La ouija catalana

ABC 20/09/16
IGNACIO CAMACHO

· En la calle, arrogantes soflamas de desobediencia. Dentro, ante los ropones, cautela de justiciables acojonados

IMAGINEN a Rita Barberá proclamando que el fiscal Pumpido es un esbirro a sueldo de sus enemigos. Imagínenla subiendo la escalinata del Supremo escoltada por un grupo de autosatisfechos imputados valencianos. Pues tan imputado como ella está Francesc Homs pero nadie osa reclamarle el acta de aforado. Ni Podemos, ni el PSOE, ni siquiera Ciudadanos, ni el mismo PP cuyo Gobierno, Fiscalía mediante, lo ha denunciado. Ese silencio legitima su pretensión de ser objeto de un procesamiento político que lo sitúa, al parecer, fuera del alcance de cualquier medida anticorrupción y exento de responsabilidad regenerativa. Corrupción es blanquear mil euros –que sí lo es– pero no malversar el dinero de los catalanes y de todos los españoles en una parodia de referéndum separatista. Ni saltarse a piola las leyes y la Constitución cuya obediencia se promete con solemnidad al tomar posesión del cargo. Ni prevaricar forzando a los funcionarios cumplir órdenes ilegales, ni utilizar las instituciones para articular desde ellas un golpe contra el Estado. Corrupción son sólo los delitos que cometa un representante de la derecha, aunque sea saltarse una señal de tráfico.

Liberado de todo reproche moral, Homs puede comparecer ante el Tribunal con el desafiante victimismo de un héroe de su causa. Arropado por la plana mayor –también procesada– del nacionalismo y por la lentitud del trámite judicial, que les dará tiempo a convocar si les peta otra consulta antes de que concluya el sumario. Investido de la arrogancia suficiente para motejar al fiscal de sicario represor y de sayón togado. Ellos, los soberanistas, son los arúspices del pueblo cautivo, cuyo clamor de emancipación interpretan tras escucharlo en el oráculo de su ouija política. Y contraponen su idea unilateral de la democracia al imperio de las leyes que juraron cumplir y hacer cumplir para encaramarse a las poltronas en las que se parapetan como vulgares corruptos fiduciarios.

Todo esto de puertas para afuera. Dentro, ante los ropones con sus sillas de rojo respaldo alto, se comportan con cautela de justiciables acojonados. Las soflamas sobre la sagrada voluntad popular quedan para el aire libre donde los argumentos retadores no tienen naturaleza jurídica de alegatos. Frente al juez, silencio para no autoinculparse, o casuismos en defensa de su estricta observancia del marco legal que en la calle califican de régimen autoritario. ¿Desobedientes? No, señoría, como puede usía ni siquiera pensarlo. Eso son calentones retóricos, cháchara para fanáticos. Porque una cosa es ser portavoces del destino manifiesto de la nación oprimida y otra jugarse una condena por asumir esa privilegiada condición con demasiado entusiasmo. El martirologio no hay que llevarlo tan lejos. Y por muy estupendos que se pongan en sus escenográficas performances, a nadie le pone buen cuerpo desfilar en una cuerda de imputados.