ARCADI ESPADA-EL MUNDO

LA RENOVACIÓN del Consejo del Poder Judicial se ha hecho a plena satisfacción del Gobierno. Se le ha pagado al juez De Prada el favor de haber incluido en la sentencia de Gürtel la moción de censura al entonces presidente Rajoy. En otro tipo de países, aunque no sabría decir qué países, la conducta del juez habría merecido sanción y no premio. Pero en España tenemos una temperatura estupenda y una gastronomía variada, y no se puede tener de todo. El Gobierno ha conseguido también apartar al juez Marchena de la presidencia del tribunal que iba a juzgar a los presos nacionalistas. Este y otros periódicos han interpretado que ese apartamiento debilitará las tesis del instructor y la Fiscalía. Me falta información para sostenerlo. Pero si esto fuera así supondría que el Partido Popular ha añadido a la vergüenza del nombramiento de De Prada un oprobio feroz: dar a entender al público votante que también él está por el apaciguamiento judicial ante los presuntos golpistas. ¡Y que en eso consisten el bipartidismo y los pactos de Estado!

Sin embargo todo esto tiene un cariz verosímil y siempre es más cómodo trabajar con certezas. Las certezas, en este caso, aluden al juez Marchena. He leído muchas invectivas contra el Gobierno y contra el Pp a propósito de su nombramiento, incluida esta fórmula tan extraña que eligieron de nombrarle antes de que los vocales que habrían de hacerlo estuvieran nombrados. Pero no he leído nada sobre la actitud del propio juez. Es decir, sobre la conducta de la pieza básica en todo este cambalache general del poder judicial, que es el propio Marchena.

El juez iba a presidir el juicio más delicado y trascendental de la democracia española. Desde el punto de vista del trabajo en sí, no creo que haya habido ni haya otro comparable en su carrera. Desde el punto de vista de la responsabilidad profesional y civil no tengo duda alguna: es improbable que Marchena tenga otra oportunidad de ser juez y ciudadano como esta. El juicio, para el que lo sentencie, será también un instante imponente para poner a prueba, con fuego real y al margen de las hipótesis académicas, cómo hacer justicia y que perezca el mundo, cómo hacer justicia sin que perezca el mundo o incluso cómo hacer justicia inmunda.

Es puramente extraordinario que un juez renuncie profundamente a serlo, que abdique de este tenso horizonte de esplendor en su ciencia para entregarse a la burocracia macilenta. Pero es fama que mi optimismo nunca cede: Manuel Marchena ha demostrado que no merecía ser el juez que debía juzgarlos y mejor que lo hayan mandado a hacer puñetas.