FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 06/02/17
EDUARDO ‘TEO’ URIARTE

Todavía impresionado por el discurso del nuevo presidente de los Estados Unidos, donde se ha confirmado que sus promesas electorales no eran concesiones a la demagogia sino propósitos firmes surgidos de un convencimiento prepotente, y donde se aprecia una resurrección de lo peor de la historia que el republicanismo americano no quiso resolver, continuemos con el análisis de lo cercano para evitar que el populismo simétrico, feliz hallazgo de Ignacio Camacho, haga aquí lo mismo. Intentemos evitar que esta simpleza primitiva en la argumentación política se haga con nuestro destino, para volvernos a llevar a los desastres del pasado.

La resaca tras un año de paréntesis político y el agotamiento producido en los partidos tras tanta maniobra inútil, para acabar en la única fórmula posible, facilitar el gobierno al partido más votado, no sólo ha afectado al PSOE, también al PP, y de una forma contundente en Podemos. De las consecuencias de la crisis política tampoco se libra Ciudadanos, pero la padece de forma más suave que los anteriores.

Los nuevos partidos emergentes gozaron del favor de la opinión pública tras la decepción producida por los viejos, los escándalos de corrupción protagonizados por ellos en medio de una crisis económica que pagaba la ciudadanía y de la que no se sentía en nada responsable. No se trata tan sólo de un fenómeno de indignación ante los errores de los detentadores del bipartidismo, sino además de una profunda decepción ante un futuro que se derrumbaba precipitadamente, la caída de todo lo que creíamos sólido recordando el título del libro de Muñoz Molina.

Esa profunda decepción, junto a la indignación ante los escándalos y errores por parte de los detentadores del poder, se produce en el caso español en el seno de una sociedad carente hoy de cultura y referencias políticas, y por lo tanto de compromiso y corresponsabilidad. En cierta manera la partitocracia en la que el sistema derivó, no sólo ha evitado promoverla en la ciudadanía, sino que transformó su vacío en un mero consumismo de las ventajas que la democracia concedía a los individuos. En cuanto la crisis limitó o anuló algunas ventajas la reacción de rechazo al sistema ha sido automática. En muy pocos meses las grandes opciones electorales pierden votos masivamente, junto a una condena ideológica de todo lo que ha significado nuestro reciente pasado, un reciente pasado que coincide precisamente con la democracia en nuestro país.

Transcurridos los momentos entusiastas de la Transición en los que la sociedad contaba en el plano político, habida cuenta la debilidad de unos enclenques partidos -salvo el PCE-que a toda prisa se formaban, el poder e influencia de éstos rápidamente se hizo excesiva. El incremento de poder de los partidos, y la dialéctica muy pobre en argumentos, pero muy agresiva en las formas, anuló las posibilidades de una cultura y republicanismo cívico que facilitara la participación y el interés por la política de la ciudanía. Cultura que amortiguasen en tiempos de crisis las contradicciones y reacciones instintivas que se fueran a producir. Esa actitud espontánea y visceral que ha caracterizado históricamente los movimientos sociales en nuestro país.

En cierta manera puede decirse que la partitocracia ha evitado el republicanismo cultural en nuestra sociedad, dejando manifiesto que, si la política antes era ajena a la sociedad, pues padecíamos una dictadura, luego también lo sería al convertirse en monopolio de los partidos. Una política minimizada y reducida por éstos a un escandaloso enfrentamiento de corrala de zarzuela, con consecuencias negativas en la sociedad. Se podría incluso decir que, aunque parca, existía más y mejor cultura política a la salida de la dictadura que en momentos presentes, cuestión que debiera agradecer mi generación a Radio París, la BBC y a la Pirenaica. Y porque la dictadura en su prohibición dignificó hasta el idealismo a la política.

En estas circunstancias la reacción social ante la crisis ha sido muy profunda y rápida, exhibiendo muchos aspectos ácratas, no en vano fueron los propios partidos los encargados de dejar huérfana de cultura política a la sociedad. Y si deterioros políticos semejantes pudieran contemplarse en otros países cercanos, Francia o Reino Unido, los niveles de implosión del sistema no son comparables, pues en esos países existen algunos elementos políticos comunes que cohesionan a la sociedad. Aquí a la ruptura social se suman las territoriales, hay fallas sociales por todas partes.

