La pequeña coalición

ABC 04/07/16
IGNACIO CAMACHO

· La gran coalición es una quimera tan remota como la retirada de Rajoy. Mantras retóricos del tanteo negociador

HABRÁ Gobierno y lo presidirá Rajoy, pero no será pronto ni fácil. El éxito contra pronóstico del denostado método marianista ha convencido a sus adversarios de las virtudes de la paciencia y ahora van a desafiar al presidente en su propio terreno: el de la espera y la gestión de los tiempos. La tensión política se ha aflojado tras el veredicto electoral y la llegada de las vacaciones, y la galbana canicular permite colegir que la investidura se va a cocer sin prisas, a fuego lento.

La gran coalición es una quimera tan lejana como la retirada presidencial. En ambos casos se trata de dos mantras retóricos que irán desapareciendo en el tanteo de las negociaciones. Ni Rajoy se va a ir después de haber ganado con claridad rotunda ni los socialistas pueden pactar con el PP porque su posición sigue amenazada. Después de haber aguantado mal que bien el pulso de Podemos no van a entregarle la gestión del descontento; ni deben hacerlo. El populismo se desfondará si sufre otra derrota a medio plazo porque su proyecto está pensado para asaltar el poder. Y esa derrota se la tiene que infligir la socialdemocracia achicándole los espacios. Por ello lo máximo que puede esperar Rajoy es la abstención o ausencia

in extremis de media docena de diputados del PSOE, que no se sacrificarán por España, sino por su partido. Le costará acuerdos de reformas estructurales que el socialismo pueda vender como logros, además de envainarse alguna ley del último mandato. Incuso es probable que esa solución no cuaje hasta el tercer intento. Es decir, que haya una doble votación fallida y el candidato tenga que volver a comparecer pasado el verano.

La alianza esencial que el marianismo necesita tejer es con Ciudadanos. La tentación mutua apunta a un acuerdo de mínimos para salvar la investidura y permitir un Gobierno muy en minoría que negocie ley a ley, decreto a decreto. Rivera, que tan obsequioso se mostró con Sánchez, tiene muchas dudas para pringarse gobernando con un hombre al que había vetado. Le pesa el síndrome

Cleg, el del liberal inglés que salió triturado por servir de muleta a Cameron. Pero ha de evaluar dos variables. La primera, que mostrarse más duro con el PP que con el PSOE le puede penalizar ante su electorado. La segunda, que los votantes tienden a desconfiar de los partidos que no muestran interés por gobernar. Los acaban abandonando.

Ambos líderes y ambas fuerzas se tienen recelo: a fin de cuentas compiten por el mismo mercado. Sin embargo, el país va a afrontar un período difícil que requiere mínimos de estabilidad: una base agregada de 169 escaños. Un compromiso, si no de Gobierno, sí de legislatura por corta que sea, y al menos un presupuesto cerrado. Cualquier otra fórmula producirá un vacío de poder, aunque haya un Gabinete a los mandos. Y la pregunta es si España se puede permitir el balanceo institucional durante otro par de peligrosos años.