La relación de amor-odio entre Podemos y el Frente Nacional

EL CONFIDENCIAL 01/05/17
JUAN RAMÓN RALLO

· Hay elementos clave que separan de raíz a Unidos Podemos y al lepenismo, pero también hay otros elementos igualmente clave que objetivamente los acercan mucho más a Le Pen que a Macron

Concluida la primera vuelta de las elecciones francesas, una de las noticias más llamativas de la jornada fue que el candidato de extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, no se decantara abiertamente por Macron para frenar a Le Pen. Al contrario, el líder de Francia Insumisa mostró una calculada equidistancia entre ambos candidatos a la presidencia de la República, tratando de señalizar que, a su entender, tan malo era el fascismo como el neoliberalismo.

Esta calculada equidistancia tuvo también sus réplicas en la política española: en un primer momento, los líderes de Unidos Podemos se negaron a posicionarse entre Macron y Le Pen. Primero vino Alberto Garzón, marcando una absurda línea de continuidad ideológica entre fascismo y liberalismo. Más tarde llegó Pablo Echenique, quien defendió la abstención en Francia. Y finalmente, Jorge Verstrynge, quien llegó a sugerir que prefería a Le Pen. Tuvo que llegar Pablo Iglesias este pasado sábado y llamar al orden a su partido para evitar que dentro del imaginario colectivo español comenzara a extenderse la idea de que el populismo de izquierdas exhibe una preferencia débil por el ‘fascismo’ antes que por el ‘establishment’ político francés.

Pero más allá de estos bandazos comunicativos, la relación entre la ‘extrema izquierda’ y la ‘extrema derecha’ no puede más que hallarse llena de este tipo de contradicciones. Por un lado, existen clarísimas diferencias entre Le Pen y Mélenchon-Podemos: Le Pen es una nacionalista exacerbada que, en última instancia, coloca los ‘derechos de Francia’ por encima de los derechos humanos; en cambio, Mélenchon-Podemos sí reconocen ciertos derechos y libertades a los inmigrantes en pie de igualdad con los nacionales. Asimismo, Mélenchon-Podemos defienden subidas tributarias muy agresivas por cuanto su objetivo último es erradicar toda acumulación de riqueza fuera del Estado, mientras que Le Pen se conforma con mantener el ya de por sí salvaje nivel impositivo francés, pues confía en poder coaligarse con el poder económico patrio para alcanzar sus objetivos de ingeniería social.

Sin embargo, por otro lado, las similitudes entre Le Pen y Mélenchon-Podemos también resultan abrumadoras: una parte muy significativa de sus programas son absolutamente coincidentes, tanto en el fondo como en las formas. No se trata de meras semejanzas casuales y anecdóticas, sino de programas coherentes en su ruptura con un orden social moderadamente individualista e internacionalista: tanto unos como otros pretenden someter la libertad individual a la voluntad colectiva del ‘pueblo’, delegar en el Estado la administración de los designios agregados de los ciudadanos y proteger a su país de las amenazas (culturales o económicas) exteriores.

En la siguiente tabla, podemos encontrar algunas de las similitudes más palmarias entre ambos movimientos de extrema izquierda y de extrema derecha, extraídas textualmente tanto del programa electoral de Le Pen como del programa electoral de Mélenchon:

A la vista de los cuantiosos y notables parecidos, pero también de algunas esenciales diferencias, resulta inevitable que, más allá de la consigna pública deliberadamente reivindicativa de la tradicional identidad antifascista de la izquierda fetén, la actitud ideológica de Unidos Podemos hacia el lepenismo oscile entre la indeseada atracción y la visceral repulsión. Ciertamente, hay elementos clave que los separan de raíz; pero también hay otros elementos igualmente clave que objetivamente los acercan mucho más a Le Pen que a Macron. Por eso su relación les resulta tan conflictiva: se odian pero, a la vez, sus coincidencias son demasiado evidentes como para poder obviarlas.

Tanto los unos como los otros, eso sí, son enemigos de las sociedades abiertas que siempre ha defendido el liberalismo (enemigos de la propiedad privada, de la igualdad universal, de la autorregulación social, de la globalización, de la responsabilidad individual o de la fraternidad voluntaria): y, por eso, tanto unos como otros deben ser combatidos intelectual y políticamente. En última instancia, ninguno de ellos defiende una concepción amplia de la libertad individual que constituya una frontera infranqueable frente al Estado tanto en el ámbito civil como en el económico. Al contrario, los dos promueven, bajo diversas fachadas holistas, la primacía de la violencia del colectivo sobre la autonomía de la persona.