La (pen)última agonía de la socialdemocracia

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 16/10/16

Jorge Bustos
Jorge Bustos

· La depresión del PSOE se enmarca dentro de la caída y el desgaste de sus colegas europeos, presos de a crisis y de la pinza de los conservadores y populistas.

· Desde hace unos años, los socialistas empezaron a ser percibidos como traidores y no aliados de clase por los perdedores del proceso de globalización.

La crisis del PSOE ofrece líneas argumentales propias, pero sería absurdo sustraerla al relato general de la agonía socialdemócrata en Europa. El modelo del Estado de Bienestar pactado por la derecha democristiana y la izquierda socialdemócrata tras la II Guerra Mundial hace aguas desde hace mucho tiempo, no porque sus objetivos asistenciales pierdan vigencia, sino porque cada vez resulta más difícil financiarlos. El capitalismo ha mutado, la demografía también y las políticas redistributivas que ondean en el pabellón histórico de la socialdemocracia quedaron hechas jirones al paso huracanado de la crisis económica. La disputa del espacio propiamente socialista por parte de conservadores y populistas termina de componer la pinza que está ahogando a los partidos socialistas del continente. Pero vayamos por partes.

¿A qué llamamos socialdemocracia desde el punto de vista académico? Según Pedro Fraile, catedrático de Historia Económica en la Carlos III, la socialdemocracia «no surgió como una anomalía o una desviación del comunismo, según pretendía Lenin, sino por un giro teórico de algunos socialistas que aprendieron a analizar el mercado. Muchos habían pasado por Londres, donde leyeron a Marshall, como el propio Bernstein. Rechazada la falacia marxista del valor-trabajo, entendieron que el único avance posible a largo plazo para los trabajadores era procurar el incremento de la productividad (y por lo tanto de los salarios reales) en un contexto político de libertades». Recuperar este vínculo con el liberalismo marca, para Fraile, el camino de retorno a las raíces de partidos como el PSOE. «El problema es que muchos socialistas no comprenden que la lucha contra la pobreza y la exclusión ha de hacerse a través de mecanismos de mercado, en vez de usar la fiscalidad y la redistribución como panacea», afirma.

Pero en el origen hubo otros socialistas –entre ellos Pablo Iglesias Posse– a los que nunca se les ocurrió abandonar la lucha de clases ni el programa colectivista de la producción. Era un tiempo en que el capitalismo fordista alimentaba la reacción obrera. Ahora bien, como explica el histórico diputado José Andrés Torres Mora, «aquel hábitat de trabajador, fábrica y sindicato ha desaparecido, borrada por los efectos deslocalizadores y externalizadores de la globalización. En su lugar surge una nueva clase de falsos autónomos que luchan solos, que no están organizados».

El proceso de mutación capitalista es imparable y deja víctimas –la destrucción creativa, que decía Schumpeter–, pero Torres Mora gradúa las culpas en función del color político del Gobierno al que le toca pilotarlo, y distingue entre el alto proteccionismo con el que Felipe González acompañó su reconversión industrial y lo que hizo Thatcher. «Yo estaba en el hemiciclo en aquella sesión de mayo de 2010 en que Zapatero se defendió de las acusaciones por los recortes reivindicando políticas keynesianas como el Plan E.

Pero Bruselas no le dejó aplicarlas del todo, y Zapatero reconocía que no podía hacer políticas socialdemócratas si no tenía liquidez. Y entonces no había ni para pagar los sueldos de médicos y maestros», evoca Torres Mora, cuya militancia data de los años en que el PSOE defendía el marxismo y rechazaba la entrada en la OTAN. Lo cierto es que la gente se negó a entender el giro forzoso de Zapatero, y ahí empezó a nacer el populismo de izquierda radical. «Los viejos comunistas vienen ahora a reprocharnos que no fuimos buenos izquierdistas, que fuimos débiles morales. ¡Ellos, que no se avergüenzan de ser comunistas!», protesta.

Menos piadoso con aquellos años se muestra el profesor Fraile. «La estrategia de Zapatero tuvo consecuencias nefastas para el socialismo, para el partido y para todo el país. Puso en marcha la espiral del odio dentro del PSOE, lo vinculó con los movimientos identitarios –en contra de la tradición del pensamiento socialista– y deslegitimó a la derecha como enemigo franquista. Además, desató las expectativas de redistribución de los ciudadanos a través de una política fiscal desbocada y absurda que casi duplicó el nivel de gasto público en pocos años, en un momento en el que una política anticíclica habría recomendado contener la expansión del gasto».

El drama para el PSOE quizá no fue tanto la crisis como su fragilidad discursiva durante la gestión de la misma: si la reforma exprés del artículo 135 para fijar el techo de gasto sirvió para evitar un rescate, Zapatero hizo un gran bien al país que no supo explicar. Más bien la vergüenza se apoderó del partido e hizo presa en Pedro Sánchez: al proponer su derogación, aparte de enmendarse a sí mismo vendía la ética de la responsabilidad socialdemócrata por la ética de la convicción populista. Fue el primero de los sucesivos acercamientos a Podemos que causarían finalmente su descabalgamiento el pasado 1 de octubre. Su pecado: traicionar por mera ambición el espíritu mismo de su partido.