Para mayor precisión debiera observarse que ninguno de los dos grandes partidos se preocupó por promover referencias ideológicas comunes a ellos y a la sociedad que suavizasen los enfrentamientos, lo que era imprescindible para la superación de una larga dictadura que sucedió a una cruenta guerra civil. El PSOE hizo lo contrario con la memoria histórica. Y en el caso de la derecha las referencias ideológicas e incluso míticas sobre el marco común son de naturaleza tradicionalista, y por ello anacrónicas, de fundamento religioso o militar, que contradicen la naturaleza cívica y democrática de nuestro sistema, y a los que en el fondo acuden, porque no tienen otra cosa, como al desfile de las fuerzas armadas, como a un “coñazo”. En la actualidad nuestra derecha es burócrata, si pudiera prescindiría de todo discurso ideológico y político.

Pero es más importante la responsabilidad de la izquierda, porque tras una primera etapa de apoyo manifiesto al encuentro democrático -sirva como ejemplo el encomiable discurso en el Congreso de los Diputados de Marcelino Camacho durante el debate de la Ley de Amnistía-, desde la salida de González del Gobierno la deriva crítica hacia los fundamentos de nuestra convivencia política, rechazo de la Transición, consideración de nuestro sistema como una democracia de baja calidad, irrespetuosa actitud ante la Constitución, excesiva compresión del secesionismo, no sólo dotó a la indignación social de argumentos, sino que favorecía con precisas argumentaciones la necesidad del surgimiento de una movilización como Podemos de naturaleza antisistema. La izquierda renegó de la vocación democrática por la que optó durante la dictadura, cambiándola por el plato de lentejas del poder por el poder.

La reacción populista, y su tremendo éxito, estaban prefigurados por el comportamiento de los viejos partidos a poco que se crearan las mínimas condiciones, y ésta surgiría ceñida ideológicamente a las argumentaciones críticas contra la Transición y el sistema propaladas por el socialismo previamente. Cayó la crisis económica en medio de un pueblo no sólo huérfano de cultura política, sino que la promovida por la izquierda abonaba el populismo. Y, sin embargo, especialmente Podemos se anula a sí mismo apenas inicia su andadura política.

Esperemos que el populismo de derechas representado por Trump no cunda en sectores de la derecha española. Es lo que nos faltaba, sumar a los nacionalismos periféricos, donde el populismo campa bajo la acepción nacionalista, partidos donde se observa con admiración a Trump -la portavoz de Bildu en el Parlamento vasco le ha felicitado su victoria-, una derecha populista españolista.


Prematuros envejecimientos

Las frustraciones, contradicciones internas, escándalos de naturaleza económica o debidos al férreo autoritarismo interno, se han apreciado inmediatamente en Podemos apenas la situación política se ha tranquilizado. Podemos rechina en su presencia dentro de las instituciones democráticas, y aunque quiera llamar la atención, convertir la cámara del Congreso en un plató de televisión con escenas dignas de reality shows, utilizando un bebé en el hemiciclo, besos entre machotes, todos al suelo dando Iglesias una rueda de prensa sobre las alfombras, estos numeritos no han sido capaces de detener el amilanamiento del impulso rompedor con que Podemos se dirigía a la toma de los cielos. Hoy, ya, comienza la crisis de Podemos.

Sus expectativas de irrumpir por sorpresa hasta llegar al Gobierno en gran medida se las debió al inusitado favor que sus líderes, especialmente Iglesias, gozaron en algunas televisiones. En una situación de crisis en las que muchos medios de comunicación buscaban sostener y ampliar la audiencia encontraron en estos nuevos líderes un filón informativo a explotar. Estos jóvenes personajes, de gran capacidad comunicadora, aura de profetas, críticos rotundos con la élite dirigente, que la convierten en chivo expiatorio al viejo estilo que los agitadores medievales, propagandistas abanderados de una almibarada apología del pueblo sufriente -y esto era lo más interesante para las empresas de comunicación-, se convirtieron en una mercancía informativa de gran valor. Ambos, nuevos políticos populistas y viejos medios de comunicación, coincidieron a la búsqueda de audiencias. Aunque los mensajes fueran falsos, los argumentos tan añejos como la revolución bolchevique, la desvergonzada apología del pueblo, de la gente, ofrecía el éxito en las audiencias.

Iglesias, Errejón, Monedero. “vendían” producto televisivo, y no existió excesivo escrúpulo en usarlos mientras dieran buenos resultados en los índices de audiencias. Las condenas medievales a lo instituido, los mensajes simples y rotundos, la identificación de los causantes de la crisis, la apología desmesurada de la buena gente, encubría todo el narcisismo e ignorancia de los nuevos redentores, sus falsedades y sus patrañas. Mientras, los avispados empresarios subían sus audiencias a cualquier precio. Cuando vieron hasta dónde llegaba la importancia social concedida a los que no dudarían en cerrar sus medios si llegasen definitivamente al poder, empezaron a preocuparse. Desde la indignación y decepción social, los argumentos ideológicos propiciados por la izquierda, especialmente por el PSOE, y la actitud de muchos medios de comunicación, surgió el éxito de Podemos. Éxito posiblemente efímero en cuanto se topase con responsabilidades y compromisos políticos.

