partido Vox, que lidera Santiago Abascal.

El deterioro político que ha supuesto el ‘proces’, impulsado por el nacional-populismo catalán, ha arruinado los pilares del sistema democrático al dividir la sociedad catalana entre los nacionalistas y los constitucionalistas, al tiempo que supeditaba la legalidad democrática a la supuesta legitimidad del decisionismo popular. La igualdad de los ciudadanía catalana como primera virtud política fue sustituida por la diferencia identitaria, que condenaba a la mitad de los catalanes al ostracismo político. La toxicidad de la patología catalana ha terminado, además, por intoxicar la política española y se ha convertido en el principal problema de los españoles. La creciente polarización de la política española reflejada en el clima bronco y ‘rufianesco’ del Congreso es la mejor muestra de la quiebra del contrato político que inspiró nuestra democracia tras el franquismo.

La azarosa llegada de Pedro Sánchez al poder y sus erráticas políticas han puesto en evidencia la fragilidad de los consensos que se suponían sólidos y duraderos. La política española se ha ‘catalanizado’ en la peor de sus acepciones. El sanchismo ha alimentado la polarización política demonizando a ‘las derechas’ y extremando el sectarismo de sus aliados, que buscan la ruina del llamado ‘régimen del 78’. La alianza de Sánchez con todos los enemigos del sistema democrático, sancionado por la Constitución de 1978, ha desvelado la fragilidad del Estado de Derecho del que nos dotamos hace cuarenta años. Tal vez no exista una relación causal entre el caos catalán y la crisis política de España, pero es una evidencia que la toxicidad de aquel ha terminado por erosionar la fortaleza de nuestras instituciones democráticas.

Andalucía ha sido el escenario donde el drama español ha cobrado nueva vigencia. En el previsible desalojo del poder del PSOE liderado por Susana Díaz en esa comunidad autónoma, subyace una razón multicausal que no se reduce al cansancio producido por décadas de poder clientelar y probada ineficacia sino que obedece directamente al influjo de una política meliflua e inconsistente del sanchismo con respecto a Cataluña que le ha pasado factura a modo de una externalidad política. El socialismo español haría bien en analizar la derrota andaluza en clave catalana y extraer las consecuencias oportunas ante los comicios de la próxima primavera.

De no cambiar, a fondo, el rumbo político en Cataluña y pese a las imaginativas manipulaciones demoscópicas de Tezanos en el CIS, es muy posible que el sanchismo no logre salvar los muebles del ruinoso edificio en el que Sánchez ha convertido la casa del socialismo español. El peligro que acecha al PSOE no reside en Vox sino en la pérdida de su norte político que se traduce, esquemáticamente, en la renuncia de la igualdad como valor político a expensas de la diferencia identitaria, sea esta de género o de otro signo.

Vox viene a desmentir la excepcionalidad de la ausencia de una extrema derecha en España. Quienes tratan de confinarlo en un epifenómeno fascista pretenden ignorar las razones objetivas que han impulsado su emergencia. El fenómeno migratorio mal encarado y peor encauzado, junto a las nuevas políticas de identidad que arrumban el ideal democrático de la igualdad, son causas suficientes de su génesis. Vox es también la excrecencia del malestar político generado por las políticas lábiles y oscilantes del sanchismo, referidas tanto a la cuestión migratoria como a las vanas políticas de apaciguamiento del volcán catalán.

La tosca e irresponsable idea de polarizar a la sociedad entre los buenos de la izquierda y los malos de la derecha, que no deja de ser un grotesco intento identitario de polarizar y fosilizar las complejas identidades de la ciudadanía, tuvo en François Mitterrand su máximo artífice y demiurgo. Aquel intento que se fraguó en los días de la ‘Union de la Gauche’ culminó, en Francia, por dar cuerpo al Frente Nacional de Le Pen. Sánchez e Iglesias, en su afán de polarizar a la sociedad española entre izquierdas y derechas, solapando la crisis catalana a los sones de la plurinacionalidad de España, tienen alguna responsabilidad en la emergencia de Vox. La metástasis catalana tiene sus indeseadas externalidades, Vox es una de ellas.