Luis Haramburu Altuna-El Correo

La ausencia de un potente relato en positivo de la doble pertenencia, vasca y española, de los residentes en Euskadi favorece la hegemonía nacionalista

El constitucionalismo vasco lo compone ese vago e impreciso ámbito donde cabe situar a las fuerzas políticas no nacionalistas, que tienen en la Constitución española su principal referente político. El PSE, el PP y Ciudadanos son tres formaciones explícitamente constitucionalistas, mientras que Unidas Podemos y Vox cuestionan algunos de los fundamentos de nuestra Carta Magna. En el caso de Unidas Podemos, sin embargo, Pablo Iglesias ha pasado de ser un impugnador de la Constitución a considerarla el epítome de su ideario político. Bienvenida la mudanza siempre y cuando sea veraz.

Aunque por un margen estrecho, el conjunto del constitucionalismo vasco obtuvo en las elecciones del 28 de abril más votos que los partidos nacionalistas, pero estos sumaron más escaños. Es decir, su superioridad en votos no se tradujo en una superioridad de escaños. La dispersión del voto constitucionalista es la responsable. El hecho de que el PP no lograra ningún escaño visualiza claramente la debilidad de las opciones estatales. El PSE salvó los muebles en Euskadi, pero no se vio favorecido tanto como cabía esperar por el efecto ganador de Pedro Sánchez. Las perspectivas para las fuerzas constitucionalistas en los comicios municipales, forales y europeos de este domingo no son mejores que en los generales, en los que tradicionalmente consiguen sus mejores resultados.

El triunfo del nacionalismo diluye la visibilidad de los partidos políticos afincados en el constitucionalismo. Las opciones de centro y derecha estatales no pasan de tener una presencia testimonial en Euskadi. ¿Significa ello que la derecha es inexistente en el País Vasco? Muy por el contrario, el triunfo de las opciones nacionalistas revela una imagen conservadora del electorado vasco.

El nacionalismo no deja de ser una opción conservadora e iliberal. La alta participación y los magníficos resultados obtenidos por el nacionalismo en su conjunto evidencian un deseo de conservar lo hasta ahora logrado ante el hipotético peligro de recentralización autonómica. Mal que pese a algunos nacionalistas que se reclaman de izquierdas, la sociedad vasca es una sociedad profundamente conservadora en lo político, a pesar de algunos afeites culturales de carácter progresista. La vieja división entre conservadores (carlistas) y reformadores (liberales) que atraviesa a la población vasca desde el siglo XIX continúa funcionando bajo nuevas maneras políticas.

Los magros resultados del constitucionalismo vasco han ocasionado un sentimiento de orfandad política que las opciones nacionalistas procuran acentuar. «No existe alternativa al nacionalismo», «hay que rendirse a la evidencia» o «se impone el principio de realidad» son algunas de las reflexiones tras el 28-A. Todo induce a pensar que el constitucionalismo ha colapsado en Euskadi, pero la realidad numérica de los votos está lejos de avalar semejante presunción. Hay una realidad que asemeja a las sociedades vasca y catalana: en ambos casos las opciones nacionalistas no alcanzan el 50% de los votos. En ambas comunidades, y pese a la onerosa inversión identitaria que los gobiernos nacionalistas han realizado durante décadas, el empate, cuando no la superioridad numérica de las opciones constitucionalistas, se impone.

La orfandad política que afecta a las opciones constitucionalistas tiene a mi modo de ver una razón clara, que no es otra que la ausencia de un potente relato en positivo del hecho de la doble pertenencia española y vasca de los vascos. Se trata de una cuestión fundamentalmente cultural, pero que tiene una inmediata consecuencia política. Los largos años de aleccionamiento en el sentido de que es incompatible la pertenencia simultánea a lo vasco y a lo español han creado una mentalidad en la que ser vasco equivale a ser nacionalista. En este axioma se basa la hegemonía nacionalista. Esta falacia, convertida en aporía, se encuentra en la base de la supremacía de las opciones políticas nacionalistas y contribuye a socavar la adhesión al constitucionalismo y al pensamiento liberal. Por supuesto que el abertzalismo, que es esencialmente ‘aconstitucional’ e iliberal, procurará alentar el sentimiento de orfandad del constitucionalismo, que no cesará en su defección hasta que no confeccione un convincente relato donde lo vasco y lo constitucional confluyan.

Con el PP en estado comatoso y sin que Ciudadanos logre hacerse ver, tan solo el PSE y Unidas Podemos podrían liderar la confección de un veraz relato político donde lo vasco y lo constitucional sean no solo congruentes sino inherentes. Me temo, sin embargo, que ambas formaciones se hallan demasiado acomplejadas ante el nacionalismo para acometer semejante empeño.

Para afianzar el constitucionalismo vasco, los partidos constitucionalistas habrían de priorizar el eje constitucionalismo/nacionalismo al eje izquierda/derecha, pero a la vista está que tanto el PSE como Unidas Podemos han optado por la senda contraria. Lejos queda ya el ensamblaje y la convergencia constitucionalista que hizo posible el Gobierno de Patxi Lopez. Hoy más que nunca, en la izquierda vasca, se aprecia la ausencia de figuras como José Ramón Recalde o Mario Onaindia, que acertaron a ensamblar la doble pertenencia de lo vasco y lo español en una superior síntesis política y humanista.