Tuvo razón Iglesias al considerar que unas elecciones municipales previas a las municipales iban a perjudicar su causa porque tras ellas se podría vislumbrar los límites, las contradicciones y dispersión territorial de los que su movimiento adolecía. Sin embargo, el reto de las elecciones generales, la necesidad de llegar a ellas con imagen de ganadores, unidos y mostrando una cohesión interna de la que carecían, le permitió a su líder ejercer un caudillismo y dirigismo interno contrarios a los orígenes asamblearios y radicalmente demoparticipativos de su movimiento. Podemos aceptó su pecado original consistente en sustituir participación y libertad de expresión por cohesión y dirigismo para ganar las elecciones. Pero esta paz interna tenía que cambiar después de las elecciones, máxime si no se alcanzaba el Gobierno. Nada nuevo en este tipo de movimientos.

Iglesias sabía que su jugada era a una sola carta, se llega al poder o no se llega, como les ha ocurrido a todos los movimientos populistas. Fracasada la irrupción, o el golpe, el sistema, incompatible con una alternativa antisistema como la suya, tiende a destruir el movimiento subversivo. La irrupción en las elecciones generales no superó al PSOE, ni siquiera tras la repetición de éstas e ir coaligados con IU. El ascenso a los cielos se veía frustrado.

Pudo solucionar su fracaso favoreciendo la investidura de Sánchez, porque era evidente que un gobierno de coalición con éste, al que se hubieran sumado los nacionalistas, en una situación interna de crisis y enfrentamiento en el partido socialista, habría entregado la iniciativa política a Podemos. Pues la capacidad comunicadora de este movimiento, su actitud eufórica, y sus dotes para el activismo, le habrían entregado la hegemonía en la izquierda, tragándose inmediatamente a un PSOE desde años atrás desnortado.

Pero la obsesión de manual por parte de Iglesias de liquidar al PSOE, el primer enemigo para todo izquierdista que se precie y primera muralla a superar antes de liquidar este régimen -pues la fobia inaudita hacia la socialdemocracia es superior a la que este tipo de gente tiene a la derecha-, le llevó a Iglesias a cometer el error de no apoyar a un débil Sánchez. De esta manera lo que permitió fue que el PP volviera al gobierno, que la situación política se estabilizase, que el PSOE bajo su gestora tenga la habilidad de reconstituirse, y que Podemos entre en un proceso de debilitamiento. Este es el origen y causa de la crisis de Iglesias con Errejón.

No es que Errejón sea menos radical que el otro, es más inteligente y tiene una concepción de la política más dinámica y menos dogmática. Para mal de Podemos Iglesias tenía que ver por debajo al PSOE, tener más votos que él, para acompañarle, para dar cualquier paso hacia una alianza, porque para todo activista antisistema más importante que echar a la derecha del Gobierno es aniquilar a los “socialtraidores”. Una vez abiertas las sesiones parlamentarias Iglesias se ve disminuido, por eso hoy quiere volver a la calle y llama al activismo a los militantes: “proletarios a caballo”, como clamara Trotsky ante unos sindicatos militarizados (de lo que se arrepintió en México). No sólo porque cree en una política de enfrentamiento, sino porque sabe que un partido volcado en el activismo exige una dirección autoritaria, caudillista, como la que él desea para sí.

Al contrario que Trump, Iglesias no ha accedido al poder, lo que constituye una gran suerte para el país. Grave error por parte de Iglesias el sabotear el posible Gobierno con el PSOE desde el mismo instante en que se enteraba que Sánchez asumía ser candidato a la investidura ante el Rey. Presentar su gobierno antes de que Sánchez lo ofreciera constituía el primer gesto para hacer volar cualquier encuentro, aunque las apariencias fueran otras.

Hoy en Podemos se abren dos opciones, seguir como una fuerza antisistema, despreciativa de la política institucional y activista en la calle, o la posibilista, más institucionalizada y que busque sus conexiones con el PSOE. Esta opción posibilista, sin la hegemonía en la izquierda por parte de Podemos, correría el riesgo, como ocurrió en el pasado, de ser engullida por la “casa común”. Sin embargo, la vía antisistema manteniéndose un Gobierno estable de la derecha y un PSOE reformista tendría un fin más inminente y traumático. El devenir de Podemos, en sus dos modalidades, la activista antisistema y la pragmática, en todo caso dependerá del comportamiento político del PSOE. Si éste se rehace como fuerza reformista e institucional el futuro de Podemos es muy difícil. Si el PSOE prosigue su proceso izquierdista, próximo a los postulados antisistema, ajeno a la política, favorecerá la hegemonía de Podemos y su propia disolución. Por salud democrática, alejamiento del populismo, es preferible que Sánchez no vuelva a la dirección del PSOE.


