La reconciliación con la historia

JORGE EDWARDS – ABC – 27/07/16

· De los choques y reencuentros del fin del franquismo salió la España moderna, democrática, europea, que ahora trata de dar un segundo paso adelante y que se encuentra con dificultades serias. Se puede mantener el optimismo hasta el final, pero hay que estar consciente de que se abren posibilidades de pesadilla, y no sólo para nosotros.

Siempre he pensado que en España, a pesar de las asperezas actuales, que a veces van demasiado lejos, se produjo una verdadera reconciliación después de la Guerra Civil y de la dictadura, algo que no ha cuajado de verdad en los países hispanoamericanos. Fueron cuarenta años, se tocó fondo en la separación, en la discordia, en la violencia entre hermanos, pero hubo, al final del largo proceso, una salida real, no ficticia, que se notó, desde luego, en los años posteriores a la muerte de Franco, y que se ha vuelto a notar en estos días, con motivo del ochenta aniversario de los sucesos de julio de 1936.

Siempre sentí que esa reconciliación, ese postfranquismo, esa revisión de las cosas que pasaron («el gran dolor de las cosas que pasaron», escribía en el siglo XVI el poeta portugués Luis de Camôes), era una forma de asimilación de la historia del país, una reconciliación con la historia. De ahí, de esos choques y esos reencuentros, salió la España moderna, democrática, europea, que ahora trata de dar un segundo paso adelante y que se encuentra con dificultades serias, imprevistas para mí, por lo menos, y espero que superables. Se puede mantener el optimismo hasta el final, pero hay que estar consciente de que se abren posibilidades de pesadilla, y no sólo para nosotros.

¿Qué sería de un mundo con la suma del Brexit, de una crisis política española no resuelta o mal resuelta, de Trump en la presidencia de los Estados Unidos? Es un apocalipsis verosímil, no del todo imposible, quizá muy cercano, y el tema de la gobernabilidad de España, por lo tanto, no es en absoluto menor. El manifiesto a favor de la formación de gobierno que se acaba de firmar por personajes decisivos, actores de primera línea en la vida española reciente, es de gran calidad. No se le ha dado todavía la importancia que tiene, pero será recordado cuando se haga el balance de la crisis de ahora.

Después de una reconciliación con la historia que empezó a notarse hace alrededor de cuarenta años, nos acercamos sin darnos cuenta, con visión de corto plazo, con pocas ideas, a una crisis que podría traducirse en una decadencia prolongada, en la mediocridad y la frivolidad como costumbres. El manifiesto se refiere al meollo, al nudo del problema, y está escrito con el propósito de alcanzar adhesiones muy diferentes. En un momento de discrepancia, de disensiones malhumoradas, es un intento interesante, un remanso, una memoria de etapas mejores.

A veces me digo que los simplismos con que se miran desde aquí los hechos políticos hispanoamericanos son contagiosos. Es decir, no se puede ser simplista en un solo lado y mirar con sutileza, con sentido de la historia, con responsabilidad, en el otro. Los intelectuales españoles, franceses, italianos, enfocaron con entusiasmo y con muy poco examen el castrismo de la década de los setenta y los ochenta. Puedo dar testimonio, por experiencia propia, de que cuando se presentaban los hechos en su crudeza, cuando se discutía a pie firme, esos jóvenes pensadores y poetas vacilaban, miraban para el lado y terminaban por encogerse de hombros. La conclusión, no declarada, era evidente: el castrismo estaba bien para los inocentes cubanos, no para los cultos europeos.

Era un lenguaje doble, y es probable que las reacciones de ahora sean más unilaterales, más simples. Los chavismos y los madurismos, los kirchnerismos de hace poco, han provocado reacciones más elementales, de menor complejidad y sutileza, no en todo el mundo, claro está, pero sí en demasiada gente. ¿Es necesario salir de una guerra civil, o de una guerra civil larvada, como en el caso de Chile, para pensar con altura y con profundidad, para comprender los problemas en su complejidad, en su dificultad última? No lo creo, desde luego, pero no faltan los instantes de desánimo, de dudas paralizadoras.

Hay tiempos de presencia fuerte de la historia, de reflexión sobre el presente y el pasado, y períodos de relativa amnesia colectiva. Si ganara Trump en las elecciones presidenciales de noviembre, significaría que la mayoría del pueblo norteamericano se ha olvidado de los Padres Fundadores, de gente como Lincoln y F. D. Roosevelt, como Herman Melville, Emily Dickinson, William Faulkner. Ni más ni menos. Los países no son galerías de imágenes fijas, positivas o negativas, congeladas, no revisables. Chile, por ejemplo, fue conocido en épocas ya muy pasadas como país de historiadores. Ahora tiene, de hecho, pocos historiadores, aunque sí tiene algunos, y de notable calidad, pero ostenta, en cambio, una historia densa, compleja, en apariencia contradictoria, cuyo examen sería enormemente útil, y no sólo para los chilenos, sino para todos los que juzgan esa historia, con juicio casi siempre superficial, desde afuera.

Voy a dar un ejemplo de simplismo político agresivo, revestido de arrogancia intelectual. Hace dos o tres años presenté en Francia, en un coloquio patrocinado por la Universidad de Poitiers, la película chilena «No», inspirada en el plebiscito que derrocó en 1988 al régimen pinochetista. Uno de los profesores participantes, celebrado «doctor» en Ciencias Políticas, sostuvo que el título de la película estaba equivocado. ¿Por qué? Porque había triunfado el «sí», a pesar de las apariencias: porque nada en el país había cambiado. Le contesté al profesor que en Chile había elecciones libres, libertad de prensa, división de los poderes del Estado; que el general Pinochet estaba procesado y sus cuentas bancarias bloqueadas; que el general Manuel Contreras, director de los servicios de seguridad, se encontraba en la cárcel; que había terminado el exilio y no había presos políticos.

Una parte de la sala, no toda, y hasta creo que fue una minoría, me aplaudió, pero el doctor, estólido, de barbita, vestido de color gris guerrillero (todavía no se había puesto de moda la coleta), escuchó mis argumentos como quien oye llover y miró para otra lado.

Frente a eso, frente a esa estulticia, me encuentro en situación de completa rebeldía. He leído con atención el manifiesto de estos días y he tenido, aunque quizá le parezca raro al lector, una sensación de aire fresco, de que la historia, la reconciliación de todos nosotros, españoles e hispanoamericanos, con la historia, podrían estar de regreso.

JORGE EDWARDS ES ESCRITOR – ABC – 27/07/16