La socialdemocracia nació precisamente para combatir el marxismo-leninismo que alienta en las tesis podemitas. El keynesianismo terminó de ahormar el modelo de economía social de mercado que se hizo hegemónico hasta el giro liberal de Reagan y Thatcher en los 80. La respuesta vino por la Tercera Vía de Blair y Schröder, entre otros, cuya síntesis reformista de bienestarismo y mercado sirvió para que los partidos de centro-izquierda ostentaran el poder hasta que la falta de respuesta ante la crisis de deuda restauró o reforzó los gobiernos del centro-derecha (Cameron, Rajoy, Merkel). ¿Mejor el original que la copia? Eso opina Eusebio Fernández, catedrático de Filosofía del Derecho de la Carlos III: «Tanto el laborismo de Blair como el SPD y cualquiera de los partidos socialistas europeos intentaron adaptarse a los cambios sociales y económicos mirando más a las críticas provenientes de los partidos situados a su derecha que a una línea de pensamiento propia que restableciera puentes con su ideario clásico. Así, han desaparecido casi las referencias a la búsqueda de una igualdad de oportunidades fuera del populismo». La actual crisis migratoria, con sus temores añadidos, no hace sino acelerar el declive socialdemócrata, en el caso centroeuropeo por el lado ultraderechista.

Roto por la recesión el contrato social, los electores volvieron sus ojos a la seguridad de los ortodoxos, que muchas décadas atrás habían empezado su propia carrera hacia una concepción redistributiva de la política que han acabado disputándole a la izquierda. Ya no serían su alternativa, sino sus competidores por el mismo electorado. «En España ese proceso arranca en el XIX, y de Maura en adelante no ha cesado. El afán redistributivo (y su complejo de inferioridad moral frente a la izquierda) ha llegado a convertir a los conservadores en los auténticos socialdemócratas actuales», sentencia Fraile. Parecen corroborar sus tesis las (sorprendentes para muchos) palabras de Rajoy en 2008, año fundacional del marianismo: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya».

Lo que ocurrió en la otra orilla es que, desde principios del XXI, los socialdemócratas empezaron a ser percibidos como traidores de clase por los perdedores de la globalización. Como liberales más compasivos, a lo sumo. Lo explica muy bien Josep Borrell en conversación con EL MUNDO: «La redistribución funcionaba porque el crecimiento económico a partir de la posguerra mundial fue espectacular. Pero la liberalización del capital mina el reparto fiscal que paliaba la desigualdad. Del mismo modo que la revolución industrial engendró el proletariado, cuya expresión política fue el socialismo, la revolución digital ha engendrado el precariado, cuya expresión política es el populismo».

Borrell hace autocrítica y reconoce que el PSOE no supo estar con los que sufrían los desahucios, por ejemplo. A su juicio, el futuro de la socialdemocracia pasa por esquivar tanto la desregulación de Hayek como la planificación de Marx, y por potenciar la representatividad con mayor democracia interna sin caer en el asambleísmo. ¿Cuál ha de ser la actitud del PSOE respecto de Podemos? «Conviene no escupir sobre el populismo, sino escucharles más. Sus propuestas no son viables, pero la gente no les vota por lo que proponen sino por lo que representan. Representan un estado de ánimo, y uno no combate los estados de ánimo con balances presupuestarios». Y aunque la excitación permanente es imposible, cuando pase habrá variado el paisaje.

Para Ángel Rivero, en cambio, el momento populista –las condiciones de posibilidad de su asalto al poder– ya ha pasado. Este profesor titular de Ciencia Política de la Autónoma de Madrid señala el talón de Aquiles de Podemos: su proyecto se refuta a sí mismo una vez alcanzado cierto poder, porque ya no puede explotar el conflicto. Rivero se remonta a Felipe González para observar errores propios del socialismo español, como la demonización de la derecha democrática –aquel spot del doberman, que era un rottweiler– y las cesiones al nacionalismo, que contradicen su raíz solidaria. «Aquel PSOE acepta el mercado pero no lo procesa, no asume una moderación de tono europeo: es la cultura del pelotazo, no la de un sistema de libertades y responsabilidades. El PSOE no ha hecho nunca pedagogía entre su militancia, como para hacerla ahora en dos semanas. Por eso el pacto entre Javier Fernández y Rajoy será como mucho táctico: el socialismo no cree en él. Sin embargo, soy optimista. Syriza ha funcionado como una vacuna».

Se podría resumir la transformación política en España como un proceso de confluencia ideológica entre el PP, que se hizo más socialdemócrata, y el PSOE, que se hizo más liberal. Confluencia que parecía darle la razón a Fukuyama: no hay futuro fuera de la democracia socioliberal. Hasta que el populismo entró en escena, obligando a la socialdemocracia a refundarse otra vez, a tono con su historia: la de un actor político siempre amenazado que se reinventa tras cada cíclica agonía. Si como decía Weber lo propio de la vocación política es oponer un «sin embargo» a la adversidad, nunca el PSOE necesitó más políticos vocacionales.

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 16/10/16