Se puede morir de éxito.

Comparados con los resultados electorales de UPyD, y a pesar de que éstos fueran mucho menores que los que las iniciales encuestas concedían, la irrupción de Ciudadanos en la liza política constituye todo un éxito para sus promotores. Máxime cuando su discurso era constitucional, frente al dominante de ruptura, racionalista frente a la visceralidad desatada por la crisis, y que el flanco electoral donde progresar estaba mejor guarnecido por la derecha. Tampoco gozó del favor mediático del que disfrutó el emergente populismo, pues su discurso carecía de la novedad, ruptura, revanchismo y emocionalidad de éste.

La virtud de este partido, ligado a la capacidad de su líder, se ha basado en la claridad de su discurso, un discurso democrático, republicano en su asunción del respeto a la legalidad constitucional, a la búsqueda de los grandes acuerdos de Estado de los que adolece nuestro sistema, y depositario de un espíritu reformador. Ha sido muy meritorio su origen, desde un ambiente inhóspito potenciado por el nacionalismo catalán, recogiendo el impulso de diferentes movimientos cívicos, en una plaza donde existían dos formaciones que debieran haber protegido su origen constitucional, el PSC y PP. Haciendo frente a las arbitrariedades nacionalistas y aprovechando el hueco electoral que el desistimiento del PSC y el PP experimentaban ante el nacionalismo, adquirió Ciudadanos su carta de naturaleza de partido responsable y democrático, además de bregado. Pero como a todos los partidos el funcionamiento interno, el contacto con la política, y las tentaciones y dinámica que ésta genera, le empiezan a erosionar tras su llegada al escenario nacional.

Aunque le haya podido costar algunos votos no ha sido sus actos de responsabilidad política, apoyar el Gobierno socialista en Andalucía, o el del PP en la comunidad de Madrid, o las maniobras realizadas para dar salida a la gobernabilidad nacional, bien con el PSOE primero -ante la espantá de Rajoy ante la investidura-, bien en la segunda ocasión apoyando a éste, lo que le hayan realmente perjudicado. Quizás, algo criticable el excesivo y largo acompañamiento que realizó a Sánchez cuando era evidente que éste pensaba en Podemos para cerrar su investidura. No ha sido su comportamiento político el que le ha perjudicado, sino determinados excesos, producto de su preocupación por las consecuencias de las informaciones de la prensa en la opinión pública. Pues hay un exceso de celo mediático en su práctica, pudiendo esa preocupación alterar el contenido de lo que ha sido su importante discurso. La imagen pulcra que quiere sostener puede aniquilar su vitalidad, la que generó su discurso político, que fue acompañado por una dura brega en el pasado.

La indignación provocada por la corrupción política no ha sido ajena al puritanismo regenerador que en este ámbito ha manifestado. El hecho de que reivindique el abandono del ejercicio de la política para aquellos investigados por casos de posible corrupción no deja de ser injusto. Es populista pero no justo. Un cierto “calvinismo populista” parece animar este exceso inquisitorial que no reconoce para el investigado -antes imputado- la inocencia que la ley reconoce a todo ciudadano hasta que no se dicte sentencia.

La auténtica actitud regeneradora de un partido que tal se cree, y que se denomina liberal hoy, sería llevar al funcionamiento interno de los partidos los derechos que las leyes reconocen al individuo, no sólo la de inocencia, sino también la de libertad de expresión en su seno. Liberar al afiliado, si no quiere caer en la dinámica autoritaria y corruptora de los viejos partidos, de las trabas y ambientes irrespirables de eso que se llama democracia interna. Invento perverso el de la democracia interna, como si la democracia pudiera existir ajena a la universal, pues si la democracia no es pública -se inventó en el ágora- la democracia no existe. En las ínfulas regeneradoras en Ciudadanos empieza a atufar un cierto espíritu de cuerpo capaz, como en el resto de los partidos, de anular su impulso. Frente a ello, si se es liberal, y democrático, en consecuencia, debiera llevarse los derechos y libertades que nuestra Constitución otorga al ciudadano al afiliado, y evitar condenar antes que los jueces al imputado. Un buen inicio de liberalismo.

