La razón líquida

ABC 18/04/17
IGNACIO CAMACHO

· Del fracaso de la razón política ante la sentimentalidad temeraria está brotando una oscura fantasía posdemocrática

NO hay una sola buena noticia a la vuelta de la Semana Santa. La época de las dulces rutinas democráticas ha pasado a la historia y llega una de sobresaltos en serie y de zozobras encadenadas. La poscrisis ha cargado de minas las urnas en todo el planeta y cada resultado electoral provoca más alarma. Es un tiempo de populismos emergentes y querencias autoritarias, un ciclo perfumado con el inquietante aroma de los años 10 o 30 del siglo pasado, vísperas de conmociones trágicas; una hoguera de desasosiego en la que crepitan, como ha dicho el Papa Francisco, las astillas de una guerra mundial fragmentada. El próspero optimismo inicial del milenio ha desembocado en un clima de desengaño que amenaza con romper de golpe con todas las viejas pautas. Sólo que las nuevas, lejos de parecer mejores, apuntan desenlaces desestabilizadores y sacudidas desquiciadas.

En torno a Corea del Norte se está librando una nueva crisis de los misiles, con el estrambótico Kim Jong-un en el papel de Castro y el imprevisible Trump como remedo de un Kennedy con greñas doradas. Turquía, gozne estratégico entre Europa y el tormentoso Oriente Medio, avanza entre sombras de pucherazo hacia el sultanato islamista de Erdogan, cada vez menos remilgado en su ruta a la autocracia. El octogenario Berlusconi vuelve a emerger abrazado a un corderito (sic) como solución de emergencia en una Italia políticamente desarticulada, y dos extremistas de derecha e izquierda, Le Pen y Mélenchon, apuntan a disputarse a partir del domingo la Presidencia de Francia. Esta última posibilidad es pavorosa para el futuro de una Europa cataléptica, inerme, bloqueada. El voto líquido de la posmodernidad se está volviendo gaseoso, volátil, inestable como nitroglicerina política en manos de los traficantes de esperanzas. El viejo orden no halla el modo de poner diques a esa energía centrifugadora, acorralado por sus remordimientos, su corrección política, su rigidez estructural y sus respuestas acartonadas.

Se trata de un fracaso de la razón ante el empuje de la sentimentalidad temeraria. Mucha gente empobrecida, harta o cansada de problemas ha dado en creer en los demiurgos que prometen soluciones inmediatas. Cinco millones de españoles dan su apoyo a un grupo de radicales iluminados que sólo saben hacer política-espectáculo, organizar escraches con autobuses pintados y divulgar consignas publicitarias. En Cataluña, una sociedad instruida se ha dejado seducir o arrastrar por una mitología nacionalista instaurada a golpe de propaganda. El marco mental de la estabilidad cede su hegemonía al desahogo, el odio o la revancha. No está naciendo un mundo mejor, sino una oscura fantasía posdemocrática; se trata de un cambio impulsivo, estimulado por la vehemencia más que por la confianza. El hechizo de la ruptura no conduce al bienestar ni al consuelo sino a la estéril exaltación de la rabia.