José María Ruiz Soroa-El Correo

De nuevo un caso de agresión sexual en grupo. De nuevo la indignación social más que justificada ante un crimen repugnante. Y de nuevo, también, las peticiones desaforadas, aunque políticamente muy correctas de una justicia que sea «rápida», «pesada», «contundente», «ejemplar», «con perspectiva de género», «hecha desde los ojos de la víctima» y demás invocaciones al punitivismo más burdo y desgarrado. Punitivismo: creencia ancestral prototípica y propia de los estadios poco ilustrados del desarrollo social o del pensamiento individual que sostiene sin fundamento alguno que los delitos se acabarán usando del castigo como un garrote. Más conductas definidas como delito, más agravaciones, penas más severas, prisión inmediata, más agravantes, menos «impunidad», jueces más comprometidos con los clamores de la sociedad y menos con las garantías de la verdad del caso, menos derechos para esos violadores que entran y salen riéndose de los juzgados, los jueces deben ver los casos a través de los ojos de las víctimas.

¿Recordar que nuestra sociedad española tiene uno de los índices europeos más bajos en la frecuencia de comisión de delitos de agresión sexual en general? ¿Recordar que no es algo cada vez más frecuente, sino algo cada vez más anómalo? ¿Que una cosa es el aumento de la indignación ante los casos exhibidos por los medios hasta el agotamiento de la atención pública y otra la realidad efectiva de la cosa? ¿Que esta nuestra sociedad con índices de comisión de delitos más bajos tiene, sin embargo, los índices de severidad de las penas más altos? ¿Que ostenta cifras de población entre rejas -sobre todo, con carácter preventivo- que son un escándalo para las medias de Europa? Es decir: ¿recordar que el punitivismo no lleva a ninguna parte? ¿Y que además es abyecto?

Resulta desesperante escuchar de nuevo peticiones que, por mucho que expresadas en palabras, no son sino berridos animales. Por ejemplo, que todos los sospechosos deben ir a prisión de inmediato, aunque la instrucción policial y judicial no hayan aportado hasta el momento indicio relevante de culpabilidad alguno. Son sospechosos y con eso basta. Si ha habido una violación en grupo debe haber de inmediato una ‘manada’¡ en la cárcel. Y si no sabemos quiénes son, da igual. Primero les encarcelamos y luego se verá. Tienen mala pinta, algo habrán hecho. La «alarma social» lo justifica, a pesar de que ese de la «alarma social» sea un criterio tan vago, manipulable y arbitrario que el Tribunal Constitucional lo desechó por completo hace decenas de año por impropio de un Estado de Derecho.

Resulta desesperante ver que se intenta reducir la actividad de los jueces como aplicadores del Derecho a una técnica meramente automática al servicio de los clamores (mejor, rugidos) de esa ‘manada’ grande en que se convierte a veces la sociedad. Defender que no están ahí para examinar, pensar, reflexionar, valorar, aquilatar y, en todo caso, proteger los derechos de los ciudadanos. De todos los ciudadanos. No los de una identidad sí y los de otra menos. Triste ver qué rápido se olvida que los ciudadanos deben ser tratados como inocentes -es decir, «son inocentes»- mientras no se aporten pruebas sólidas de su culpa. Y los inocentes no van a la cárcel preventivamente.

Lo característico de la ‘manada’ grande actual es que defiende con su actuación causas nobles, sentimientos dignos, empatías bien fundadas. Antiguamente la ‘manada’ social era ignorante y supersticiosa, ahora es compasiva. Pero no conviene engañarse al respecto: los fines no justifican nunca los medios. La sociedad abierta en que vivimos se funda precisamente en el respeto sagrado a los medios. Pretender sobrepasarlos porque la causa lo justifica es volver a la moral (la barbarie) de la ‘manada’ más fuerte.