Como sería una práctica razonable, acorde con su inicial racionalismo, debatir en su congreso y posteriormente, tras las conclusiones de ese debate, elegir a las personas encargadas de llevarlas adelante. Otra vez la comodidad para la jerarquía y la preocupación dominante por la buena imagen. Lo importante es mostrar las caras de los que mandan, lo segundo, y por lo tanto lo secundario, cuando fue lo principal en el pasado, el proyecto político que se aprueba. Parece que el congreso se hace para un discurso autosatisfecho de propaganda.

En Ciudadanos es evidente que su formulación y expansión se ejerce desde arriba, desde un pequeño grupo de personas que consiguen extender sus relaciones y aprovechar en algunos casos los restos de la debacle de UPyD. Pero una vez constituido ese grupo el mecanismo por el que adquiría prosélitos y votos, el discurso político, se alteró por directrices en ocasiones espartanas originadas desde el aparato de organización. Antes incluso de las elecciones generales el diseño de Ciudadanos, que apenas se extendía a la mitad del territorio, empezó a realizarse no desde la presencia de sus líderes políticos sino de su aparato más arcaico, a través de cónsules dispersos en la geografía y señores de su feudo.

Tras la expansión del partido, una vez constituido y asentado su núcleo dirigente, sin duda debido a un instinto de protección, sustituyó la presencia de su discurso y deliberación subsiguiente, su presencia política, por el de la organización. Es decir, poniendo bajo un serio control a las personas que se acercaban al partido seducidas por el discurso general de sus líderes. Sin embargo, la distancia entre ese discurso y la lúgubre existencia del partido en ese lugar de su periferia acababa por espantar al más bragado de los militantes.

La sustitución de la presencia física de sus líderes políticos por la del aparato de organización, ha sido la pauta en el comportamiento de C’s una vez cerrada su etapa de expansión hasta llegar a Andalucía. Después, nada. Había que asegurar lo conseguido y que el proyecto no se viera comprometido por recién llegados molestos o de turbio pasado y comportamiento, lo que ha supuesto unas directrices de organización tan severas o más que en otros partidos -las relaciones en los pequeños partidos se suelen hacer más inaguantables que en los grandes-. El discurso fue sustituido paulatinamente por el control burocrático, y empezaron a verse candidatos, que no a oírse, sin conocimiento mínimo de la cosa pública, posiblemente porque los otros habían sido purgados.

Así, de esta manera los cónsules designados por el aparato de organización del partido en las nuevas zonas, normalmente personas, como en todos los partidos, no de muchas luces, pero de enorme servilismo, se convertirían en sátrapas. Resultado peor que si se hubiera permitido un cierto juego político y se hubiera arriesgado algo en el proselitismo. Pero hubo paz, no se creaban problemas, la crítica se anulaba incluso antes de que surgiese, por si acaso, sin que ese partido fuera consciente de que se estaban perdiendo oportunidades de desarrollo, se estaba expulsando a las personas más válidas, y que todo ello se iba a convertir en una rémora pesada para el futuro. El discurso empieza a ser secundario.

Este comportamiento de preocupación ante nuevas incorporaciones o acercamiento de personas, y la liquidación del debate sobre las políticas particulares a desarrollar, conduce a la minimización del discurso en cada autonomía, en cada parte particular y diferenciada de España. Precisamente Ciudadanos, cuya aportación fundamental era su discurso, se ve sin él según se aleja del centro del partido, lo que inmediatamente produce la incorporación de discursos ajenos, normalmente el dominante en cada comunidad, pues no hay ejercicio de la política que pueda vivir sin él. Se autoriza lo peor, el paulatino ingreso de discursos ajenos en los aledaños periféricos del partido. Así, lo primero que hizo el candidato de C’s en Euskadi al Parlamento vasco, a su vez jefe absoluto de la organización en este lugar, la única vez que habló, fue decir que lo del Cupo es muy complicado y que tiene mucho apoyo, como si no se supiera, en esta nacionalidad. No sólo existe la corrupción económica, ¿o no se estaba por la igualdad de la ciudadanía y el regeneracionismo?.

La obsesión por la paz interna llevó a C’s en el caso vasco a la nulidad pública. Que este partido no saque ni un solo escaño en el Parlamento vasco no sólo constituye un clamoroso fallo, máxime cuando UPyD lo tenía, sino que puede ser un síntoma de la ineficacia de este partido desde este punto en adelante. Y el País Vasco se puede constituir en el lugar donde Ciudadanos se estrelle por agotamiento de su impulso.

Los síntomas de los que hoy hace gala Ciudadanos son preocupantes. Quizás envejecimiento prematuro.

Eduardo Uriarte Romero